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domingo, 10 de agosto de 2008

MADRE DE SERPIENTES -- ROBERT BLOCH

MADRE DE SERPIENTES
ROBERT BLOCH


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El vuduismo es algo muy raro. Hace cuarenta años era un tema desconocido, salvo en ciertos círculos esotéricos. En la actualidad existe una sorprendente cantidad de información al respecto debido a la investigación... y una sorprendente cantidad de información errónea. Recientes libros populares sobre el tema son, en su mayor parte, fantasías puramente románticas, elaboradas con las incompletas teorizaciones de los ignorantes.
Sin embargo, quizá esto sea lo mejor. Pues la verdad sobre el vudú es tal que a ningún escritor le interesaría o se atrevería a imprimirla. Parte de ella es peor que sus más descabelladas fantasías. Yo mismo he visto algunas cosas de las que no quiero discutir. Además, sería inútil contárselo a la gente, pues no me creería. Y una vez más quizá sea lo mejor. El conocimiento puede ser mil veces más aterrador que la ignorancia.
No obstante, yo lo sé porque he vivido en Haití, la isla oscura. He aprendido mucho por las leyendas, he tropezado con muchas cosas por accidente, y casi todo mi conocimiento proviene de la única fuente de verdad auténtica : las declaraciones de los negros. Por lo general, esos viejos nativos del país de la colina negra no son gente habladora. Hizo falta paciencia y un trato prolongado con ellos antes de que se abrieran y me contaran sus secretos. Ésa es la razón por la que muchos de los libros de viaje son tan palpablemente falsos... ningún escritor que permanece en Haití durante seis meses o un año podría ganarse la confianza de aquellos que conocen los hechos. Hay tan pocos que en realidad los conocen... tan pocos que no tienen miedo de relatarlos.
Pero yo los he descubierto. Dejad que os hable de los viejos días ; los viejos tiempos en que Haití se levantó en un imperio transportado en una ola de sangre.
Fue hace muchos años, poco después de que los esclavos se hubieran rebelado. Toussaint l'Ouverture, Dessalines y el Rey Christophe los liberaron de sus amos franceses, los liberaron después de sublevaciones y masacres y establecieron un reino basado en una crueldad más fantástica que el despotismo que imperaba antes.
Por entonces no había negros felices en Haití. Habían conocido demasiado la tortura y la muerte ; la vida despreocupada de sus vecinos de las Indias Occidentales era por completo ajena a estos esclavos y descendientes de esclavos. Floreció una extraña combinación de razas : salvajes hombres tribales de Ashanti, Dambalalah y la costa de Guinea ; caribeños hoscos ; vástagos morenos de franceses renegados ; mezclas bastardas de sangre española, negra e india. Mestizos y mulatos taimados y traicioneros gobernaban la costa, pero había moradores aún peores en las colinas de allende.
Había selvas en Haití, junglas impenetrables, bosques rodeados de montañas e infestados de ciénagas llenas de insectos venenosos y fiebres pestilentes. Los hombres blancos no se atrevían a entrar allí, pues eran peores que la muerte. Plantas chupadoras de sangre, reptiles venenosos y orquídeas enfermas atiborraban los bosques, que escondían horrores que África jamás había conocido.
Pues es en aquellas colinas donde floreció el vudú verdadero. Se dice que allí vivían hombres, descendientes de los esclavos fugados, y facciones proscritas que habían sido expulsados de la isla. Rumores furtivos hablaban de pueblos aislados que practicaban el canibalismo, mezclado con oscuros ritos religiosos más terribles y pervertidos que cualquier cosa que hubiera salido del mismo Congo. La necrofilia, la adoración fálica, la antropomancia y versiones distorsionadas de la Misa Negra eran corrientes. La sombra de Obeah estaba por todas partes. El sacrificio humano era común, las ofrendas de gallos y cabras cosas aceptadas. Había orgías alrededor de los altares vudú, y se bebía sangre en honor de Barón Samedi y los otros dioses negros traídos desde tierras antiguas.
Todo el mundo lo sabía. Cada noche los tambores rada resonaban desde las colinas, y los fuegos centelleaban por encima de los bosques. Muchos papalois y hechiceros conocidos residían en el linde mismo de la costa, pero jamás se los molestó. Casi todos los negros "civilizados" aún creían en los hechizos y los filtros ; incluso los que iban a la iglesia se entregaban a los talismanes y encantamientos en tiempos de necesidad. Los así llamados negros "educados" de la sociedad de Port-au-Prince eran abiertamente emisarios de las tribus bárbaras del interior, y a pesar de la muestra exterior de civilización, los sangrientos sacerdotes todavía gobernaban detrás del trono.
Desde luego había escándalos, desapariciones misteriosas y protestas esporádicas de los ciudadanos emancipados. Pero no era sabio meterse con aquellos que se inclinaban ante la Madre Negra, o provocar la ira de los terribles ancianos que moraban a la sombra de la Serpiente.
Ése era el rango de la hechicería cuando Haití se convirtió en una república. La gente a menudo se pregunta por qué existe aún la magia hoy en día ; quizá sea más secreta, pero todavía sobrevive. Se pregunta por qué los espantosos zombis no son destruidos, y por qué el gobierno no ha intervenido para erradicar los demoníacos cultos de sangre que aún acechan en la penumbra de la jungla.
Tal vez esta historia proporcione una respuesta : este cuento secreto y antiguo de la nueva república. Los funcionarios, al recordar el relato, todavía tienen miedo a interferir demasiado, y las leyes que han sido promulgadas se hacen cumplir con poca fuerza.
Porque el Culto de la Serpiente de Obeah jamás morirá en Haití... en Haití, esa isla fantástica cuya sinuosa costa se parece a las fauces abiertas de una monstruosa serpiente.
Uno de los primeros presidentes de Haití era un hombre culto. Aunque nacido en la isla, fue educado en Francia, y cursó extensos estudios durante su estancia en el extranjero. En su acceso al cargo más alto de la tierra se le vio como un cosmopolita ilustrado y sofisticado del tipo moderno. Por supuesto que aún le gustaba quitarse los zapatos en la intimidad de su despacho, pero nunca exhibió sus pies desnudos en capacidad oficial. No me malinterpretéis, el hombre no era un Emperador Jones ; sencillamente, era un caballero de ébano instruido cuya natural barbarie en ocasiones atravesaba su lustre de civilización.
De hecho, era un hombre muy astuto, Tenía que serlo con el fin de llegar a presidente en aquellos tempranos días ; sólo los hombres extremadamente astutos alcanzaron alguna vez ese rango. Quizá os ayude un poco que os diga que en aquellos tiempos el término "astuto" era para un haitiano educado sinónimo de "deshonesto". Por lo tanto, resulta fácil darse cuenta del carácter que tenía el presidente cuando se sabe que se lo consideraba uno de los políticos de más éxito que jamás haya dado la república.
En su corto reinado pocos enemigos se le opusieron ; y aquellos que trabajaban contra él por lo general desaparecían. El hombre, alto y negro como el carbón, con la conformación física de cráneo de un gorila albergaba un cerebro notablemente capaz bajo su frente prominente.
Su habilidad era fenomenal. Tenía una perspicacia para las finanzas que le benefició mucho ; es decir, le benefició tanto en su vida oficial como personal. Siempre que consideraba necesario subir los impuestos, también incrementaba el ejército y lo enviaba a escoltar a los recaudadores. Sus tratados con los países extranjeros eran obras maestras de ilegalidad legal. Este Maquiavelo negro sabía que debía trabajar deprisa, ya que los presidentes tenían una manera peculiar de morir en Haití. Parecían particularmente sensibles a la enfermedad... "envenenamiento por plomo", como podrían decir nuestros modernos amigos gángsters. Así que el presidente actuó deprisa en verdad, y realizó un trabajo magistral.
