Catálogo de las
ciencias
Alfarabi 870-950
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Alfarabi · Catálogo de las ciencias
Artículo I
Sobre la ciencia del lenguaje
La ciencia del lenguaje, en resumen, es de dos clases: 1ª, el saber de memoria
las palabras significativas en un pueblo cualquiera, y el conocimiento de lo que cada
una de ellas significa; 2ª, el conocimiento de las reglas de estas palabras. Reglas se
llaman en cada arte unas proposiciones universales, esto es, generales, que cada una
de ellas abarca muchas cosas de las que este arte comprende, hasta llegar a la
totalidad de las cosas, objeto de ella, o a su mayor parte. [Estas reglas] son usadas:
o para comprender con ellas lo que pertenece a este arte, a fin de que no entre en
ella lo que no le pertenece, o quede fuera de ella lo que le es propio; o para probar
con ellas (las reglas) lo que no hay seguridad de librarse de caer en error, o,
finalmente, para facilitar con ellas el estudio de lo que abarca el arte y su
conservación en la memoria. Las cosas individuales, muchas en número, solamente
vienen a ser artes, o a estar comprendidas en ellas, en cuanto que se contienen en
reglas conservadas en el alma del hombre, según un orden conocido; como, por
ejemplo, la escritura, la medicina, la [6] agricultura, el comercio y las demás artes, ya
sean prácticas, ya especulativas. Toda proposición es regla en cualquier arte, pues
ella se emplea, en cuanto que es regla, para una de las cosas que hemos indicado, o
para todas.
Por esta razón los antiguos llamaban reglas a todo instrumento por el que se
comprobaba [la verdad] de aquello en lo que es fácil que el sentido haya errado
respecto de la cantidad del cuerpo, o de su calidad, &c.; como, por ejemplo, la
plomada, el compás, la regla y las balanzas; y llamaban también reglas a los
compendios del cálculo y cuadros astronómicos. Los libros compendios que se
usan como recordatorios de los libros extensos, son también reglas, puesto que son
cosas de pequeño número que abarcan cosas de número más elevado; pero que
aprendiéndolas y conservándolas en la memoria, aunque pequeñas en número,
hemos aprendido otras de número mayor.
Volviendo ahora a lo que tratábamos, diré que las palabras significativas, en
cualquier lengua, son de dos clases: simples y compuestas. Las simples son, por
ejemplo, «el blanco, el negro, el hombre, el animal»; compuestas [oraciones] son
como si decimos: «el hombre es animal, Amru es blanco». De las simples, unas son
nombres propios, como «Zayd, Amru»; y otras significan los géneros y las especies
de las cosas como «el hombre, el caballo, el animal, el blanco, el negro». Las
simples, que significan los géneros y las especies, pueden ser nombres, verbos y
partículas. Los nombres y los verbos tienen como propiedades inherentes la
masculinidad y la feminidad [el género] [7] y el singular, dual y plural [el número]; el
verbo lleva consigo, especialmente, la idea de tiempo: pretérito, presente y futuro.
La ciencia del lenguaje, en todo pueblo, se divide en siete grandes partes:
ciencia de las palabras simples; ciencia de las palabras compuestas [oraciones];
ciencia de las reglas en virtud de las cuales son simples las palabras; regla en virtud
de las cuales son compuestas las palabras; reglas de corrección de la escritura; reglas
de corrección de la lectura, y reglas de los versos.
La ciencia de las palabras simples significativas abarca el conocimiento de
aquello que cualquier palabra simple signifique, ya estas palabras signifiquen los
géneros de las cosas y sus especies; su conservación en la memoria; y distinguir
cuáles de todas ellas son exclusivas de aquella lengua, cuáles son las tomadas de
otra lengua, cuáles las extranjeras a ella, y cuáles las vulgares y usadas por todos. La
ciencia de las palabras compuestas [es] el conocimiento de las frases por que se
encuentra que han sido compuestas en un pueblo cualquiera –las cuales frases son
las que han inventado sus oradores y sus poetas y con las que se expresan sus
hombres elocuentes de renombre general– y [el conocimiento] de la transmisión
oral de estas frases y su conservación en la memoria, sean largas o cortas, medidas
o no medidas.
La ciencia de las reglas de las palabras simples trata primeramente del número
de letras del alfabeto; del órgano de la voz por el que cada una se emite; de las
consonantes y de las que no son consonantes; de [8] las que se combinan entre sí
en aquella lengua, y de las que no se combinan; de las menos que se han de
combinar para formar una nueva palabra significativa; del mayor número en que se
pueden combinar [para formarla]; de las letras regulares, es decir, las que no se
cambian en la forma de las palabras cuando a éstas se les unen sus características de
dualidad, pluralidad, masculinidad, feminidad, derivación, &c.; de las letras con las
que se cambian la palabras, al unirles estas características; de las letras que se
contraen con las que se encuentran. Después de esto da reglas de las palabras
simples, y distingue entre las formas primeras, que no se derivan de ninguna otra, y
las que son derivadas; da las formas de las clases de palabras derivadas, y distingue
entre las formas primeras y entre las que son nombres de acción –aquellas de las
cuales se forma el verbo– y las que no lo son, y [enseña] cómo se han de cambiar
los nombres de acción para convertirse en verbos; enseña las clases de formas
verbales y lo que hay que hacer con los verbos para que resulten de mandato o de
prohibición.
Clasifica los verbos por razón de su cantidad en trilíteros o cuadrilíteros o de
más [radicales], duplicados o no duplicados, y por razón de su cualidad en sanos y
defectivos; enseña cómo se ordena todo esto en relación a la masculinidad y
feminidad [al género] y a la dualidad y pluralidad [número], a las personas de sus
verbos y a todos sus tiempos (las personas de los verbos son yo, tú, aquello, él). Y
finalmente trata [esta parte de la ciencia del lenguaje] de las palabras [9] de difícil
pronunciación, y de lo que se debe hacer para que se cambien y su pronunciación
se facilite.
La ciencia de las reglas de las palabras compuestas es de dos clases: una da la
regla de los signos con que se componen los pronombres y los verbos; la segunda
expone las reglas sobre cuáles sean los modos de la composición y del orden
recíproco (?) en aquella lengua. La ciencia de las reglas de los signos [de las
palabras] es la que los árabes llaman gramática. Esta enseña: que los signos sólo
sirven primero para los nombres, después para los verbos; que unos signos de los
nombres están en sus comienzos, como el álif y el lam, el artículo en la lengua árabe,
o lo que haga sus veces en los restantes idiomas, y otros signos están en el final de
las palabras –los signos finales– que son los llamados letras desinenciales; que los
verbos no tienen signos primeros [artículo], sino solamente signos finales; estos
signos finales de los nombres y de los verbos son en árabe, por ejemplo, los tanwin,
las tres vocales, el socún y cualquiera otra cosa de las que se emplean en la lengua
árabe con signos.
Enseña [además la gramática] que hay palabras que no usan en la flexión todos
los signos, sino que por el contrario se construyen con uno solo, en todas las
formas en las cuales se componen otras palabras; que hay otras que emplean
algunos, y otras no los emplean en la flexión; y otras que los emplean todos.
Distingue [también la gramática] los signos de los nombres de los signos de los
verbos en los nombres que tienen flexión y en todas las formas en que la [10]
tienen; y comprende todas las formas en que los nombres se declinan, y las formas
en que los verbos se conjugan.
Después enseña en qué forma se une a cada nombre y a cada verbo cada
signo; da primeramente, en resumen, cada una de las formas de los nombres
singulares declinables, a los que en una forma se les une un signo cualquiera. Hace
lo mismo con los nombres femeninos, duales y plurales y con los verbos en
singular, en dual y en plural, hasta que completa todas las formas, en las que el
verbo se conjuga, con los signos que se les ha marcado. Después trata de los
nombres que se declinan en algunos casos, en cuáles se declinan y en cuáles no.
Luego se ocupa de los nombres declinables en un solo caso, y en qué caso son
declinables.
Por lo que toca a las partículas, de ordinario son todas indeclinables, y algunas
lo son con un sólo caso determinado. Otras hay que se declinan con algunos casos.
Nota lo siguiente: si estas partículas las componen palabras respecto de las cuales se
duda si son partículas, o nombres, o verbos, o se piensa respecto de ellas que
algunas tienen forma de nombre y otras tienen forma de verbo, conviene que [la
gramática] enseñe cuáles son ordinariamente nombres, y con qué casos se declinan,
y cuáles son ordinariamente verbos, y en qué casos se conjugan.
Respecto del modo que da reglas de la composición misma, primero
demuestra cómo se componen y ordenan las palabras en aquella lengua, y en
cuántos géneros, hasta que se convierten en frases; luego [11] enseña cuáles son el
orden y la composición más puros en la lengua de que se trata.
La ciencia de las reglas de la recta escritura distingue primeramente las letras
que se escriben en las líneas y cuáles no se escriben en ellas, y luego enseña el
método que se ha de seguir en lo que se escribe.
La ciencia de las reglas de la recta lectura enseña el lugar de los puntos; los
signos que se ponen junto a las letras, pero que no se escriben en las líneas [tasdid,
madda]; los signos por medio de los cuales se distinguen las letras comunes [iguales];
los signos que se ponen a las letras que al encontrarse se contraen, o se apoyan
unas en otras; los signos mediante los cuales se forman las sílabas de las frases,
distinguiendo entre los signos de las sílabas breves y los signos de las sílabas medias
y largas. Enseña [esta parte de la gramática] los signos de sostén (?) de las palabras
y frases ordenadas, y de las que se abrevian, y de las que se alargan entre sí.
La ciencia de las reglas de los versos, bajo el respecto que se parece a la ciencia
del lenguaje, tiene tres partes: 1ª Comprende el compendio de los metros usados en
los versos, sean metros simples, o compuestos; además, el compendio de las
combinaciones de las letras del alfabeto, de las cuales resulta en cada clase cada
metro, que son las llamadas por los árabes pies (asbab y autad) y por los griegos
sílabas y pies; y además la explicación de las medidas de las estrofas y los
hemistiquios y de la cantidad de letras con que se termina y se completa cada
estrofa en cada metro; y, finalmente, distingue entre los metros perfectos y [12] los
imperfectos, define cuáles sean más bellos y más dulces al oído.
2ª Trata de las terminaciones de las estrofas en cada metro; cuáles tienen una
sola terminación y cuáles tienen varias, y entre estas últimas cuál es completa, cuál
es aumentada y cuál es disminuida; qué terminaciones tiene una misma letra
conservada en todo el poema, y cuáles tienen varias letras conservadas en la casida;
y cuál es la mayor cantidad de letras que pueden tener las terminaciones de las
estrofas. Se ocupa además en las rimas que tienen varias letras sobre si se puede o
no se puede cambiar el lugar de algunas de ellas por otras que se pronuncien en el
mismo tiempo [que tengan la misma cantidad], y cuáles son éstas que se pueden
permutar por letras de la misma cantidad.
3ª Trata de lo que está permitido que hagan los poetas con las palabras
[licencias poéticas] y que no debe hacerse en la frase que no es verso.
Este es el conjunto de lo que trata cada parte de la gramática.
ciencias
Alfarabi 870-950
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Alfarabi · Catálogo de las ciencias
Artículo I
Sobre la ciencia del lenguaje
La ciencia del lenguaje, en resumen, es de dos clases: 1ª, el saber de memoria
las palabras significativas en un pueblo cualquiera, y el conocimiento de lo que cada
una de ellas significa; 2ª, el conocimiento de las reglas de estas palabras. Reglas se
llaman en cada arte unas proposiciones universales, esto es, generales, que cada una
de ellas abarca muchas cosas de las que este arte comprende, hasta llegar a la
totalidad de las cosas, objeto de ella, o a su mayor parte. [Estas reglas] son usadas:
o para comprender con ellas lo que pertenece a este arte, a fin de que no entre en
ella lo que no le pertenece, o quede fuera de ella lo que le es propio; o para probar
con ellas (las reglas) lo que no hay seguridad de librarse de caer en error, o,
finalmente, para facilitar con ellas el estudio de lo que abarca el arte y su
conservación en la memoria. Las cosas individuales, muchas en número, solamente
vienen a ser artes, o a estar comprendidas en ellas, en cuanto que se contienen en
reglas conservadas en el alma del hombre, según un orden conocido; como, por
ejemplo, la escritura, la medicina, la [6] agricultura, el comercio y las demás artes, ya
sean prácticas, ya especulativas. Toda proposición es regla en cualquier arte, pues
ella se emplea, en cuanto que es regla, para una de las cosas que hemos indicado, o
para todas.
Por esta razón los antiguos llamaban reglas a todo instrumento por el que se
comprobaba [la verdad] de aquello en lo que es fácil que el sentido haya errado
respecto de la cantidad del cuerpo, o de su calidad, &c.; como, por ejemplo, la
plomada, el compás, la regla y las balanzas; y llamaban también reglas a los
compendios del cálculo y cuadros astronómicos. Los libros compendios que se
usan como recordatorios de los libros extensos, son también reglas, puesto que son
cosas de pequeño número que abarcan cosas de número más elevado; pero que
aprendiéndolas y conservándolas en la memoria, aunque pequeñas en número,
hemos aprendido otras de número mayor.
Volviendo ahora a lo que tratábamos, diré que las palabras significativas, en
cualquier lengua, son de dos clases: simples y compuestas. Las simples son, por
ejemplo, «el blanco, el negro, el hombre, el animal»; compuestas [oraciones] son
como si decimos: «el hombre es animal, Amru es blanco». De las simples, unas son
nombres propios, como «Zayd, Amru»; y otras significan los géneros y las especies
de las cosas como «el hombre, el caballo, el animal, el blanco, el negro». Las
simples, que significan los géneros y las especies, pueden ser nombres, verbos y
partículas. Los nombres y los verbos tienen como propiedades inherentes la
masculinidad y la feminidad [el género] [7] y el singular, dual y plural [el número]; el
verbo lleva consigo, especialmente, la idea de tiempo: pretérito, presente y futuro.
La ciencia del lenguaje, en todo pueblo, se divide en siete grandes partes:
ciencia de las palabras simples; ciencia de las palabras compuestas [oraciones];
ciencia de las reglas en virtud de las cuales son simples las palabras; regla en virtud
de las cuales son compuestas las palabras; reglas de corrección de la escritura; reglas
de corrección de la lectura, y reglas de los versos.
La ciencia de las palabras simples significativas abarca el conocimiento de
aquello que cualquier palabra simple signifique, ya estas palabras signifiquen los
géneros de las cosas y sus especies; su conservación en la memoria; y distinguir
cuáles de todas ellas son exclusivas de aquella lengua, cuáles son las tomadas de
otra lengua, cuáles las extranjeras a ella, y cuáles las vulgares y usadas por todos. La
ciencia de las palabras compuestas [es] el conocimiento de las frases por que se
encuentra que han sido compuestas en un pueblo cualquiera –las cuales frases son
las que han inventado sus oradores y sus poetas y con las que se expresan sus
hombres elocuentes de renombre general– y [el conocimiento] de la transmisión
oral de estas frases y su conservación en la memoria, sean largas o cortas, medidas
o no medidas.
La ciencia de las reglas de las palabras simples trata primeramente del número
de letras del alfabeto; del órgano de la voz por el que cada una se emite; de las
consonantes y de las que no son consonantes; de [8] las que se combinan entre sí
en aquella lengua, y de las que no se combinan; de las menos que se han de
combinar para formar una nueva palabra significativa; del mayor número en que se
pueden combinar [para formarla]; de las letras regulares, es decir, las que no se
cambian en la forma de las palabras cuando a éstas se les unen sus características de
dualidad, pluralidad, masculinidad, feminidad, derivación, &c.; de las letras con las
que se cambian la palabras, al unirles estas características; de las letras que se
contraen con las que se encuentran. Después de esto da reglas de las palabras
simples, y distingue entre las formas primeras, que no se derivan de ninguna otra, y
las que son derivadas; da las formas de las clases de palabras derivadas, y distingue
entre las formas primeras y entre las que son nombres de acción –aquellas de las
cuales se forma el verbo– y las que no lo son, y [enseña] cómo se han de cambiar
los nombres de acción para convertirse en verbos; enseña las clases de formas
verbales y lo que hay que hacer con los verbos para que resulten de mandato o de
prohibición.
Clasifica los verbos por razón de su cantidad en trilíteros o cuadrilíteros o de
más [radicales], duplicados o no duplicados, y por razón de su cualidad en sanos y
defectivos; enseña cómo se ordena todo esto en relación a la masculinidad y
feminidad [al género] y a la dualidad y pluralidad [número], a las personas de sus
verbos y a todos sus tiempos (las personas de los verbos son yo, tú, aquello, él). Y
finalmente trata [esta parte de la ciencia del lenguaje] de las palabras [9] de difícil
pronunciación, y de lo que se debe hacer para que se cambien y su pronunciación
se facilite.
La ciencia de las reglas de las palabras compuestas es de dos clases: una da la
regla de los signos con que se componen los pronombres y los verbos; la segunda
expone las reglas sobre cuáles sean los modos de la composición y del orden
recíproco (?) en aquella lengua. La ciencia de las reglas de los signos [de las
palabras] es la que los árabes llaman gramática. Esta enseña: que los signos sólo
sirven primero para los nombres, después para los verbos; que unos signos de los
nombres están en sus comienzos, como el álif y el lam, el artículo en la lengua árabe,
o lo que haga sus veces en los restantes idiomas, y otros signos están en el final de
las palabras –los signos finales– que son los llamados letras desinenciales; que los
verbos no tienen signos primeros [artículo], sino solamente signos finales; estos
signos finales de los nombres y de los verbos son en árabe, por ejemplo, los tanwin,
las tres vocales, el socún y cualquiera otra cosa de las que se emplean en la lengua
árabe con signos.
Enseña [además la gramática] que hay palabras que no usan en la flexión todos
los signos, sino que por el contrario se construyen con uno solo, en todas las
formas en las cuales se componen otras palabras; que hay otras que emplean
algunos, y otras no los emplean en la flexión; y otras que los emplean todos.
Distingue [también la gramática] los signos de los nombres de los signos de los
verbos en los nombres que tienen flexión y en todas las formas en que la [10]
tienen; y comprende todas las formas en que los nombres se declinan, y las formas
en que los verbos se conjugan.
Después enseña en qué forma se une a cada nombre y a cada verbo cada
signo; da primeramente, en resumen, cada una de las formas de los nombres
singulares declinables, a los que en una forma se les une un signo cualquiera. Hace
lo mismo con los nombres femeninos, duales y plurales y con los verbos en
singular, en dual y en plural, hasta que completa todas las formas, en las que el
verbo se conjuga, con los signos que se les ha marcado. Después trata de los
nombres que se declinan en algunos casos, en cuáles se declinan y en cuáles no.
Luego se ocupa de los nombres declinables en un solo caso, y en qué caso son
declinables.
Por lo que toca a las partículas, de ordinario son todas indeclinables, y algunas
lo son con un sólo caso determinado. Otras hay que se declinan con algunos casos.
Nota lo siguiente: si estas partículas las componen palabras respecto de las cuales se
duda si son partículas, o nombres, o verbos, o se piensa respecto de ellas que
algunas tienen forma de nombre y otras tienen forma de verbo, conviene que [la
gramática] enseñe cuáles son ordinariamente nombres, y con qué casos se declinan,
y cuáles son ordinariamente verbos, y en qué casos se conjugan.