Realmente fue notable, a la vista de su pasado humilde. Pues la suya fue una saga de éxito al estilo del buen Horatio Alger. No conoció a su padre. Su madre era una bruja en las colinas, y aunque bastante famosa, había sido muy pobre. El presidente había nacido en una cabaña de madera ; todo un entorno clásico para una futura y distinguida carrera. Sus primeros años habían sido plácidos, hasta que a los trece años lo adoptó un benevolente ministro protestante. Durante un año vivió con ese hombre amable, realizando las tareas de un criado en la casa. De repente, el pobre ministro murió a causa de un oscuro mal ; fue de lo más lamentable, pues había sido bastante rico y su dinero aliviaba gran parte del sufrimiento de esa zona en particular. En cualquier caso, ese rico ministro murió, y el hijo de la pobre bruja partió a Francia para recibir una educación universitaria.
En cuanto a ella, se compró una mula nueva y no dijo nada. Su habilidad con las hierbas le había proporcionado a su hijo una posibilidad en el mundo, y estaba satisfecha.
Pasaron ocho años antes de que el muchacho regresara. Había cambiado mucho desde su partida ; prefería la sociedad de los blancos y la de los mulatos de piel clara de Port-au-Prince. Se sabe que también le prestaba poca atención a su anciana madre. Su melindrez recién adquirida le hacía ser dolorosamente consciente de la ignorante simpleza de la mujer. Además, era ambicioso, y no le interesaba publicitar su relación con una bruja tan famosa.
Porque ella era bastante famosa a su manera. De dónde había venido y cuál era su historia original, nadie lo sabía. Pero durante muchos años su cabaña en las montañas había sido el punto de encuentro de adoradores extraños e incluso de emisarios extraños. Los oscuros poderes de Obeah se evocaban en su sombrío altar de las colinas, y un grupo furtivo de acólitos residía allí con ella. Sus fuegos rituales siempre brillaban en las noches sin luna, y se entregaban bueyes en bautismos sangrientos al Reptil de la Medianoche. Pues era una Sacerdotisa de la Serpiente.
Ya sabéis, el Dios-Serpiente es la deidad real de los cultos a Obeah. Los negros adoraban a la Serpiente en Dahomey y Senegal desde tiempos inmemoriales. Veneran a los reptiles de forma peculiar, y existe cierto vínculo oscuro entre la serpiente y la luna creciente. ¿Curiosa, verdad, esa superstición de la serpiente ? El Jardín del Edén tuvo a su tentador, ya sabéis, y la Biblia habla de Moisés y su báculo de serpientes. Los egipcios reverenciaban a Set, y los antiguos hindúes tenían un dios cobra. Da la impresión de estar generalizado por todo el mundo ese odio y adoración por las serpientes. Siempre parecen ser reverenciadas como criaturas del mal. Los indios americanos creían en Yig, y los mitos aztecas siguen el modelo. Y, por supuesto, las danzas ceremoniales de los Hopi son del mismo orden.
Pero las leyendas de la Serpiente Africana son especialmente terribles, y las adaptaciones haitianas de los ritos sacrificales son peores.
En la época de la que hablo se creía que algunos de los grupos vudú criaban en realidad serpientes ; pasaban a los reptiles de contrabando desde Costa de Marfil para usarlos en sus prácticas secretas. Había rumores de pitones de unos seis metros que se tragaban bebés que les eran ofrecidos en los Altares Negros, y de envíos de serpientes venenosas que mataban a los enemigos de los maestros del vudú. Es un hecho conocido que un peculiar culto que adoraba a los gorilas había introducido furtivamente en el país a unos simios antropoides ; por lo que las leyendas de la serpiente podrían haber sido igualmente verdad.
Sea como fuere, la madre del presidente era una sacerdotisa, y tan famosa, a su manera, como su distinguido hijo. Él, justo después de su regreso, había ascendido poco a poco al poder. Primero había sido recaudador de impuestos, luego tesorero, y por último presidente. Varios de sus rivales murieron, y aquellos que se le opusieron no tardaron en descubrir que era oportuno eliminar su odio ; pues aún era un salvaje de corazón, y a los salvajes les gusta torturar a sus enemigos. Se rumoreaba que había construido una cámara de torturas secreta bajo el palacio, y que sus instrumentos estaban oxidados, aunque no por el desuso.
El abismo entre el joven estadista y su madre comenzó a ensancharse justo antes de su subida al poder presidencial. La causa inmediata fue su matrimonio con la hija de un rico plantador mulato de piel clara de la costa. No sólo la anciana se vio humillada porque su hijo contaminó la estirpe familiar (ella era negra pura, y descendiente de un rey-esclavo de Nigeria), sino que se mostró más indignada debido a que no fue invitada a la boda.
Se celebró en Port-au-Prince. Los cónsules extranjeros asistieron, y la crema de la sociedad haitiana estuvo presente. La hermosa novia había sido educada en un convento y sus antecedentes se consideraban en la más alta estima. Sabiamente, el novio no se dignó a profanar la celebración nupcial incluyendo a su desagradable madre.
Sin embargo, ella fue y observó la celebración desde la puerta de la cocina. Y estuvo bien que no revelara su presencia, ya que habría avergonzado no sólo a su hijo, sino también a unos cuantos más... dignatarios que a veces la consultaban de manera no oficial.
Lo que vio de su hijo y de su prometida no fue agradable. El hombre era ahora un dandy afectado, y su esposa una coqueta tonta. La atmósfera de pompa y ostentación no la impresionó ; detrás de sus máscaras festivas de educada sofisticación, sabía que la mayoría de los presentes eran negros supersticiosos que habrían ido corriendo a verla en busca de encantamientos o consejos oraculares en cuanto tuvieran problemas. No obstante, no hizo nada ; sólo sonrió con amargura y volvió a casa cojeando. Después de todo, todavía amaba a su hijo.
Sin embargo, la siguiente afrenta no pudo pasarla por alto. Fue en la toma del cargo de nuevo presidente. Tampoco a ese acontecimiento se la invitó, pero ella fue. Y en esta ocasión no se quedó en las sombras. Después de que el juramento de posesión fuera recitado, marchó con decisión ante la presencia del nuevo gobernante de Haití y lo abordó delante de los mismos ojos del cónsul de Alemania. Era una figura grotesca : una vieja pequeña y fea que apenas medía un metro y medio, negra, descalza y vestida con harapos.
Naturalmente, el hijo ignoró su presencia. La bruja marchita se pasó la lengua por sus encías desdentadas en terrible silencio. Luego, con tranquilidad, comenzó a maldecirlo... no en francés, sino en el dialecto nativo de las colinas. Invocó la ira de sus sangrientos dioses sobre su cabeza desagradecida, y le amenazó tanto a él como a su esposa con venganza por su relamida ingratitud. Los invitados quedaron conmocionados.
También el nuevo presidente. No obstante, no perdió la compostura. Con calma llamó con un gesto a los guardias, quienes se llevaron a la ahora histérica bruja. Trataría con ella después.
La noche siguiente, cuando consideró adecuado bajar a la mazmorra a razonar con su madre, ella no estaba. Había desaparecido, le dijeron los guardias, moviendo los ojos misteriosamente. Hizo que fusilaran al carcelero y regresó a sus aposentos oficiales.
Estaba un poco preocupado respecto a la maldición. Veréis, él sabía de lo que era capaz la mujer. Tampoco le gustaron las amenazas que profirió contra su mujer. Al día siguiente hizo que le fabricaran unas balas de plata, igual que el Rey Henry en los viejos días. También compró un encantamiento ouanga de un hechicero que conocía. La magia lucharía contra la magia.
Aquella noche, una serpiente le visitó en sueños ; una serpiente de ojos verdes que le susurró a la manera de los hombres y le siseó con aguda y burlona risa cuando él la golpeó en su sueño. Por la mañana había un olor reptilesco en su dormitorio, y un légamo nauseabundo sobre su almohada que emitía un olor similar. Y el presidente supo que sólo su encantamiento le había salvado.
Aquella tarde su esposa echó en falta uno de sus vestidos parisinos, y el presidente interrogó a los sirvientes en su cámara de torturas. Descubrió algunos hechos que no se atrevió a contarle a su mujer, y a partir de ese momento dio la impresión de estar muy triste. Ya había visto trabajar a su madre con figuras de cera antes : pequeños maniquíes que se parecían a hombres y mujeres, vestidos con partes de sus prendas robadas. A veces les clavaba agujas o los asaba sobre un fuego bajo. Siempre las personas reales enfermaban y morían. Ese conocimiento hizo al presidente bastante desdichado, y estuvo más preocupado cuando regresaron unos mensajeros y le dijeron que su madre había desaparecido de su vieja cabaña en las colinas.
Tres días después su esposa murió de una herida dolorosa en el costado que los médicos no pudieron explicar. Estuvo en agonía hasta el final, y justo antes de morir se rumoreó que su cuerpo se puso azul y se hinchó hasta el doble de su tamaño normal. Sus rasgos estaban carcomidos como con lepra, y sus extremidades dilatadas se parecían a las de una víctima de elefantiasis. En Haití hay horribles enfermedades tropicales, pero ninguna mata en tres días...
Después de eso, el presidente enloqueció.
Como Cotton-Matters antaño, inició una cruzada de caza de brujas. Se envió a los soldados y a la policía a peinar todo el campo. Los espías fueron a los cobertizos de las cimas de las montañas, y las patrullas armadas se agazaparon en campos lejanos donde trabajan los hombres-muertos vivientes, con sus vidriosos ojos mirando incesantemente a la luna. Se interrogó a las mamalois sobre los fuegos, y se asó a los poseedores de libros prohibidos sobre llamas alimentadas con esos mismos volúmenes que guardaban. Los sabuesos ladraron en las colinas, y los sacerdotes murieron en los altares donde solían realizar sacrificios. Sólo se había dado una orden especial : la madre del presidente debía ser capturada con vida y sin recibir daño alguno.
Mientras tanto, él permaneció sentado en palacio con las brasas de la lenta locura en sus ojos : brasas que ardieron con llama demoníaca cuando los guardias trajeron a la bruja marchita, a quien habían capturado cerca de aquella terrible arboleda de ídolos que hay en la ciénaga.
La llevaron abajo, aunque se debatió y arañó como un gato salvaje, y luego los guardias se fueron y dejaron a su hijo a solas con ella. Solo, en la cámara de torturas, con una madre que le maldijo desde el potro. Solo, con un fuego frenético en los ojos, y un gran cuchillo de plata en la mano...
El presidente pasó muchas horas en su cámara de torturas secreta durante los siguientes días. Rara vez se lo vio por el palacio, y sus sirvientes recibieron órdenes de que no debía molestársele. Al cuarto día subió por la escalera oculta por última vez, y la titilante locura de sus ojos se había desvanecido.
Qué sucedió en la mazmorra subterránea jamás se sabrá con certeza. Sin duda es lo mejor. El presidente era un salvaje de corazón, y para el bárbaro la prolongación del dolor siempre aporta éxtasis...
Sin embargo, se sabe que la vieja bruja maldijo a su hijo con la Maldición de la Serpiente en su último aliento, y ésa es la maldición más terrible de todas.
Se puede obtener cierta idea de lo que pasó conociendo la venganza del presidente, ya que tenía un sentido del humor lúgubre y la noción de la retribución de un salvaje. Su esposa había sido asesinada por su madre, quien creó una imagen de cera de ella. Él decidió hacer lo que sería exquisitamente apropiado.
Cuando subió por la escalera aquella última vez, sus sirvientes vieron que llevaba con él una vela grande, hecha de grasa de cadáver. Y como nadie vio nunca más el cuerpo de su madre, hubo conjeturas curiosas respecto a cómo había conseguido la grasa de cadáver. Pero también la mente del presidente se inclinaba hacia las bromas macabras...
El resto de la historia es muy sencilla. El presidente fue directamente a su despacho en el palacio, donde depositó la vela sobre su escritorio. Había descuidado el trabajo en los últimos días, y tenía muchos asuntos oficiales que atender. Permaneció sentado en silencio un rato, mirando la vela con una sonrisa curiosa y satisfecha. Luego ordenó que le llevaran los documentos y anunció que se ocuparía de ellos de inmediato.
Trabajó toda la noche, con dos guardias estacionados en el exterior junto a la puerta. Sentado a su mesa, se dedicó a su tarea a la luz de la vela... esa vela hecha con grasa de cadáver.
Era evidente que la maldición lanzada por su madre al morir no le molestaba en absoluto. Una vez satisfecho, su ansia de sangre saciada descartó toda posibilidad de venganza. Ni siquiera era lo suficientemente supersticioso como para creer que la bruja pudiera volver de la tumba. Permaneció bastante tranquilo allí sentado, todo un caballero civilizado. La vela proyectaba sombras ominosas sobre el cuarto en penumbra, pero él no lo notó... hasta que fue demasiado tarde. Entonces, alzó la vista... para ver la vela de grasa de cadáver retorcerse hasta adquirir una vida monstruosa.
La maldición de su madre...
¡La vela -la vela hecha con grasa de cadáver- estaba viva ! Era una cosa sinuosa, y que se retorcía, moviéndose en su candelabro con un propósito siniestro.
El extremo de la llama pareció brillar con intensidad y adquirir un súbito y terrible parecido. El presidente, sorprendido, vio la cara ígnea de su madre ; una cara diminuta y arrugada de fuego, con un cuerpo de grasa de cadáver que se lanzó hacia el hombre con espantosa facilidad. La vela se estiraba como si estuviera derritiéndose ; se estiraba y extendía hacia él de un modo terrible.
El presidente de Haití aulló, pero era demasiado tarde. La resplandeciente llama del extremo se apagó, quebrando el hechizo hipnótico que mantenía en trance al hombre. Y en ese momento la vela saltó, mientras la habitación desaparecía en la temida oscuridad. Era una oscuridad horrible, llena de gemidos y el sonido de un cuerpo debatiéndose que se hizo cada vez más y más débil...
Estaba inmóvil cuando los guardias entraron y encendieron las luces de nuevo. Sabían lo de la vela de grasa de cadáver y la maldición de la madre-bruja. Ésa es la razón por la que fueron los primeros en anunciar la muerte del presidente ; los primeros en meterle una bala en la nuca y afirmar que se había suicidado.
Le contaron la historia al sucesor del presidente, y éste dio órdenes de que se abandonara la cruzada contra el vudú. Era mejor así, pues el nuevo gobernante no deseaba morir. Los guardias le explicaron por qué le habían disparado al presidente y dicho que había sido suicidio, y su sucesor no quiso arriesgarse a caer en la Maldición de la Serpiente.
Pues el presidente de Haití había sido estrangulado por la vela de grasa del cadáver de su madre... «una vela de grasa de cadáver que estaba enroscada alrededor de su cuello como una serpiente gigantesca.»



EL VAMPIRO ESTELAR -- ROBERT BLOCH

EL VAMPIRO ESTELAR
ROBERT BLOCH

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Confieso que sólo soy un simple escritor de relatos fantásticos. Desde mi más temprana infancia me he sentido subyugado por la secreta fascinación de lo desconocido y lo insólito. Los temores innominables, los sueños grotescos, las fantasías más extrañas que obsesionan nuestra mente, han tenido siempre un poderoso e inexplicable
atractivo para mí. En literatura, he caminado con Poe por senderos ocultos; me he arrastrado entre las sombras con Machen; he cruzado con Baudelaire las regiones de las hórridas estrellas, o me he sumergido en las profundidades de la tierra, guiado por los relatos de la antigua ciencia. Mi escaso talento para el dibujo me obligó a intentar describir con torpes palabras los seres fantásticos que moran en mis sueños tenebrosos. Esta misma inclinación por lo sinientro se manifestaba también en mis preferencias musicales. Mis composiciones favoritas eran la Suite de los Planetas y otras del mismo género. Mi vida interior se convirtió muy pronto en un perpetuo festín de horrores fantásticos, refinadamente crueles. En cambio, mi vida exterior era insulsa. Con el transcurso del tiempo, me fuí haciendo cada vez más insociable, hasta que acabé por llevar una vida tranquila y filosófica en un mundo de libros y sueños.