Respecto del modo que da reglas de la composición misma, primero
demuestra cómo se componen y ordenan las palabras en aquella lengua, y en
cuántos géneros, hasta que se convierten en frases; luego [11] enseña cuáles son el
orden y la composición más puros en la lengua de que se trata.
La ciencia de las reglas de la recta escritura distingue primeramente las letras
que se escriben en las líneas y cuáles no se escriben en ellas, y luego enseña el
método que se ha de seguir en lo que se escribe.
La ciencia de las reglas de la recta lectura enseña el lugar de los puntos; los
signos que se ponen junto a las letras, pero que no se escriben en las líneas [tasdid,
madda]; los signos por medio de los cuales se distinguen las letras comunes [iguales];
los signos que se ponen a las letras que al encontrarse se contraen, o se apoyan
unas en otras; los signos mediante los cuales se forman las sílabas de las frases,
distinguiendo entre los signos de las sílabas breves y los signos de las sílabas medias
y largas. Enseña [esta parte de la gramática] los signos de sostén (?) de las palabras
y frases ordenadas, y de las que se abrevian, y de las que se alargan entre sí.
La ciencia de las reglas de los versos, bajo el respecto que se parece a la ciencia
del lenguaje, tiene tres partes: 1ª Comprende el compendio de los metros usados en
los versos, sean metros simples, o compuestos; además, el compendio de las
combinaciones de las letras del alfabeto, de las cuales resulta en cada clase cada
metro, que son las llamadas por los árabes pies (asbab y autad) y por los griegos
sílabas y pies; y además la explicación de las medidas de las estrofas y los
hemistiquios y de la cantidad de letras con que se termina y se completa cada
estrofa en cada metro; y, finalmente, distingue entre los metros perfectos y [12] los
imperfectos, define cuáles sean más bellos y más dulces al oído.
2ª Trata de las terminaciones de las estrofas en cada metro; cuáles tienen una
sola terminación y cuáles tienen varias, y entre estas últimas cuál es completa, cuál
es aumentada y cuál es disminuida; qué terminaciones tiene una misma letra
conservada en todo el poema, y cuáles tienen varias letras conservadas en la casida;
y cuál es la mayor cantidad de letras que pueden tener las terminaciones de las
estrofas. Se ocupa además en las rimas que tienen varias letras sobre si se puede o
no se puede cambiar el lugar de algunas de ellas por otras que se pronuncien en el
mismo tiempo [que tengan la misma cantidad], y cuáles son éstas que se pueden
permutar por letras de la misma cantidad.
3ª Trata de lo que está permitido que hagan los poetas con las palabras
[licencias poéticas] y que no debe hacerse en la frase que no es verso.
Este es el conjunto de lo que trata cada parte de la gramática.
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Alfarabi · Catálogo de las ciencias
Artículo II
Sobre la utilidad de la lógica
Ahora, pues, hablaremos en resumen de lo que la lógica es; después de su
utilidad; después de los objetos que trata; luego del significado de su título; después
enumeraremos sus partes y lo que cada una contiene.
El arte de la lógica, en resumen, da los cánones cuyo objeto es rectificar el
entendimiento, guiar directamente al hombre en el camino del acierto y darle la
seguridad de la verdad en todos los conocimientos racionales en que cabe que
yerre; además, le da las reglas que le han de preservar y poner al abrigo del error y
del sofisma en las materias racionales; además, le da las reglas necesarias para
aquilatar la verdad de aquellos conocimientos en que cabe que el entendimiento
caiga en el error. Porque es de advertir que entre los juicios racionales los hay en
que cabe el error, pero hay también algunos en los que no es [14] posible que el
entendimiento se equivoque en manera alguna, a saber, aquellos juicios que el
hombre encuentra en su alma grabados, como si hubiese sido creada con el
conocimiento cierto de ellos. Tales son los siguientes: «El todo es mayor que la
parte.» «Todo número tres es impar.» Hay además otros juicios en los que puede
equivocarse y apartarse de la verdad para [caer] en lo que no es verdad. Estos
juicios son los que se adquieren mediante la reflexión y el razonamiento o sea por
medio del silogismo y la inducción. Para conseguir la verdad con certeza en estos
juicios –y no en los otros–, es para lo que el hombre, que busca la verdad en todas
sus especulaciones, necesita de los cánones de la lógica.
Este arte es análogo al arte de la gramática, pues entre el arte de la lógica y el
entendimiento y los inteligibles existe la misma relación que entre el arte de la
gramática y la lengua y las palabras: todas las leyes que la ciencia de la gramática
nos da respecto de las palabras, son análogas a las que la ciencia de la lógica nos da
respecto de las ideas.
Es también análogo a la ciencia de la prosodia, pues la lógica hace, respecto de
las ideas, lo que la prosodia respecto de las medidas del verso. De modo que todas
las reglas que la prosodia nos da para la métrica, tienen sus similares en las que la
lógica nos da acerca de los inteligibles.
Es más: los cánones de la lógica, que son los instrumentos con los cuales se
aquilata el valor de aquellos conocimientos intelectuales en los que no cabe fiar que
el entendimiento no haya errado o no haya [15] alcanzado imperfectamente la
verdad, se asemejan a las medidas de capacidad y a los pesos, que son también los
instrumentos con que se aquilata y se pone a prueba, respecto de muchos cuerpos,
lo que no cabe fiar que los sentidos aprecien sin error o cuya capacidad sean
incapaces de percibir exactamente. Se asemejan también a las reglas de dibujo, con
las cuales se aprecia en las líneas su dirección recta, que no puede uno fiarse de que
los sentidos la aprecien sin error, o al compás, con el cual se aprecia en las líneas su
curvatura, que no cabe fiar que el sentido la aprecie sin error.
Tal es, en suma, el fin de la lógica, fin que revela, al mismo tiempo, su grande
necesidad. Y este fin no sólo se refiere a los conocimientos que nosotros poseemos
y cuya verdad deseamos comprobar, sino también a los conocimientos de los
demás, cuya verdad queremos aquilatar, o a nuestros propios conocimientos, cuya
verdad desean comprobar los demás. Porque una vez que estemos en posesión de
aquellos cánones, si deseamos adquirir la evidencia de una cosa que ignoramos y
cuya verdad queremos aquilatar dentro de nosotros mismos, no dejaremos en
libertad a nuestro espíritu para que en la investigación de la verdad que queremos
comprobar proceda negligentemente siguiendo el curso espontaneo de las ideas tal
como le vengan, sin sujeción a ley alguna, ni dirigiéndose a la meta a que aspira por
cualquier camino que le ocurra de improviso, ni adoptando cualesquiera métodos
que puedan engañarnos haciéndonos creer que es verdad lo que no es verdad, sin
darnos de ello cuenta; antes al contrario, es preciso que de antemano sepamos qué
[16] camino conviene que sigamos, qué cosas debemos conocer [como medios], por
dónde debemos comenzar nuestro camino y cómo conviene que apliquemos
nuestro espíritu separadamente a cada una de aquellas cosas, hasta que lleguemos
sin ningún género de dudas a la cosa que nos propusimos averiguar. Es,
igualmente, preciso que conozcamos de antemano todas las cosas que nos pueden
conducir a error o a equívoco, a fin de precavernos contra ellas en nuestro camino.
Sólo entonces podremos estar seguros (respecto de la materia que queríamos
investigar) de que hemos tropezado con la verdad y de que no nos hemos
equivocado. Y así, cuando nos ocurrieren dudas respecto de una cosa que hayamos
averiguado y nos asalte la sospecha de que en su averiguación hemos descuidado
algo esencial, inmediatamente podremos someter nuestra averiguación a crítica, y si
en ella hubo efectivamente algún error, nos daremos cuenta de él y corregiremos
con facilidad el mal paso que hubiéramos dado.
Eso mismo nos sucederá cuando intentemos demostrar a los demás la verdad
de nuestras opiniones, puesto que para evidenciar a los ojos la verdad de una
opinión nuestra, habremos de emplear análogos medios y procedimientos a los que
hemos empleado para evidenciarnos de ella a nosotros mismos. Y si alguien nos
contradijere respecto de alguna afirmación o de algún argumento de los que le
hemos presentado en apoyo de aquella opinión nuestra y nos exigiere que le
mostremos cómo dicho argumento es precisamente prueba de la tesis que nosotros
sostenemos y no lo es de la tesis contraria y por qué nuestro argumento es [17] más
apto que otros cualesquiera para dicha demostración, podremos evidenciarle todo eso.
Igualmente, cuando alguien quisiere demostrarnos la verdad de una opinión,
tendremos medios de aquilatar el valor de sus afirmaciones y de sus argumentos
con los que él supone que su opinión se demuestra, y si en realidad fueren
demostrativos, veremos claramente por qué razón lo son y así admitiremos lo que
admitamos a ciencia y conciencia; lo mismo que en el caso contrario, si él trata de
engañarnos o se engaña, descubriremos la razón de su falacia o de su error, y así
podremos también a ciencia y conciencia condenar como de mala ley lo que rechacemos.
En cambio, si ignoramos la lógica, nuestra situación en todos estos casos será
completamente contraria y a la inversa, dije mal: será más grave, mucho peor y más
vergonzosa.