El hombre debe trabajar para vivir. Incapaz, por naturaleza, de todo trabajo manual, me sentí desconcertado en mi adolescencia ante la necesidad de elegir una profesión. Mi tendencia a la depresión vino a complicar las cosas, y durante algún tiempo estuve bordeando el desastre económico más completo. Entonces fue cuando me decidí a escribir.
Adquirí una vieja máquina de escribir, un montón de papel barato y unas hojas de carbón. Nunca me preocupó la búsqueda de un tema. ¿Qué mejor venero que las ilimitadas regiones de mi viva imaginación? Escribiría sobre temas de horror y oscuridad y sobre el enigma de la Muerte. Al menos, en mi inexperiencia y candidez, éste era mi propósito.
Mis primeros intentos fueron un fracaso rotundo. Mis resultados quedaron lastimosamente lejos de mis soñados proyectos. En el papel, mis fantasías más brillantes se convirtieron en un revoltijo insensato de pesados adjetivos, y no encontré palabras de uso corriente con que expresar el terror portentoso de lo desconocido. Mis primeros manuscritos resultaron mediocres, vulgares; las pocas revistas especializadas de este género los rechazaron con significativa unanimidad. Tenía que vivir. Lentamente, pero de manera segura, comencé a ajustar mi estilo a mis ideas. Trabajé laboriosamente las palabras, las frases y las estructuras de las oraciones. Trabajé, trabajé duramente en ello. Pronto aprendí lo que era sudar. Y por fin, uno de mis relatos fue aceptado; después un segundo, y un tercero, y un cuarto. En seguida comencéa dominar los trucos más elementales del oficio, y comencé finalmente a vislumbrar mi porvenir con cierta claridad.Retorné con el ánimo más ligero a mi vida de ensueños y a mis queridos libros. Mis relatos me proporcionaban medios un tanto escasos para subsistir, y durante cierto tiempo no pedí más a la vida. Pero esto duró poco. La ambición, siempre engañosa, fue la causa de mi ruina.
Quería escribir un relato real; no uno de esos cuentos efímeros y estereotipados que producía para las revistas, sino una verdadera obra de arte. La creación de semejante obra maestra llegó a convertirse en mi ideal. Yo no era un buen escritor, pero ello no se debía enteramente a mis errores de estilo. Presentía que mi defecto fundamental radicaba en el asunto escogido Los vampiros, hombres-lobos, los profanadores de cadáveres, los monstruos mitológicos, constituían un material de escaso mérito. Los temas e imagenes vulgares, el empleo rutinario de adjetivos, y un punto de vista prosaicamente antropocéntrico, eran los principales obstáculos para producir un cuento fantástico realmente bueno. Debía elegir un tema nuevo, una intriga verdaderamente extraordinaria. ¡Si pudiera concebir algo realmente teratológico, algo monstruosamente increíble!
Estaba ansioso por aprender las canciones que cantaban los demonios al precipitarse más allá de las regiones estelares, por oír las voces de los dioses antiguos susurrando sus secretos al vacío preñado de resonancias. Deseaba vivamente conocer los terrores de la tumba, el roce de las larvas en mi lengua, la dulce caricia de una podrida mortaja sobre mi cuerpo. Anhelaba hacer mías las vivencias que yacen latentes en el fondo de los ojos vacíos de las momias, y ardía en deseos de aprender la sabiduría que sólo el gusano conoce. Entonces podría escribir la verdad, y mis esperanzas se realizarían cabalmente. Busqué el modo de conseguirlo. Serenamente, comencé a escribirme con pensadores y soñadores solitarios de todo el país. Mantuve correspondencia con un eremita de los montes occidentales, con un sabio de la región desolada del norte, y con un místico de Nueva Inglaterra. Por medio de éste, tuve conocimiento de algunos libros antiguos que eran tesoro y reliquia de una ciencia extraña. Primero me citó con mucha reserva, algunos pasajes del legendario Necronomicón, luego se refirió a cierto Libro de Eibon, que tenía fama de superar a los demás por su carácter demencial y blasfemo. Él mismo había estudiado aquellos volúmenes que recogían el terror de los Tiempos Originales, pero me prohibió que ahondara demasiado en mis indagaciones. Me dijo que, como hijo de la embrujada ciudad de Arkham, donde aún palpitan y acechan sombras de otros tiempos, había oído cosas muy extrañas, por lo que decidió apartarse prudentemente de las ciencias negras y prohibidas. Finalmente, después de mucho insistirle, consintió de mala gana en proporcionarme los nombres de ciertas personas que a su juicio podrían ayudarme en mis investigaciones. Mi corresponsal era un escritor de notable brillantez; gozaba de una sólida reputación en los círculos intelectuales más exquisitos, y yo sabía que estaba tremendamente interesado en conocer el resultado de mi iniciativa. Tan pronto como su preciosa lista estuvo en mis manos, comencé una masiva campaña postal con el fin de conseguir libros deseados. Dirigí mis cartas a varias universidades, a bibliotecas privadas, a astrólogos afamados y a dirigentes de ciertos cultos secretos de nombres oscuros y sonoros. Pero aquella labor estaba destinada al fracaso. Sus respuestas fueron manifiestamente hostíles. Estaba claro que quienes poseían semejante ciencia se enfurecían ante la idea de que sus secretos fuesen develados por un intruso. Posteriormente, recibí varias cartas anónimas llenasde amenazas, e incluso una llamda telefónica verdadramente alarmante. Pero lo que más me molestó, fue el darme cuenta de que mis esfuerzos habían resultado fallidos. Negativas, evasivas, desaires, amenazas.... ¡aquello no me servía de nada! Debía buscar por otra parte. ¡Las librerías! Quizá descubriese lo que buscaba en algún estante olvidado y polvoriento. Entonces comencé una cruzada interminable. Aprendí a soportar mis numerosos desengaños con impasible tranquilidad. En ninguna de las librerías que visité habían oído hablar del espantoso Necronomicón, del maligno Libro de Eibon, ni del inquietante Cultes des Goules. La perseverancia acaba por triunfar. En una vieja tienda de South Dearborn Street, en unas estanterías arrinconadas, acabé por encontrar lo que estaba buscando. Allí, encajado entre dos ediciones centenarias de Shakespeare, descubrí un gran libro negro con tapas de hierro. En ellas, grabado a mano, se leía el título, De Vermis Mysteriis , "Misterios del Gusano". El propietario no supo decirme de dónde procedía el libro aquél. Quizá lo había adquirido hace un par de años en algún lote de libros de segunda mano. Era evidente que desconocía su naturaleza, ya que me lo vendió por un dólar. Encantado por su inesperada venta, me envolvió el pesado mamotreto, y me despidió con amable satisfacción.
Yo me marché apresudaramente con mi precioso botín debajo del brazo. ¡Lo que había encontrado! Ya tenía referencias del libro. Su autor era Ludvig Prinn, y había perecido en la hoguera inquisitorial, en Bruselas, cuando los juicios por brujería estaban en su apogeo. Había sido un personaje extraño, alquimista, nigromante y mago de gran reputación; alardeaba de haber alcanzado una edad milagrosa, cuando finalmente fue inmolado por el fiero poder secular. De él se decía que se proclamaba el único superviviente de la novena cruzada, y exhibía como prueba ciertos documentos mohosos que parecían atestiguarlo. Lo cierto es que, en los viejos cronicones, el nombre de Ludvig Prinn figuraba entre los caballeros servidores de Monserrat, pero los incrédulos lo seguían coniderando como un chiflado y un impostor, a lo sumo descendiente de aquel famoso caballero. Ludvig atribuía sus conocimientos de hechicería a los años en que había estado cautivo entre los brujos y encantadores de Siria, y hablaba a menudo de sus encuentros con los djinns y los efreets de los antiguos mitos orientales. Se sabe que pasó algún tiempo en Egipto, y entre los santones libios circulan ciertas leyendas que aluden a las hazañas del viejo adivino en Alejandría. En todo caso, pasó sus postreros días en las llanuras de Flandes, su tierra natal, habitando -lugar muy adecuado- las ruinas de un sepulcro prerromano que se alzaba en un bosque cercano a Bruselas. Se decía que allí moraba en las sombras, rodeado de demonios familiares y terribles sortilegios. Aún se conservan manuscritos que dicen , en forma un tanto evasiva, que era asistido por "compañeros invisibles" y "servidores enviados de las estrellas". Los campesinos evitaban pasar la noche por el bosque donde habitaba, no le gustaban cierton ruidos que resonaban cuando había luna llena, y preferían ignorar qué clase de seres se prosternaban ante los viejos altares paganos que se alzaban, medio desmoronados, en lo más oscuro del bosque. Sea como fuere, después de ser apresado Prinn por los esbirros de la Inquisición , nadie vio las criaturas que había tenido a su servicio. Antes de destruir el sepulcro donde había morado, los soldados lo registraron a fondo, y no encontraron nada. Seres sobrenaturales, instrumentos extraños, pócimas.... todo había desaparecido de la manera más misteriosa. Hicieron un minuciosos reconocimiento del bosque prohibido, pero sin resultado. Sin embargo, antes de que terminara el proceso de Prinn, saltó sangre fresca en los altares, y también en el potro de tormento. Pero ni con las más atroces torturas lograron romper su silencio. Por último, cansados de interrogar, arrojaron al viejo hechicero a una mazmorra. Y fue durante su prisión, mientras aguardaba la sentencia, cuando escribió ese texto morboso y horrible, De Vermis Mysteriis, conocido hoy por los Misterios del Gusano. Nadie se explica como pudo lograrlo sin que los guardianes lo sorprendieran; pero un año después de su muerte, el texto fue impreso en Colonia. Inmediatamente después de su aparición, el libro fue prohibido. Pero ya se habían distribuido algunos ejemplares, de los que se sacaron copias en secreto. Más adelante, se hizo una nueva edición, censurada y expurgada, de suerte que únicamente se considera auténtico el texto original latino. A lo largo de los siglos, han sido muy pocos los que han tenido acceso a la sabiduría que encierra este libro. Los secretos del viejo mago sólo son conocidos hoy por algunos iniciados, quienes, por razones muy concretas, se oponen a todo intento de propagarlos.
Esto era, en resumen, lo que sabía del libro que había venido a parar a mis manos. Aun como mero coleccionista, el libro representaba un hallazgo fenomenal; pero, desgraciadamente, no podía juzgar su contenido, porque estaba en latín. Como sólo conozco unas cuantas palabras sueltas de esa lengua, al abrir sus páginas mohosas me tropecé con un obstáculo insuperable. Era exasperante poseer aquel tesoro de saber oculto, y no tener la clave para desentrañarlo.
Por un momento, me sentí desesperado. No me seducía la idea de poner un texto de semejante naturaleza en manos de un latinista de la localidad. Más tarde tuve una inspiración. ¿Por qué no coger el libro y visitar a mi amigo para solicitar ayuda? Él era un erudito, leía en su idioma a los clásicos, y probablemente las espantosas revelaciones de Prinn le impresionarían menos que a otros. Sin pensarlo más le escribí apresudaramente y muy poco después recibí su contestación. Estaba encantado en ayudarme. Por encima de todo, debía ir inmediatamente.
Providence es un pueblo agradable. La casa de mi amigo era antigua, de un estilo georgiano bastante caro. La plantabaja era una maravilla de ambiente colonial. El piso alto, sombreado por las dos vertientes del tejado e iluminado por una amplia ventana, servía de estudio a mi anfitrión. Allí reflexionamos durante la espantosa y memorable noche del pasado abril, junto a la gran ventana abierta a la mar azulada. Era una noche sin luna, una noche lívida en que la niebla llenaba la vacía oscuridad de sombras aladas. Todavía puedo imaginar con nitidez la escena: la pequeña habitación iluminada por la luz de la lámpara, la mesa grande, las sillas de alto respaldo... Los libros tapizaban las paredes, los manuscritos se apilaban aparte, en archivadores especiales. Mi amigo y yo estábamos sentados junto a la mesa, ante el misterioso volumen. El delgado perfil de mi amigo proyectaba una sombra inquieta en la pared, y su semblante de cera adoptaba, a la luz mortecina una apariencia furtiva. En el ambiente flotaba como el presagio de una portentosa revelación. Yo sentía la presencia de unos secretos que acaso no tardarían en revelarse. Mi compañero era sensible también a esta atmósfera expectante. Los largos años de soledad habían agudizado su intuición hasta un extremo inconcebible. No era el frío lo que le hacía temblar en su butaca, ni era la fiebre la que hacía llamear sus ojos con un fulgor de piedras preciosas. Aun antes de abrir aquel libro maldito, sabía que encerraba una maldición. El olor a moho que desprendían sus páginas antiguas traía consigo un vaho que parecía brotar de la tumba. Sus hojas descoloridas estaban carcomidas por los bordes. Su encuadernación de cuero estaba roída por las ratas, acaso por unas ratas cuyo alimento habitual fuera singularmente horrible. Aquella noche había contado a mi amigo la historia del libro, y lo había desempaquetado en su presencia. Al principio parecía deseoso, ansioso diría yo, por empezar enseguida su traducción. Ahora, en cambio, vacilaba. Insistía en que no era prudente leerlo. Era un libro de ciencia maligna. ¿Quién sabe qué conocimientos demoníacos se ocultaban en sus páginas, o qué males podían sobrevenir al intruso que se atreviese a profanar sus secretos? No era conveniente saber demasiado. Muchos hombres habían muerto por practicar la ciencia corrompida que contenían esas páginas. Me rogó que abandonara mi investigación, ahora que no lo había leído aún, y que tratara de inspirarme en fuentes más saludables. Fui un necio. Rechacé precipitadamente sus objeciones con palabras vanas y sin sentido. Yo no tenía miedo. Podríamos echar al menos una mirada al contenido de nuestro tesoro. Comencé a pasar hojas. El resultado fue decepcionante. Su aspecto era el de un libro antiguo y corriente de hojas amarillentas y medio deshechas, impreso en gruesos caracteres latinos... y nada más, ninguna ilustración, ningún grabado alarmante. Mi amigo no pudo resistir la tentación de saborear semejante rareza bibliográfica. Al cabo de un momento, se levantó para echar una ojeada al texto por encima de mi hombro; luego, con creciente interés, enpezó a leer en voz baja algunas frases en latín. Por último, vencido ya por el entusiasmo, me arrebató el precioso volumen, se sentó junto a la ventana y se puso a leer pasajes al azar. De cuando en cuando, los traducía al inglés.