Otra utilidad de la lógica consiste en que con ella nos ponemos en guardia y
podemos tomar las precauciones precisas contra lo imprevisto, cuando queramos
examinar tesis que sean contradictorias o decidir entre dos adversarios que
discutan, o acerca del valor de las afirmaciones y argumentos invocados por cada
uno de ellos en apoyo de su opinión y en refutación de la de su adversario. Porque
si ignoramos la lógica, no podremos certificarnos de parte de quién está la verdad,
ni cómo atinó con ella el que atinó, ni por qué razón acertó, ni cómo resulta que
sus argumentos demuestran necesariamente la verdad de su tesis. De modo que, en
tal caso, nos expondremos, o a quedarnos perplejos ante todas las opiniones sin
saber cuál de ellas [18] es verdadera y cuál falsa, o a sospechar que todas ellas son
igualmente verdaderas, a pesar de ser contradictorias, o a creer que en ninguna de
ellas está la verdad, o a resolvernos a admitir unas y a rechazar otras, sin saber por
qué razón las admitimos o las rechazamos. Por lo cual, si alguno de los
contendientes nos contradice en algo que hemos admitido o rechazado, no
podremos demostrarle la razón en que nos hemos fundado.
Y si por acaso sucediera que en lo que hemos admitido o rechazado hubiese
algo que realmente fuese tal y como nosotros lo pensamos, no podríamos estar
ciertos, en ninguno de ambos casos, de que ello es realmente así como nosotros lo
creemos, sino que, por el contrario, nos quedará siempre la sospecha de que todo
cuanto creemos que es verdadero es fácil que sea falso, o recíprocamente, lo que
hemos creído falso es fácil que sea verdadero. O también es fácil que nos volvamos
a la opinión respectivamente contraria en cada uno de ambos casos, porque puede
muy bien ser que alguien nos presente una nueva razón o que a nosotros mismos
nos venga a las mientes una idea, la cual nos incline a abandonar la opinión que
actualmente tenemos por verdadera o falsa para adoptar su contraria. De modo
que, en todas estas dudas, nos tendremos que conducir como dice el adagio: «al
modo del leñador de noche».
Este mismo peligro se nos mostrará cuando [10] algunos pretendan pasar ante
nosotros por hombres competentísimos en una ciencia cualquiera. Si ignoramos la
lógica, no tendremos medio de aquilatar el valor de sus pretensiones: o habremos
de juzgar que todos dicen verdad o sospechamos de todos ellos o nos lanzaremos a
distinguir entre unos y otros; pero en los tres casos nos decidiremos sólo por mero
capricho del azar, sin conocimiento de causa y sin que estemos seguros de que
aquel a quien diputamos por hombre de ciencia no sea un despreciable farsante a
quien otorguemos nuestro asentimiento, cuando sólo merece que se le contradiga, y
a quien demos nuestra preferencia, cuando cabalmente se está burlando de
nosotros, sin que nosotros nos enteremos; o al revés, cabe que sea un hombre
veraz aquel de quien hemos sospechado, y así lo rechacemos injustamente sin
darnos de ello cuenta.
Tales son los perjuicios que implica la ignorancia de la lógica y la utilidad que
su conocimiento envuelve.
Es, pues, evidente que la lógica es necesaria para todo aquel que no quiera
limitarse a meras opiniones en la formación de sus juicios y creencias, pues las
meras opiniones son aquellos juicios que uno forma sin estar seguro de que luego
no los ha de abandonar para admitir otros contrarios a ellos. Ahora, para aquel que
prefiera contentarse con meras opiniones en sus juicios, no es necesaria la lógica.
Hay quienes pretenden que un asiduo ejercicio en las discusiones y
argumentos polémicos o una práctica continua de las matemáticas, v. gr., de la
geometría o de la aritmética, suple perfectamente por el estudio de las reglas de la
lógica o equivale a él [20] y desempeña su misma función o proporciona al hombre
la facultad necesaria para criticar toda afirmación, argumento y opinión, o basta
para dirigirle rectamente hacia la verdad y la certeza, a fin de que no yerre en
ninguno de sus conocimientos. Mas el que tal pretende se asemeja a quien
supusiera que el ejercicio y la disciplina consistentes en aprender de memoria
versos y trozos retóricos y en recitarlos asiduamente suple por el estudio de las
reglas de la gramática, para hablar correctamente y para evitar todo defecto de
lenguaje, o equivale a ese mismo estudio, desempeña su misma función y
proporciona al hombre la facultad de criticar la morfología de toda palabra para
decidir si es correcta o defectuosa. La respuesta que debe darse en este caso,
respecto de la gramática, es exactamente la misma que conviene dar en aquel otro,
respecto de la lógica.
Hay también quienes pretenden que el estudio de la lógica es superfluo e
innecesario, porque es muy posible que se encuentre alguna vez algún hombre
dotado de un talento natural tan perfecto, que nunca jamás deje de atinar con la
verdad, sin que conozca ni una sola de las leyes de la lógica. Mas el que tal pretende
se asemeja a quien supusiera que la gramática es superflua, porque entre los
hombres hay algunos que jamás cometen incorrecciones de lenguaje, sin que
conozcan ni una sola de las reglas de la gramática. La respuesta acerca de la utilidad
de las reglas es idéntica en ambos casos.
Los objetos de la lógica, es decir, aquello sobre lo cual la lógica da reglas, son
las ideas o inteligibles, en [21] cuanto guardan relación semántica o significativa con
las palabras, y las palabras en cuanto significan las ideas.
Esto es así, porque la verdad de un juicio no conseguimos aquilatarla dentro
de nuestro espíritu, sino reflexionando, examinando atentamente y fijando en
nuestro espíritu ciertas ideas y objetos cuya función es servir de medios para probar
la verdad de aquel juicio; e igualmente no podemos demostrar a los demás la
verdad de un juicio, sino hablándoles con palabras que les hagan comprender
aquellas ideas y objetos cuya función es servir de medios para demostrar la verdad
de aquel juicio.
Pero no es posible que demostremos la verdad de cualquier juicio que se nos
ocurra con cualesquiera ideas que a la mente nos vengan, ni tampoco cabe que el
número de esas ideas sea algo contingente ni que puedan ser utilizadas para aquel
fin, sean como sean y organizándolas y sintetizándolas en cualquier forma; antes al
contrario, para cada juicio cuya verdad deseemos demostrar, necesitaremos
servirnos de ciertas y determinadas ideas, que han de ser de un número taxativo,
que deberán reunir condiciones cualitativas fijas y que tendrán que organizarse y
componerse entre sí de un modo preciso; eso mismo es necesario que ocurra con
las palabras de que nos sirvamos para expresar aquellas ideas, cuando tratemos de
demostrar a los demás la verdad de aquel juicio. Y por eso necesitamos
forzosamente reglas que nos preserven y guarden de todo error respecto de las
ideas y de su expresión por las palabras. [22]
Los antiguos daban a cada una de estas dos cosas, es decir, a las ideas o
inteligibles y a las palabras que las expresan, un mismo nombre: razón y verbo; pero a
las ideas las denominaban «el verbo o la razón interior, grabada en el alma»; aquello
mediante lo que se expresa ese verbo interior, lo denominaban «el verbo o la razón
exteriorizada por la voz»; aquello de que el hombre se sirve para comprobar dentro
de sí mismo la verdad de un juicio, es el verbo grabado en el alma; aquello que sirve
para demostrarla a los demás es el verbo exteriorizado por la voz. El verbo, cuya
función consiste en demostrar la verdad de un juicio cualquiera, lo denominaban
los antiguos «el silogismo», tanto si era verbo interior grabado en el alma, como si
era exteriorizado por la voz. La lógica, pues, da las reglas, a que antes nos hemos
referido, para ambos verbos, interior y exterior, juntamente.
La lógica tiene de común con la gramática el dar, como ésta, reglas acerca del
uso de las palabras; y se distingue de ella en que la gramática da tan sólo las reglas
propias y privativas de las palabras de un pueblo determinado, mientras que la
lógica da las reglas comunes y generales para las palabras de todos los pueblos.
Porque es de advertir que en las palabras existen accidentes o modos de ser que son
comunes a todos los pueblos, como, por ejemplo, el que las palabras sean [23] de
dos categorías: aisladas o sueltas y unidas o asociadas entre sí, o que la palabra
aislada tiene que ser de tres categorías: nombre, verbo y partícula; o que se
clasifican en regulares e irregulares; o cosas semejantes a éstas. Pero, además,
existen otros modos de ser de las palabras, propios y privativos de una sola lengua,
como, por ejemplo, el que el sujeto agente de la proposición deba estar en
nominativo, y el objeto paciente en acusativo; o que el nombre determinado ya por
un genitivo posterior no admite el artículo determinativo. Todas estas propiedades
de las palabras y otras muchas son privativas de la lengua de los árabes. Y lo mismo
acaece con la lengua de otro pueblo, es decir, que posee propiedades privativas
suyas. Ahora bien; es innegable que se encuentran en la gramática algunas
cualidades de las palabras que son comunes a las lenguas de todos los pueblos; pero
de esas cualidades comunes tratan los gramáticos únicamente en cuanto se
encuentran y del modo que se encuentran en aquella determinada lengua para la
que ha sido inventada aquella particular gramática v. gr.: los términos técnicos que
los gramáticos árabes dan al nombre, verbo y partícula (nombre, acción y letra), o que
los gramáticos griegos dan a las partes de la oración de la lengua griega: nombre,
verbo y partícula. Esta división no es que se encuentre únicamente en el árabe o en el
griego, sino en todas las lenguas; pero los gramáticos árabes la emplean en cuanto
propia del árabe, y los gramáticos griegos en cuanto propia del griego.
Así, pues, la gramática, respecto de cada lengua, estudia tan sólo lo que es
peculiar o exclusivo de la [24] lengua de aquel pueblo y lo que es común a ella y a
otras, pero no en cuanto común, sino en cuanto propio de ella. Y ésta es la
diferencia que existe entre la manera de estudiar las palabras los gramáticos y los
lógicos; porque la gramática da los cánones que son peculiares a las palabras de un
determinado pueblo y considera los fenómenos que son comunes a aquella lengua y
a otras, no en cuanto comunes, sino en cuanto se observan en dicha lengua, para la
cual aquella gramática ha sido redactada. En cambio, los cánones que la lógica da
acerca de las palabras atañen solamente a los fenómenos que son comunes a las
palabras de todos los pueblos y considerados en cuanto comunes, sin estudiar ni
uno solo de los que son privativos de las palabras de un pueblo determinado; es
más: para lo que necesita estudiar de estos fenómenos peculiares de cada lengua, la
lógica se encomienda a la autoridad de los hombres peritos en la gramática
respectiva.