Sus ojos relampagueaban con un brillo salvaje. Su perfil cadavérico expresaba una concentración total en los viejos caracteres que cubrían las páginas del libro. Cuando traducía en voz alta, las frases retumbaban como una letanía del diablo; luego, su voz se debilitaba hasta convertirse en un siseo de víbora. Yo tan sólo comprendía algunas frases sueltas porque, en su ensimismamiento, parecía haberse olvidado de mí. Estaba leyendo algo referente a hechizos y encantamientos. Recuerdo que el texto aludía a ciertos dioses de la adivinación, tales como el Padre Yig, Han el Oscuro y Byatis, cuya barba estaba formada de serpientes. Yo temblaba, ya conocía esos nombres terribles. Pero más habría temblado, si hubiera llegado a saber lo que estaba a punto de ocurrir. Y no tardó en suceder. De repente, mi amigo se volvió hacia mí, preso de una gran agitación. Con voz chillona y exitada me preguntó si recordaba las leyendas sobre las hechicerías de Prinn, y los relatos sobre servidores invisibles que había hecho venir desde las estrellas. Dije que sí, pero sin comprender la causa de su repentino frenesí. Entonces me explicó el motivo de su agitación. En el libro, en un capítulo que trataba de los demonios familiares,había encontrado una especie de plegaria o conjuro que tal vez fuera el que Prinn había empleado para traer a sus invisibles servidores desde los espacios ultraterrestres. Ahora iba a escuchar, él me lo leería. Yo permanecí sentado como un tonto, ignorante de lo que iba a pasar. ¿Por qué no gritaría entonces, por qué no trataría de escapar o de arrancarle de las manos aquel códice monstruoso? Pero yo no sabía nada, y me quedé sentado adonde estaba, mientras mi amigo, con voz quebrada por la violenta excitación, leía una larga y sonora invocación:
"Tibi, Magnum Innominandum, signa stellarum nigrarum et bufaniformis Sadoquae sigillum"...
El ritual siguió adelante; las palabras se alzaron como aves nocturnas de terror y muerte; temblaron como llamas en el aire tenebroso y contagiaron su fuego letal a mi cerebro. Los acentos atronadores de mi amigo producían un eco infinito, más allá de las estrellas más remotas. Era como si su voz, a través de enormes puertas primordiales, alcanzara regiones exteriores a toda dimensión en busca de su oyente, y lo llamara a la tierra. ¿Era todo una ilusión? No me paré a reflexionar. Y aquella llamada, proferida de manera casual, obtuvo respuesta. Apenas se había apagado la voz de mi amigo en nuestra habitación, cuando sobrevino el terror. El cuarto se tornó frío. Por la ventana entró aullando un viento repentino que no era de este mundo. En él cabalgaba como un plañido, como una nota perversa y lejana; al oírla, el semblante de mi amigo se convirtió en una pálida máscara de terror. Luego, las paredes crujieron y las hojas de la ventana se combaron ante mis ojos atónitos. Desde la nada que se abría más allá de la ventana, llegó un súbito estallido de lúbrica brisa, unas carcajadas histéricas, que parecían producto de la más completa locura. Aquellas carcajadas que no profería boca alguna alcanzaron la última quintaescencia del horror.
Lo demás ocurrió a una velocidad pasmosa. Mi amigo se lanzó hacia la ventana y comenzó a gritar, manoteando como si quisiera zafarse del vacío. A la luz de la lámpara vi sus rasgos contraídos en una mueca de loca agonía. Un momento después, su cuerpo se levantó del suelo y comenzó a doblarse hacia atrás, en el aire, hasta un grado imposible. Inmediatamente, sus huesos se rompieron con un chasquido horrible y su figura quedó colgando en el vacío. Tenía los ojos vidriosos, y sus manos se crispaban compulsivamente como si quisiera agarrar algo que yo no veía. Una vez más, se oyó aquella risa vesánica, ¡pero ahora provenía de dentro de la habitación!
Las estrellas oscilaban en roja angustia, el viento frío silbaba estridente en mis oídos. Me encogí en mi silla, con los ojos clavados en aquella escena aterradora que se desarrollaba ante mí. Mi amigo empezó a gritar. Sus alaridos se mezclaban con aquella risa perversa que surgía del aire. Su cuerpo combado, suspendido en el espacio, se dobló nuevamente hacia atrás, mientras la sangre brotaba de su cuello desgarrado como agua roja de un surtidor.
Aquella sangre no llegó a tocar el suelo. Se detuvo en el aire, y cesó la risa, que se convirtió en un gorgoteo nauseabundo. Dominado por en vértigo del horror, lo comprendí todo. ¡La sangre estaba alimentando a un ser invisible del más allá! ¿Qué entidad del espacio había sido invocada tan repentina e inconscientemente? ¿Qué era aquél monstruoso vampiro que yo no podía ver?
Después, aún tuvo lugar una espantosa metamorfosis. El cuerpo de mi compañero se encogió, marchito ya y sin vida. Por último, cayó en el suelo y quedó horriblemente inmóvil. Pero en el aire de la estancia sucedió algo pavoroso. Junto a la ventana, en el rincón, se hizo visible un resplandor rojizo.... sangriento. Muy despacio, pero en forma contínua, la silueta de la Presencia fue perfilándose cada vez más, a medida que la sangre iba llenando la trama de la invisible entidad de las estrellas. Era una inmensidad de gelatina palpitante, húmeda y roja, una burbuja escarlata con miles de apéndices, unas bocas que se abrían y cerraban con horrible codicia... Era una cosa hinchada y obscena, un bulto sin cabeza, sin rostro, sin ojos, una especie de buche ávido, dotado de garras, que había brotado del cielo estelar. La sangre humana con la que se había nutrido revelaba ahora los contornos del comensal. No era espectáculo para presenciarlo un humano.
Afortunadamente para mi equilibrio mental, aquella criatura no se demoró ante mis ojos. Con un desprecio total por el cadáver fláccido que yacía en el suelo, asió el espantoso libro con un tentáculo viscoso y retorcido, y se dirigió a la ventana con rapidez. Allí, comprimió su tembloroso cuerpo de gelatina a través de la abertura. Desapareció, y oí su risa burlesca y lejana, arrastrada por las ráfagas del viento, mientras regresaba a los abismos de donde había venido.
Eso fue todo. Me quedé solo en la habitación, ante el cuerpo roto y sin vida de mi amigo. El libro había desaparecido. En la pared había huellas de sangre y abundantes salpicaduras en el suelo. El rostro de mi amigo era una calavera ensagrentada vuelta hacia las estrellas.
Permanecí largo rato sentado en silencio, antes de prenderle fuego a la habitación. Después, me marché. Me reí, porque sabía que las llamas destruirían toda huella de lo ocurrido. Yo había llegado aquella misma tarde. Nadie me conocía ni me había visto llegar. Tampoco me vio nadie partir, ya que huí antes de que las llamas empezaran a propagarse. Anduve horas y horas, sin rumbo, por las torcillas calles, sacudido por una risa idiota, cada vez que divisaba las estrellas inflamadas, cruelmente jubilosas, que me miraban furtivamente a través de los desgarrones de la niebla fantasmal.
Al cabo de varias horas, me sentí lo bastante calmado para tomar el tren. Durante el largo viaje de regreso, estuve tranquilo, y lo he estado igualmente ahora, mientras escribía esta relación de los hechos. Tampoco me alteré cuando leí en la prensa la noticia de que mi amigo había fallecido en un incendio que destruyó su vivienda.
Solamente a veces, por la noche, cuando brillan las estrellas, los sueños vuelven a conducirme hacia un gigantesco laberinto de horror y locura. Entonces tomo drogas, en un vano intento por disipar los recuerdos que me asaltan mientras duermo. Pero esto tampoco me preocupa demasiado, porque sé que no permaneceré mucho tiempo aquí.
Tengo la certeza de que veré, una vez más, aquella temblorosa entidad de las estrellas. Estoy convencido de que pronto volverá para llevarme a esa negrura que es hoy morada de mi amigo. A veces deseo vivamente que llegue ese día, porque entonces aprenderé yo también, de una vez para siempre, los Misterios del Gusano.


HOMBRE CON MANIAS -- ROBERT BLOCH

Hombre con manías
Robert Bloch

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Serían mas o menos las diez cuando salí del hotel. La noche era cálida y necesitaba beber algo.
Era insensato probar en el bar del hotel porque el lugar era como un manicomio. La Convención de jugadores de bolos también lo había invadido.
Bajando por Euclid Avenue tuve la impresión de que todo Cleveland estaba lleno de jugadores de bolos. Y lo curioso es que la mayoría de ellos parecían ir en busca de algo que beber. Cada taberna que pase estaba abarrotada de hombres en mangas de camisa, con sus distintivos. Y no porque necesitaran identificación, la mayor parte llevaba en la mano la característica bolsa con la bola dentro.
Cuando Washington Irving escribió sobre Rip van Winkle y los enanos, demostró que entendía perfectamente a los jugadores de bolos. Bueno, en esta Convención no había enanos..., solo bebedores de tamaño natural. Cualquier zumbido de truenos de las distantes montañas hubiera sido ahogado por los gritos y las carcajadas.
Yo deseaba quedar al margen. Así que deje Euclid y seguí andando al azar, en busca de un lugar tranquilo. Mi propia bolsa empezaba a pesarme. En realidad, me proponía llevarla a la estación y dejarla en consigna hasta la hora del tren, pero antes necesitaba beber.
Por fin encontré un lugar. Era un local oscuro, tétrico, pero también desierto. El encargado de la barra estaba completamente solo, en un extremo, escuchando un partido por radio.
Me senté cerca de la puerta y deposite la bolsa sobre el taburete, a mi lado. Pedí una cerveza:
-Traigame una botella - dije - , así no tendré que interrumpirle.
Lo hacia solo por mostrarme amable, pero podía haberme evitado la molestia. Antes de tener la oportunidad de volver a su partido, entro otro cliente.
-Whisky doble, olvidese del agua.
Levanté la cabeza.
Los jugadores de bolos habían ocupado efectivamente la ciudad. El cliente era un hombre grueso, de unos cuarenta anos, con arrugas que le Ilegaban casi arriba de la calva. Lle- vaba abrigo y la inevitable bolsa: negra, abultada, muy pa- recida a la mía. Mientras le miraba, la colocó cuidadosamente sobre el taburete contiguo y alcanzó su vaso.
Echó la cabeza hacia atrás y tragó. Pude ver el movimiento de su cuello blancuzco. Luego empujó el vaso vacío:
-Otro - dijo al de la barra- . Y baje la radio, ¿quiere, Mac?
Sacó un puñado de billetes. Por un momento la expresión del de la barra dudo entre una mueca y una sonrisa. Pero al ver los billetes lloviendo sobre la barra, ganó la sonrisa. Se encogió de hombros, manipulo el control del volumen y redujo la voz del comentarista a un lejano zumbido. Yo sabia lo que estaba pensando: "Si me pidiera cerveza le mandaría al infierno, pero este tío esta pagando whisky".
El segundo vaso bajo casi tan de prisa como el volumen de la radio.
-Otro- ordenó el fornido.
El de la barra volvió, le sirvió, cogió el dinero, lo metió en la caja registradora y marchó al extremo del mostrador. Allí se agachó sobre la radio, tratando de captar la voz del comentarista.
Contemplé como desaparecía el tercer vaso. El cuello del desconocido era, ahora, de un rojo vivo. Tres vasos de whisky en dos minutos producen maravillas en la tez. También sueltan la lengua.
-Juegos de pelota- masculló el desconocido .- No comprendo como alguien puede escuchar ese rollo... - Se secó la frente y me miró . -A veces, uno tiene la idea de que no hay nada mas en el mundo que aficionados al béisbol. Un puñado de locos desgañitandose por nada, durante todo el verano. Luego viene el otoño y empiezan los partidos de fútbol. Exactamente igual, solo que peor. Y tan pronto termina, empieza el baloncesto. ¡Santo Dios!, pero que ven en ello?
-Todo el mundo tiene alguna manía - dije.
-Sí. Pero, ¿qué clase de manía es esta? Quiero decir, ¿quién puede excitarse al ver a un grupo de monos peleando por agarrar una pelota? No me digan que les importa de verdad quien pierda o quien gane. Muchos van a un partido por diferentes razones. ¿Ha ido alguna vez a ver un partido, Mac?
-Alguna que otra vez.
-Entonces ya sabe de lo que estoy hablando. Les ha oído allí; les ha oído gritar. Esta es la razón por la que van..., por gritar. Y,¿ qué es lo que gritan? Se lo diré : ¡Matad al arbitro! Si, eso es lo que gritan: ¡Muerte al arbitro!
Terminé rápidamente lo que me quedaba de cerveza y empecé a bajar del taburete.
-Venga, una mas, Mac - me dijo . -Le invito.
Sacudí la cabeza.
-Lo siento, tengo que coger el tren a medianoche.
Miró el reloj.
-Tiene tiempo de sobra.
Abrí la boca para protestar, pero el de la barra estaba ya abriendo una botella y sirviendo whisky al forastero. Este volvía a hablarme:
-El fútbol es peor. Uno puede hacerse mucho daño jugando al fútbol, algunos se lastiman de verdad. Y esto es lo que la gente quiere ver. Y chico, cuando empiezan a gritar pidiendo sangre, se le revuelve a uno el estomago.
-No sé. Después de todo, es una forma inocente de liberar las represiones.
Puede que me entendiera, puede que no, pero asintió con la cabeza.
-Libera algo, como usted dice, pero no estoy seguro de que sea tan inocente. Fijese en el boxeo y en la lucha libre. ¿Llama usted deporte a eso? ¿Le llamaria pasatiempo, manía...?
-Bueno- ofrecí ,- a la gente le gusta ver c6mo se sacuden.
-Claro, solo que no lo confiesan. -Su rostro ahora estaba completamente rojo; empezaba a sudar .- ¿Y qué me dice de la caza y la pesca? Si lo piensa bien, viene a ser lo mismo. Só1o que ahí es uno mismo el que mata. Coge un arma y dispara contra un pobre animal tonto. 0 corta un gusano vivo y lo mete en un anzuelo y el anzuelo corta la boca de un pez, y usted lo encuentra excitante, ¿no?, cuando entra el anzuelo y pincha y destroza...
-Espere un momento. Puede que no este mal. ¿Que es un pez? Si asi se evita que la gente sea sadica...
-Déjese de palabras rimbombantes - me interrumpió. Luego me guin6 el ojo .- Sabe que es cierto. Todo el mun-do siente esta necesidad, tarde o temprano. Ni los juegos ni el boxeo les satisfacen realmente. Asi que, de vez en cuando o con frecuencia, necesitamos tener una guerra. Entonces hay una buena excusa para matar de verdad. Millones.
Nietzsche creia ser un filosofo lugubre. Tenfa que haber sabido lo de los whiskis dobles.
-¿Que soluci6n encuentra? - Me esforce por eliminar el sarcasmo de mi voz . -¿Cree que se haria menos dano si se suprimieran las leyes contra el crimen?
-Tal vez. - El calvo contempó su vaso vacio .- Depende de quien fuera asesinado. Supóngase que solo se asesinaran a vagos y vagabundos. 0 a las putas, quiza. Ya me entiende, alguien sin familia, sin parientes, sin nada. Alguien que no se echara en falta. Uno podria salirse sin que le cogieran.
Me incline hacia delante, y mirandole fijamente le pregunté:
-¿Cree que podria?
No me miró. Contempó su bolsa antes de contestar.
-Entiendame, Mac - dijo con una sonrisa forzada . Yo no soy un asesino. Pero estaba pensando en un tipo que solía hacerlo. Aquí, en esta ciudad, ademas. Pero de eso hará unos veinte años.