Por lo que se refiere al título de lógica, es evidente que le ha sido impuesto
atendiendo a la totalidad del fin que se propone. Deriva, en efecto, de logos [verbo],
término que tenía para los filósofos antiguos tres sentidos: 1º El verbo exteriorizado
por la voz, mediante el cual expresa la lengua lo que en la conciencia se guarda
oculto. –2º El verbo guardado en el alma, es decir, las idea o inteligibles, significadas
por las voces. –3º La facultad anímica puesta por Dios en el hombre, mediante la
cual se le distingue, con diferencia última, de todos los demás animales; con ella
adquiere el hombre los inteligibles, es decir, las ideas, los [25] conocimientos
científicos, las artes; mediante ella se realiza la intuición intelectual; mediante ella se
distingue la belleza y fealdad moral de las acciones. Esta facultad se encuentra en
todos los hombres, hasta en los niños; pero en éstos es muy exigua, no llega
todavía a realizar su función propia, lo mismo que le sucede a la facultad del pie del
niño para andar, o como el fuego poco intenso, que no llega a producir la
combustión del tronco de palmera. También existe esta facultad en los locos y en
los ebrios; pero sólo como en el ojo del estrábico reside la facultad de ver. En el
hombre, mientras duerme, también, pero está como en el ojo cerrado; en el que
sufre un síncope, como en el ojo velado por una nube de vapor o cosa análoga.
Ahora bien; como que la lógica da reglas para el uso del verbo exterior y del
verbo interior, y mediante estas reglas dirige y rectifica a la razón, que es facultad
esencial del hombre, para que realice su función propia sobre el verbo exterior y el
interior de la mejor manera posible, de la más acertada y más perfecta, por todo
esto se le ha dado un nombre derivado de logos [verbo], tomando esta voz en sus
tres acepciones. Muchos libros que solamente dan reglas para el uso del verbo
exterior, es decir, libros de gramática, se llaman con este mismo nombre. Luego es
evidente que con más razón merece este nombre la ciencia que enseña el recto uso
del verbo en sus tres acepciones.
Las partes de la lógica son ocho. En efecto: las especies de silogismo y las
especies de elocución que pueden emplearse para demostrar una opinión o cuestión
[26] cualquiera, y las especies de las artes cuya función propia (cuando son
perfectas) consiste en servirse del silogismo elocutivo, pueden reducirse, en suma, a
cinco: apodícticas, polémicas, sofísticas, retóricas y poéticas.
Las elocuciones apodícticas son aquellas cuya función consiste en producir un
conocimiento cierto acerca de la cuestión cuya resolución se busca; y esto, tanto si
el hombre las emplea dentro de su propio espíritu para investigar él mismo dicha
cuestión, como si se sirve de ellas para demostrársela a otro, como si otro las usa
para demostrársela a él. En todos estos casos la función propia de tales elocuciones
es dar por resultado un conocimiento cierto. El conocimiento es cierto, cuando lo
conocido no cabe absolutamente que sea de otro modo; cuando no cabe en modo
alguno y por ninguna causa que el hombre que lo posee se retracte de él, ni que él
mismo conciba como posible tal retractación; cuando no cabe que le ocurran
sospechas de error, ni le venga a las mientes sofisma alguno que le obligue a
rechazar lo que ya conoce, ni dudas ni conjeturas.
Las elocuciones polémicas se emplean en dos casos: 1º, cuando uno arguye con
afirmaciones de común sentir, de esas que todos los hombres admiten, tratando
sólo de vencer al adversario sobre una tesis de cuya verdad éste responde, o
defender contra él otra tesis con afirmaciones de aquel mismo género. Si el que
arguye se propone vencer al defensor, pero con afirmaciones o medios que no sean
de común sentir, y si el defensor intenta sostener su tesis o propugnarla, [27] pero
con afirmaciones que no sean tampoco de común sentir, entonces la función de
ambos no pertenece al método polémico; 2º, cuando el hombre se sirve de
afirmaciones de común sentir como medios para sugerir sospechas vehementes de
error en su propio ánimo o en el de otra persona, respecto de una opinión cuya
verdad intenta comprobar, llegando hasta imaginar que es cierta, sin que en realidad
lo sea.
Las elocuciones sofísticas son aquellas cuya función propia consiste en inducir a
error al entendimiento, extraviarlo y confundirlo, a fin de que llegue a sospechar
que es verdad lo que no lo es y recíprocamente; que es un eminente sabio el que no
lo es en realidad; y que no es un filósofo verdadero y un sabio el que realmente lo es.
Este nombre, sofística, designa la habilidad técnica que da al hombre la facultad
de engañar, de adulterar la verdad, de falsificarla, mediante la palabra, hasta el
punto de hacer pensar a los demás una de estas cosas: o que él está en posesión de
la ciencia, de la filosofía y de la perfección y que los otros son imperfectos, sin que
realmente sea así; o que una tesis cualquiera es falsa siendo verdadera, y
recíprocamente.
Es una palabra griega, compuesta de sofía, que es la sabiduría, y de isthV, que
significa falsificado. Viene, pues, a significar: sabiduría falsificada. De modo que [28]
todo el que posee la facultad de adulterar la verdad y de engañar mediante la
palabra, acerca de cualquier asunto, se le designa con este nombre.
Han dicho algunos (pero no es como ellos suponen) que el nombre sofista era
un nombre propio de una persona que existió en la Edad Antigua y que tenía por
sistema negar la realidad de toda percepción sensible y de todo conocimiento
racional; y que sus partidarios, los que seguían su doctrina y defendían su sistema,
fueron llamados sofísticos, como también se aplicó ese mismo nombre a todo el que
después sostuvo y defendió esa misma idea. Pero esta explicación es una mera
sospecha, audaz y estúpida en extremo, porque ni en los siglos pasados existió
hombre alguno, cuyo sistema consistiese en negar la realidad de las ciencias y de las
percepciones sensibles y a quien se aplicase tal sobrenombre, ni los antiguos
designaron así a hombre alguno determinado porque lo considerasen como secuaz
de un maestro que se hubiese apellidado sofista. Antes al contrario, si a alguno lo
llamaron así, fue únicamente porque la habilidad técnica que poseía, la manera
especial de hablar que empleaba y la facultad que tenía, era la de engañar y
confundir perfectamente a cualquier persona; como designaron con el nombre de
polemista a uno, no porque le considerasen como secuaz de un maestro que se
hubiese apellidado polemo, sino porque poseía la habilidad técnica y la manera
especial de hablar, que consiste en el uso perfecto del arte de la discusión con
cualquier persona. De igual manera, por consiguiente, es sofista el que posee esa
virtud y ese arte; y sofística es el arte [29] mismo o habilidad técnica, y su acto u
operación propia se llama también acto sofístico.
Las elocuciones retóricas sin aquellas cuya función propia consiste en conseguir
persuadir al hombre acerca de cualquier opinión, haciendo que su espíritu se incline
a confiar en la verdad de lo que se le dice y otorgar a ello su asentimiento, con
intensidad mayor o menor; porque las adhesiones fundadas en la mera persuasión,
si bien son inferiores en intensidad a la opinión muy probable, admiten entre sí
varios grados, siendo unas más firmes que otras, según que lo sean las elocuciones
que las producen, puesto que, indudablemente, ciertas elocuciones persuasivas son
más eficaces, más elocuentes, más fidedignas que otras; lo mismo ocurre con los
testimonios: cuantos más en número, tanto más elocuentes y eficaces son para
persuadir y convencer de la verdad de una noticia y para obtener en asentimiento
más firme respecto de la verdad de aquello que se dice. Mas, a pesar de esta
variedad de grados en la intensidad de la persuasión, ninguna de las elocuciones
retóricas puede llegar a producir el asenso propio de la opinión muy probable,
próxima a la certeza. Y en esto se diferencia, bajo este respecto, la retórica de la
polémica.
Las elocuciones poéticas son aquellas que se componen de elementos cuya
función propia consiste en provocar en el espíritu la representación imaginativa de
un modo de ser o cualidad de la cosa de que se habla, sea esta cualidad excelente o
vil, como, por ejemplo, la belleza, la fealdad, la nobleza, la abyección u otras
cualidades semejantes a éstas. Al escuchar las [30] elocuciones poéticas, nos ocurre,
por efecto de esa sugestión imaginativa que en nuestros espíritus provocan, algo
análogo a lo que nos pasa cuando miramos un objeto parecido a otro que nos
repugna, porque inmediatamente que lo miramos, la imaginación nos lo representa
como algo que nos disgusta, y nuestro espíritu se aparta y huye de él, aunque
estemos bien ciertos de que el tal objeto no es en realidad tal como nos lo
imaginamos. Así, pues, aunque sepamos que lo que nos sugieren las elocuciones
poéticas respecto de un objeto no es tal como ellas nos lo sugieren, sin embargo
obramos tal y como obraríamos si estuviésemos seguros de que es así, porque el
hombre muchas veces obra en consecuencia de lo que imagina, más que siguiendo
lo que opina o sabe; y muy a menudo resulta que lo que opina o sabe es contrario a
lo que imagina, y en tales casos, obra conforme a lo que imagina y no según lo que
opina o sabe. Esto mismo nos ocurre cuando miramos a las imágenes
representativas de una cosa o a los objetos que se parecen a otro.