-¿Le conoció? No, claro que no. Nadie le conocía, ahí esta lo bueno. Por eso se libraba siempre. Pero todo el mundo sabia de el. Lo único que había que hacer era leer los periódicos. - Terminó su vaso .- Le llamaban el Sajatorsos de Cleveland continuó- . En cuatro años cometió trece asesinatos, en Kingsbury y por los alrededores de Jackall Hill. La Policía se volvía loca tratando de encontrarle. Suponían que venía a la ciudad los fines de semana. Encontraba algún desgraciado o atraía a un vagabundo a un callejón o en los vertederos cerca de las vías. Les prometería darles una botella o algo. Y haría lo mismo con las mujeres. Después sacaba su navaja.
-Quiere decir que no eran pasatiempos, que no se engañaba. Iba a matar.
El hombre asintió.
-En efecto. Verdaderas emociones y un autentico trofeo final. Vera, le gustaba cortarles sus...
Me puse en pie y alargue la mano hacia la bolsa. El forastero se rió:
-No tenga miedo, Mac. Ese tío abandonó la ciudad en 1938 o así. Quizá cuando empezó la guerra se fue a Europa y allí se alistó. Formara parte de algún comando y así siguió haciendo lo mismo..., solo que entonces era un héroe en lugar de un asesino. ¿Me comprende?
-Tranquilo- le dije .- Le comprendo muy bien. Pero, no se lo tome así. La teoría es suya, no mía.
Bajó la voz:
-¿ Teoría? Puede que sí, Mac. Pero esta noche he tropezado con algo que le impresionaría de verdad. ¿Por que supone que he estado tragando todos esos vasos?
-Todos los jugadores de bolos beben - le dije . -Pero si realmente piensa así de los deportes, ¿cómo se ha hecho jugador de bolos?
El calvo se acercó a mi:
-Un hombre tiene derecho a tener manías, Mac, o estallaría. ¿Entiende?
Abrí la boca para contestarle, pero antes de poder hacerlo oí otro ruido. Ambos lo oímos a la vez..., el zumbido de una sirena en la calle.
El de la barra levantó la cabeza y comentó:
-Parece como si viniera hacia aquí, ¿verdad?
EI calvo se puso de pie y se encaminó a la puerta. Corrí tras el:
-Tome, no se olvide de la bolsa.
Ni me miró. Murmuró:
-Gracias. Gracias, Mac.
Y se fue. No se quedó en la calle, sino que se perdió por un callejón entre dos edificios cercanos. En un momento desapareció. Me quedé en el umbral mientras la sirena atronaba la calle. Un coche patrulla paró frente a la taberna, pero no paró el motor. Un sargento de uniforme llegaba siguiéndole por la acera, corriendo, y se paró sin aliento. Miro la acera, miró el interior de la taberna, me miró a mi.
-¿Ha visto a un hombre grueso, calvo, con una bolsa de jugador de bolos?- jadeó.
Tuve que decirle la verdad.
-Pues, si. Salió de aquí no hace ni un minuto...
-¿En que dirección?
Señalé entre los dos edificios y el gritó unas órdenes a los hombres del coche patrulla. El coche arrancó y el sargento se quedó atrás.
-Cuenteme - me dijo, empujándome otra vez dentro.
-Esta bien, pero, ¿de que se trata?
-Asesinato. En el hotel de la Convención de jugadores de bolos. Hace cosa de una hora. El botones le vio salir de la habitación de una mujer, y sospechó que era un amigo del bien ajeno, porque le vio utilizar la escalera en lugar del ascensor.
-¿Amigo de lo ajeno?
-Ratero..., ¿sabe? Rondan las convenciones, se meten en las habitaciones y roban lo que pueden. En todo caso, este salió corriendo de la habitación. El botones se fijó bien en el y avisó al policía de la casa. El policía encontró a la mujer en la cama. Le había rebanado el cuello, y bien. Pero el tipo llevaba mucha ventaja.
Respire profundamente:
-El hombre que estaba aquí - dije .- Robusto, calvo... Estuvo hablandome de el Sajatorsos de Cleveland. Pero pensé que estaba borracho o que...
-La descripción del botones concuerda con la que nos dio un vendedor de periódicos de esta calle. Le vio venir hacia aquí. Como usted dice, era un tío robusto y calvo.
Se quedó mirando mi bolsa.
-Se llevó la suya, ¿verdad?
Afirme con la cabeza.
-Esto fue lo que nos ayudo a seguirle hasta aquí. Su bolsa de jugador de bolos.
-¿Alguien la vio?, ¿la describió?
-No, no hacia falta describirla. ¿Se fijó en que vine corriendo por la acera? Estaba siguiendo el rastro. Y aquí mismo..., eche una mirada al suelo, debajo del taburete. Mire. Como puede observar no llevaba una bola en su bolsa. Las bolas no gotean.
Me senté en mi taburete y la habitación pareció dar vueltas. No me había fijado en la sangre antes. Levante la cabeza. Un policía entró en el local. Había venido corriendo a juzgar por cómo resoplaba, pero su rostro no estaba sofocado. Tenia un color blanco verdoso.
-¿Le alcanzaron?- preguntó el sargento.
-Lo que quedó de el. - El policía apartó la mirada .- No quiso detenerse. Disparamos por encima de su cabeza, a lo mejor oyó usted el disparo. Saltó valla que hay detrás de esta manzana, corrió hacia la vía y lo arrolló un mercancías.
-¿Esta muerto?
El sargento soltó una palabrota entre dientes.
-Entonces no podemos estar seguros - comentó . -Quiza, después de todo, no era mas que un ratero.
-Ya lo vera - dijo el policía .- Hanson trae su bolsa. Cayó lejos de el cuando el tren le embistió.
En aquel momento, otro policía entró con la bolsa. El sargento se la quitó de las manos y la puso sobre el mostrador.
-¿Era esta la que llevaba? - me preguntó.
-Si.
La voz se me pego a la garganta. Me volví, no quería ver como el sargento abría la bolsa. Ni quería ver sus rostros cuando miraran dentro. Pero, naturalmente, les oí. Creo que Hanson se mareó.
Di al sargento mi declaración oficial, tal como me pidió. Quería un nombre y una dirección y se los di. Hanson tomó nota de todo y me hizo firmar.
Le conte la conversación con el desconocido, toda la teoria del asesinato como manía o pasatiempo, la idea de elegir a los desgraciados de este mundo como víctimas, porque nadie les echaría en falta.
-Suena a loco, cuando se habla así, ¿verdad? Yo todo el tiempo creí que hacia comedia.
El sargento miró la bolsa y luego me miró a mi:
-No era comedia. Era, probablemente, la manera de funcionar de la mente de un asesino. Conozco bien su historia..., todos los de la Policía han estudiado los casos de el Sajatorsos, durante años. La historia concuerda. El asesino dejó la ciudad hace veinte anos, cuando la cosa se puso dificil . Probablemente se alistó en Europa y, tal vez, se quedó en los países ocupados cuando terminó la guerra. Después sintió la necesidad de volver a empezar de nuevo.
-¿Por que? -pregunté.
-¡Quien sabe! Puede que para el fuera un pasatiempo. Una especie de juego. Quizá le gustaba ganar trofeos. Pero imaginese el valor que tuvo, metiendose en plena Convención de jugadores de bolos y Ilevando a cabo semejante cosa. Con una bolsa para poder Ilevarse...
Imagino que se fijó en mi expresión, porque apoyó su mano en mi hombro.
-Perdóneme. Comprendo cómo se siente. Estuvo en gran peligro, hablando así con el. Probablemente el mas inteligente de los asesinos psicópatas que jamas hayan vivido. Considerase afortunado.
Asentí y me dirigí a la puerta. Todavía podría alcanzar el tren de medianoche. Coincidía con el sargento sobre el riesgo corrido, y sobre el mas inteligente de los asesinos psicópatas del mundo.
También estuve de acuerdo en lo afortunado que era. Quiero decir cuando, en el ultimo momento, el ratero salió huyendo de la taberna y yo le entregue la bolsa que goteaba. Fue una suerte para mi que jamas pudiera darse cuenta de que había cambiado mi bolsa por la suya.

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