Las elocuciones poéticas se emplean únicamente cuando se dirige la palabra a
un hombre a quien se le desea excitar a que haga una cosa determinada provocando
en su espíritu una emoción o sentimiento e inclinándole así con arte a que la
realice. Mas esto no puede ser sino en dos hipótesis: o cuando el hombre ese a
quien se trata de inducir es un hombre falto de reflexión para dirigirse por ella, y,
por tanto, tiene que ser excitado a obrar lo que se le propone por medio de la
sugestión imaginativa, la cual hace para él las veces de la reflexión; o cuando se
trata ya de un hombre [31] dotado de espíritu reflexivo, pero se quiere conseguir de
él que realice algún acto que, si él lo examina reflexivamente, no es seguro que lo
haga; y en este caso se le aborda de improviso con frases poéticas a fin de que la
sugestión imaginativa preceda a su reflexión y se lance de este modo, por la
precipitación, a realizar aquel acto, antes de que la reflexión acerca de sus
consecuencias se le hagan retractarse de su propósito y se abstenga en absoluto de
realizarlo o se decida a no apresurarse y a dejarlo para más adelante, en vista de la
conveniencia de estudiarlo detenidamente. Por esta razón, las elocuciones poéticas
son las únicas que se presentan hermoseadas, adornadas, llenas de énfasis y
redundancias, pulidas con el esplendor y brillo que proporcionan los recursos de
que trata la ciencia de la lógica.
Resulta, pues, que las especies de demostración, las artes demostrativas, las
varias maneras de elocución que se emplean para probar una tesis en toda clase de
materias, son cinco en suma: ciertas, probables, falaces, persuasivas e imaginativas.
Cada una de estas cinco artes tiene propiedades que le son privativas y
propiedades que le son comunes con las demás.
Las elocuciones demostrativas, lo mismo si se las considera en cuanto
grabadas en el alma como en cuanto exteriorizadas por la voz, se componen: en el
primer caso, de varias ideas o inteligibles enlazadas y organizadas entre sí para
demostrar la verdad de una cosa; y en el segundo caso, de varias palabras enlazadas
igualmente y organizadas entre sí, las cuales [32] expresan aquellas ideas y equivalen
a ellas, resultando, de esta correspondencia de las palabras a las ideas, que las
palabras son como los auxiliares y ayudas de las ideas para producir en quien las
oye la demostración de una verdad.
Las elocuciones fónicas que constan de menos elementos se componen de dos
solas palabras; y las elocuciones mentales correspondientes a ellas se componen
también de dos solas ideas o inteligibles. Estas elocuciones se llaman simples.
Las elocuciones demostrativas constan de elocuciones simples y son, por ello,
elocuciones compuestas. De éstas, las que de menos elementos constan son las que se
componen de solas dos elocuciones simples. El máximum de elementos que pueden
tener es indefinible.
Toda elocución demostrativa consta, por consiguiente, de dos clases de
elementos: elementos mayores, que son las elocuciones simples, y elementos
menores, que son los elementos de los elementos, es decir, las ideas aisladas y las
palabras que las expresan.
Infiérese de aquí que las partes de la lógica han de ser necesariamente ocho,
cada una de las cuales se contiene en un libro especial.
Libro 1º, que contiene los cánones de las ideas aisladas y de las palabras que las
expresan. Este libro es el titulado en árabe al-maqulat (Los predicamentos), y en griego
Kathgaríai (Categorías).
Libro 2º, que contiene los cánones de las elocuciones simples, las cuales
constan de dos solas ideas aisladas o de las dos palabras que las expresan. Este [33]
libro se titula en árabe al-ibara (La interpretación), y en griego Perì 9ermhneíaV (Sobre
la interpretación).
Libro 3º, que contiene los cánones, mediante los cuales se aquilata el valor de
las especies de demostración comunes a las cinco artes demostrativas. Este libro se
titula en árabe al-qiyas (El silogismo,) y en griego Analutiká (Analítica) primera.
Libro 4º, que contiene los cánones, mediante los cuales se aquilata el valor de
las elocuciones apodícticas y aquellos por los que se rige la sistematización de los
problemas de la filosofía para que sus investigaciones tengan el éxito más perfecto,
más excelente y más completo. Este libro se titula en árabe Kitab al-burhan (Libro de
la demostración apodíctica), y en griego Analutiká (Analítica) segunda.
Libro 5º, que contiene los cánones, mediante los cuales se aquilata el valor de
las elocuciones polémicas, el método de la objeción y de la respuesta dialécticas y,
en suma, los cánones por los que se rige la sistematización del arte de la
controversia para que sus operaciones todas resulten lo más perfectas, excelentes y
eficaces que sea posible. Este libro se titula en árabe Kitab al-mawadi i al-yadabiyya
(Libro de los lugares dialécticos), y en griego Topiká (Lugares o Tópicos).
Libro 6º, que contiene primeramente los cánones para el uso de los medios,
cuya función propia es extraviar al entendimiento del camino de la verdad,
engañarlo y dejarlo perplejo. En él se enumeran todos los recursos de que se sirve
el que se propone alterar la verdad y falsificarla sutilmente en los conocimientos y
en las elocuciones. Después enumera además los [34] necesarios para encontrar
esas elocuciones sofísticas de que se sirve el falsario y el farsante; explica cómo se
resuelve y qué es lo que debe recusarse y cómo ha de preservarse el hombre de caer
en un sofisma en sus investigaciones o de inducir a error a los demás. Este libro se
llama en griego Sofistiká (Sofística), que quiere decir la sabiduría falsificada.
Libro 7º, que contiene los cánones, mediante los cuales se examina y aquilata el
valor de las elocuciones retóricas, de las varias especies del discurso oratorio, de las
maneras de hablar empleadas por los literatos y oradores, a fin de averiguar si se
acomodan o no al método propio de la retórica. En dichos cánones se enumeran
todos los elementos que contribuyen a integrar el organismo del arte de la retórica,
dando a conocer la manera artificiosa de componer en cada materia las elocuciones
de este arte y los recursos por los cuales haya de resultar lo más excelente y
perfecto que sea posible, y sus operaciones lo más eficaces y elocuentes que quepa.
Este libro se llama en griego Rhtorikh2, que es (en árabe) al-jitaba (La Retórica).
Libro 8º, que contiene los cánones, mediante los cuales se someten a examen
las poesías y las elocuciones poéticas artificiales en general, y aquellas que
particularmente se componen para cada género poético según las materias. En esos
cánones se enumeran todos los elementos que integran el organismo del arte de la
poesía, cuántas son sus partes, cuántas clases hay de poesías y de elocuciones
poéticas, cuál es la manera artificiosa para componer cada una de ellas, con qué
recursos se puede contar para su composición, [35] cómo se consigue que la poesía
sea un todo orgánico, y que resulte dotada de la mayor belleza, énfasis, brillo y
gusto posibles y, en fin, qué cualidades debe reunir para que su elocuencia
produzca el efecto máximo. Este libro se llama en griego Poieutikh1 (Poética), que
es (en árabe) Kitab al-si ar (Libro de la poesía).
Estas son las partes de la lógica y el sumario de todas las materias que cada
una de sus partes contiene.
De todas ellas, la 4ª parte es la primera y principal, por razón de su nobleza y
primacía.
El único fin que la lógica se propone realizar, intentione prima, es el objeto de
esa 4º parte; todas las otras partes han sido hechas tan sólo por razón de la 4º, pues
las tres que la preceden en el orden de la enseñanza son preliminares,
introducciones, camino para llegar a ella; y las cuatro restantes que la siguen
obedecen a dos causas: es la primera, que en cada una de esas partes hay reglas que
sirven de ayuda y auxilio, algo así como de instrumentos para la para la parte 4ª, a la
cual coadyuvan unas más y otras menos; es la segunda causa el estar en guardia para
evitar confusiones; porque si esas artes demostrativas no se distinguen bien entre
sí, con distinción in actu unas de otras, hasta el punto de que se conozcan los
cánones de cada una de ellas separadamente, distinguiéndolos de los cánones de las
otras, no podrá estar seguro el hombre, cuando busque la verdad cierta, de no
servirse de argumentos dialécticos, sin saber que lo son, y apartarse así de la certeza
para dar en meras opiniones probables; o de emplear, sin darse cuenta, pruebas
retóricas que sólo le conducirán a la persuasión; o de [36] echar mano, sin pensarlo,
de razonamientos sofísticos, los cuales, o le harán sospechar que es verdad real lo
que no lo es y que debe darle crédito como a tal, o le dejarán en el estado de la
duda negativa; o bien se servirá, sin advertirlo, de elocuciones poéticas, y así
formulará sus juicios, apoyándose sobre meras representaciones imaginativas. De
modo que, en todos y cada uno de estos casos, el hombre se obstinará en creer que
camina por el sendero que conduce a la verdad y que ha encontrado lo que busca,
sin que realmente sea así. De la misma manera, el que conoce los alimentos y los
medicamentos, si no los sabe distinguir, in actu, de los venenos, mediante sus signos
característicos que le permitan formar un juicio cierto, no podrá estar seguro de
que no se los propine a sí propio, creyendo que son un alimento o una medicina,
sin darse cuenta, y así perezca miserablemente.
El objeto que estas cuatro últimas partes se proponen, intentione secunda, es el
de suministrar a los técnicos de cada una de las cuatro artes todos los medios para
el recto uso del arte respectivo, a fin de que sepa el hombre, cuando quiere llegar a
ser hábil polemista, cuántas cosas necesita aprender y de qué medios ha de servirse
para aquilatar, en su propio espíritu o en el de los demás, el valor de sus
elocuciones y saber si con ellas marcha o no por el camino de la dialéctica.
Igualmente, si quiere llegar a ser orador elocuente, sabrá cuántas son las cosas que
necesita aprender, y por qué medios deberá examinar en sí o en los otros el carácter
de sus elocuciones para ver si se sujetan al método retórico o a otro método. Así
también sabrá, si quiere [37] ser excelente poeta, cuántas cosas ha de aprender
necesariamente para ello, y qué cosas le servirán para examinar en sí o en los demás
poetas si sus elocuciones siguen el método poético o se apartan de él para
confundirse con otro método. De la misma manera sabrá, si quiere poseer la
facultad de engañar a los demás y de que a él no lo engañen, cuántas cosas necesita
aprender para ello, y de qué recursos podrá servirse para criticar el valor de toda
frase y de toda idea, a fin de averiguar si en ellas se engaña él mismo o se engañan
los otros, y en qué punto estriba el error.
Alfarabi · Catálogo de las ciencias
Artículo II
Sobre la utilidad de la lógica
Ahora, pues, hablaremos en resumen de lo que la lógica es; después de su
utilidad; después de los objetos que trata; luego del significado de su título; después
enumeraremos sus partes y lo que cada una contiene.
El arte de la lógica, en resumen, da los cánones cuyo objeto es rectificar el
entendimiento, guiar directamente al hombre en el camino del acierto y darle la
seguridad de la verdad en todos los conocimientos racionales en que cabe que
yerre; además, le da las reglas que le han de preservar y poner al abrigo del error y
del sofisma en las materias racionales; además, le da las reglas necesarias para
aquilatar la verdad de aquellos conocimientos en que cabe que el entendimiento
caiga en el error. Porque es de advertir que entre los juicios racionales los hay en
que cabe el error, pero hay también algunos en los que no es [14] posible que el
entendimiento se equivoque en manera alguna, a saber, aquellos juicios que el
hombre encuentra en su alma grabados, como si hubiese sido creada con el
conocimiento cierto de ellos. Tales son los siguientes: «El todo es mayor que la
parte.» «Todo número tres es impar.» Hay además otros juicios en los que puede
equivocarse y apartarse de la verdad para [caer] en lo que no es verdad. Estos
juicios son los que se adquieren mediante la reflexión y el razonamiento o sea por
medio del silogismo y la inducción. Para conseguir la verdad con certeza en estos
juicios –y no en los otros–, es para lo que el hombre, que busca la verdad en todas
sus especulaciones, necesita de los cánones de la lógica.
Este arte es análogo al arte de la gramática, pues entre el arte de la lógica y el
entendimiento y los inteligibles existe la misma relación que entre el arte de la
gramática y la lengua y las palabras: todas las leyes que la ciencia de la gramática
nos da respecto de las palabras, son análogas a las que la ciencia de la lógica nos da
respecto de las ideas.
Es también análogo a la ciencia de la prosodia, pues la lógica hace, respecto de
las ideas, lo que la prosodia respecto de las medidas del verso. De modo que todas
las reglas que la prosodia nos da para la métrica, tienen sus similares en las que la
lógica nos da acerca de los inteligibles.
Es más: los cánones de la lógica, que son los instrumentos con los cuales se
aquilata el valor de aquellos conocimientos intelectuales en los que no cabe fiar que
el entendimiento no haya errado o no haya [15] alcanzado imperfectamente la
verdad, se asemejan a las medidas de capacidad y a los pesos, que son también los
instrumentos con que se aquilata y se pone a prueba, respecto de muchos cuerpos,
lo que no cabe fiar que los sentidos aprecien sin error o cuya capacidad sean
incapaces de percibir exactamente. Se asemejan también a las reglas de dibujo, con
las cuales se aprecia en las líneas su dirección recta, que no puede uno fiarse de que
los sentidos la aprecien sin error, o al compás, con el cual se aprecia en las líneas su
curvatura, que no cabe fiar que el sentido la aprecie sin error.
Tal es, en suma, el fin de la lógica, fin que revela, al mismo tiempo, su grande
necesidad. Y este fin no sólo se refiere a los conocimientos que nosotros poseemos
y cuya verdad deseamos comprobar, sino también a los conocimientos de los
demás, cuya verdad queremos aquilatar, o a nuestros propios conocimientos, cuya
verdad desean comprobar los demás. Porque una vez que estemos en posesión de
aquellos cánones, si deseamos adquirir la evidencia de una cosa que ignoramos y
cuya verdad queremos aquilatar dentro de nosotros mismos, no dejaremos en
libertad a nuestro espíritu para que en la investigación de la verdad que queremos
comprobar proceda negligentemente siguiendo el curso espontaneo de las ideas tal
como le vengan, sin sujeción a ley alguna, ni dirigiéndose a la meta a que aspira por
cualquier camino que le ocurra de improviso, ni adoptando cualesquiera métodos
que puedan engañarnos haciéndonos creer que es verdad lo que no es verdad, sin
darnos de ello cuenta; antes al contrario, es preciso que de antemano sepamos qué
[16] camino conviene que sigamos, qué cosas debemos conocer [como medios], por
dónde debemos comenzar nuestro camino y cómo conviene que apliquemos
nuestro espíritu separadamente a cada una de aquellas cosas, hasta que lleguemos
sin ningún género de dudas a la cosa que nos propusimos averiguar. Es,
igualmente, preciso que conozcamos de antemano todas las cosas que nos pueden
conducir a error o a equívoco, a fin de precavernos contra ellas en nuestro camino.
Sólo entonces podremos estar seguros (respecto de la materia que queríamos
investigar) de que hemos tropezado con la verdad y de que no nos hemos
equivocado. Y así, cuando nos ocurrieren dudas respecto de una cosa que hayamos
averiguado y nos asalte la sospecha de que en su averiguación hemos descuidado
algo esencial, inmediatamente podremos someter nuestra averiguación a crítica, y si
en ella hubo efectivamente algún error, nos daremos cuenta de él y corregiremos
con facilidad el mal paso que hubiéramos dado.
Eso mismo nos sucederá cuando intentemos demostrar a los demás la verdad
de nuestras opiniones, puesto que para evidenciar a los ojos la verdad de una
opinión nuestra, habremos de emplear análogos medios y procedimientos a los que
hemos empleado para evidenciarnos de ella a nosotros mismos. Y si alguien nos
contradijere respecto de alguna afirmación o de algún argumento de los que le
hemos presentado en apoyo de aquella opinión nuestra y nos exigiere que le
mostremos cómo dicho argumento es precisamente prueba de la tesis que nosotros
sostenemos y no lo es de la tesis contraria y por qué nuestro argumento es [17] más
apto que otros cualesquiera para dicha demostración, podremos evidenciarle todo eso.
Igualmente, cuando alguien quisiere demostrarnos la verdad de una opinión,
tendremos medios de aquilatar el valor de sus afirmaciones y de sus argumentos
con los que él supone que su opinión se demuestra, y si en realidad fueren
demostrativos, veremos claramente por qué razón lo son y así admitiremos lo que
admitamos a ciencia y conciencia; lo mismo que en el caso contrario, si él trata de
engañarnos o se engaña, descubriremos la razón de su falacia o de su error, y así
podremos también a ciencia y conciencia condenar como de mala ley lo que rechacemos.
En cambio, si ignoramos la lógica, nuestra situación en todos estos casos será
completamente contraria y a la inversa, dije mal: será más grave, mucho peor y más
vergonzosa.
Otra utilidad de la lógica consiste en que con ella nos ponemos en guardia y
podemos tomar las precauciones precisas contra lo imprevisto, cuando queramos
examinar tesis que sean contradictorias o decidir entre dos adversarios que
discutan, o acerca del valor de las afirmaciones y argumentos invocados por cada
uno de ellos en apoyo de su opinión y en refutación de la de su adversario. Porque
si ignoramos la lógica, no podremos certificarnos de parte de quién está la verdad,
ni cómo atinó con ella el que atinó, ni por qué razón acertó, ni cómo resulta que
sus argumentos demuestran necesariamente la verdad de su tesis. De modo que, en
tal caso, nos expondremos, o a quedarnos perplejos ante todas las opiniones sin
saber cuál de ellas [18] es verdadera y cuál falsa, o a sospechar que todas ellas son
igualmente verdaderas, a pesar de ser contradictorias, o a creer que en ninguna de
ellas está la verdad, o a resolvernos a admitir unas y a rechazar otras, sin saber por
qué razón las admitimos o las rechazamos. Por lo cual, si alguno de los
contendientes nos contradice en algo que hemos admitido o rechazado, no
podremos demostrarle la razón en que nos hemos fundado.
Y si por acaso sucediera que en lo que hemos admitido o rechazado hubiese
algo que realmente fuese tal y como nosotros lo pensamos, no podríamos estar
ciertos, en ninguno de ambos casos, de que ello es realmente así como nosotros lo
creemos, sino que, por el contrario, nos quedará siempre la sospecha de que todo
cuanto creemos que es verdadero es fácil que sea falso, o recíprocamente, lo que
hemos creído falso es fácil que sea verdadero. O también es fácil que nos volvamos
a la opinión respectivamente contraria en cada uno de ambos casos, porque puede
muy bien ser que alguien nos presente una nueva razón o que a nosotros mismos
nos venga a las mientes una idea, la cual nos incline a abandonar la opinión que
actualmente tenemos por verdadera o falsa para adoptar su contraria. De modo
que, en todas estas dudas, nos tendremos que conducir como dice el adagio: «al
modo del leñador de noche».
Este mismo peligro se nos mostrará cuando [10] algunos pretendan pasar ante
nosotros por hombres competentísimos en una ciencia cualquiera. Si ignoramos la
lógica, no tendremos medio de aquilatar el valor de sus pretensiones: o habremos
de juzgar que todos dicen verdad o sospechamos de todos ellos o nos lanzaremos a
distinguir entre unos y otros; pero en los tres casos nos decidiremos sólo por mero
capricho del azar, sin conocimiento de causa y sin que estemos seguros de que
aquel a quien diputamos por hombre de ciencia no sea un despreciable farsante a
quien otorguemos nuestro asentimiento, cuando sólo merece que se le contradiga, y
a quien demos nuestra preferencia, cuando cabalmente se está burlando de
nosotros, sin que nosotros nos enteremos; o al revés, cabe que sea un hombre
veraz aquel de quien hemos sospechado, y así lo rechacemos injustamente sin
darnos de ello cuenta.
Tales son los perjuicios que implica la ignorancia de la lógica y la utilidad que
su conocimiento envuelve.
Es, pues, evidente que la lógica es necesaria para todo aquel que no quiera
limitarse a meras opiniones en la formación de sus juicios y creencias, pues las
meras opiniones son aquellos juicios que uno forma sin estar seguro de que luego
no los ha de abandonar para admitir otros contrarios a ellos. Ahora, para aquel que
prefiera contentarse con meras opiniones en sus juicios, no es necesaria la lógica.
Hay quienes pretenden que un asiduo ejercicio en las discusiones y
argumentos polémicos o una práctica continua de las matemáticas, v. gr., de la
geometría o de la aritmética, suple perfectamente por el estudio de las reglas de la
lógica o equivale a él [20] y desempeña su misma función o proporciona al hombre
la facultad necesaria para criticar toda afirmación, argumento y opinión, o basta
para dirigirle rectamente hacia la verdad y la certeza, a fin de que no yerre en
ninguno de sus conocimientos. Mas el que tal pretende se asemeja a quien
supusiera que el ejercicio y la disciplina consistentes en aprender de memoria
versos y trozos retóricos y en recitarlos asiduamente suple por el estudio de las
reglas de la gramática, para hablar correctamente y para evitar todo defecto de
lenguaje, o equivale a ese mismo estudio, desempeña su misma función y
proporciona al hombre la facultad de criticar la morfología de toda palabra para
decidir si es correcta o defectuosa. La respuesta que debe darse en este caso,
respecto de la gramática, es exactamente la misma que conviene dar en aquel otro,
respecto de la lógica.
Hay también quienes pretenden que el estudio de la lógica es superfluo e
innecesario, porque es muy posible que se encuentre alguna vez algún hombre
dotado de un talento natural tan perfecto, que nunca jamás deje de atinar con la
verdad, sin que conozca ni una sola de las leyes de la lógica. Mas el que tal pretende
se asemeja a quien supusiera que la gramática es superflua, porque entre los
hombres hay algunos que jamás cometen incorrecciones de lenguaje, sin que
conozcan ni una sola de las reglas de la gramática. La respuesta acerca de la utilidad
de las reglas es idéntica en ambos casos.
Los objetos de la lógica, es decir, aquello sobre lo cual la lógica da reglas, son
las ideas o inteligibles, en [21] cuanto guardan relación semántica o significativa con
las palabras, y las palabras en cuanto significan las ideas.
Esto es así, porque la verdad de un juicio no conseguimos aquilatarla dentro
de nuestro espíritu, sino reflexionando, examinando atentamente y fijando en
nuestro espíritu ciertas ideas y objetos cuya función es servir de medios para probar
la verdad de aquel juicio; e igualmente no podemos demostrar a los demás la
verdad de un juicio, sino hablándoles con palabras que les hagan comprender
aquellas ideas y objetos cuya función es servir de medios para demostrar la verdad
de aquel juicio.
Pero no es posible que demostremos la verdad de cualquier juicio que se nos
ocurra con cualesquiera ideas que a la mente nos vengan, ni tampoco cabe que el
número de esas ideas sea algo contingente ni que puedan ser utilizadas para aquel
fin, sean como sean y organizándolas y sintetizándolas en cualquier forma; antes al
contrario, para cada juicio cuya verdad deseemos demostrar, necesitaremos
servirnos de ciertas y determinadas ideas, que han de ser de un número taxativo,
que deberán reunir condiciones cualitativas fijas y que tendrán que organizarse y
componerse entre sí de un modo preciso; eso mismo es necesario que ocurra con
las palabras de que nos sirvamos para expresar aquellas ideas, cuando tratemos de
demostrar a los demás la verdad de aquel juicio. Y por eso necesitamos
forzosamente reglas que nos preserven y guarden de todo error respecto de las
ideas y de su expresión por las palabras. [22]
Los antiguos daban a cada una de estas dos cosas, es decir, a las ideas o
inteligibles y a las palabras que las expresan, un mismo nombre: razón y verbo; pero a
las ideas las denominaban «el verbo o la razón interior, grabada en el alma»; aquello
mediante lo que se expresa ese verbo interior, lo denominaban «el verbo o la razón
exteriorizada por la voz»; aquello de que el hombre se sirve para comprobar dentro
de sí mismo la verdad de un juicio, es el verbo grabado en el alma; aquello que sirve
para demostrarla a los demás es el verbo exteriorizado por la voz. El verbo, cuya
función consiste en demostrar la verdad de un juicio cualquiera, lo denominaban
los antiguos «el silogismo», tanto si era verbo interior grabado en el alma, como si
era exteriorizado por la voz. La lógica, pues, da las reglas, a que antes nos hemos
referido, para ambos verbos, interior y exterior, juntamente.
La lógica tiene de común con la gramática el dar, como ésta, reglas acerca del
uso de las palabras; y se distingue de ella en que la gramática da tan sólo las reglas
propias y privativas de las palabras de un pueblo determinado, mientras que la
lógica da las reglas comunes y generales para las palabras de todos los pueblos.
Porque es de advertir que en las palabras existen accidentes o modos de ser que son
comunes a todos los pueblos, como, por ejemplo, el que las palabras sean [23] de
dos categorías: aisladas o sueltas y unidas o asociadas entre sí, o que la palabra
aislada tiene que ser de tres categorías: nombre, verbo y partícula; o que se
clasifican en regulares e irregulares; o cosas semejantes a éstas. Pero, además,
existen otros modos de ser de las palabras, propios y privativos de una sola lengua,
como, por ejemplo, el que el sujeto agente de la proposición deba estar en
nominativo, y el objeto paciente en acusativo; o que el nombre determinado ya por
un genitivo posterior no admite el artículo determinativo. Todas estas propiedades
de las palabras y otras muchas son privativas de la lengua de los árabes. Y lo mismo
acaece con la lengua de otro pueblo, es decir, que posee propiedades privativas
suyas. Ahora bien; es innegable que se encuentran en la gramática algunas
cualidades de las palabras que son comunes a las lenguas de todos los pueblos; pero
de esas cualidades comunes tratan los gramáticos únicamente en cuanto se
encuentran y del modo que se encuentran en aquella determinada lengua para la
que ha sido inventada aquella particular gramática v. gr.: los términos técnicos que
los gramáticos árabes dan al nombre, verbo y partícula (nombre, acción y letra), o que
los gramáticos griegos dan a las partes de la oración de la lengua griega: nombre,
verbo y partícula. Esta división no es que se encuentre únicamente en el árabe o en el
griego, sino en todas las lenguas; pero los gramáticos árabes la emplean en cuanto
propia del árabe, y los gramáticos griegos en cuanto propia del griego.
Así, pues, la gramática, respecto de cada lengua, estudia tan sólo lo que es
peculiar o exclusivo de la [24] lengua de aquel pueblo y lo que es común a ella y a
otras, pero no en cuanto común, sino en cuanto propio de ella. Y ésta es la
diferencia que existe entre la manera de estudiar las palabras los gramáticos y los
lógicos; porque la gramática da los cánones que son peculiares a las palabras de un
determinado pueblo y considera los fenómenos que son comunes a aquella lengua y
a otras, no en cuanto comunes, sino en cuanto se observan en dicha lengua, para la
cual aquella gramática ha sido redactada. En cambio, los cánones que la lógica da
acerca de las palabras atañen solamente a los fenómenos que son comunes a las
palabras de todos los pueblos y considerados en cuanto comunes, sin estudiar ni
uno solo de los que son privativos de las palabras de un pueblo determinado; es
más: para lo que necesita estudiar de estos fenómenos peculiares de cada lengua, la
lógica se encomienda a la autoridad de los hombres peritos en la gramática
respectiva.
Por lo que se refiere al título de lógica, es evidente que le ha sido impuesto
atendiendo a la totalidad del fin que se propone. Deriva, en efecto, de logos [verbo],
término que tenía para los filósofos antiguos tres sentidos: 1º El verbo exteriorizado
por la voz, mediante el cual expresa la lengua lo que en la conciencia se guarda
oculto. –2º El verbo guardado en el alma, es decir, las idea o inteligibles, significadas
por las voces. –3º La facultad anímica puesta por Dios en el hombre, mediante la
cual se le distingue, con diferencia última, de todos los demás animales; con ella
adquiere el hombre los inteligibles, es decir, las ideas, los [25] conocimientos
científicos, las artes; mediante ella se realiza la intuición intelectual; mediante ella se
distingue la belleza y fealdad moral de las acciones. Esta facultad se encuentra en
todos los hombres, hasta en los niños; pero en éstos es muy exigua, no llega
todavía a realizar su función propia, lo mismo que le sucede a la facultad del pie del
niño para andar, o como el fuego poco intenso, que no llega a producir la
combustión del tronco de palmera. También existe esta facultad en los locos y en
los ebrios; pero sólo como en el ojo del estrábico reside la facultad de ver. En el
hombre, mientras duerme, también, pero está como en el ojo cerrado; en el que
sufre un síncope, como en el ojo velado por una nube de vapor o cosa análoga.
Ahora bien; como que la lógica da reglas para el uso del verbo exterior y del
verbo interior, y mediante estas reglas dirige y rectifica a la razón, que es facultad
esencial del hombre, para que realice su función propia sobre el verbo exterior y el
interior de la mejor manera posible, de la más acertada y más perfecta, por todo
esto se le ha dado un nombre derivado de logos [verbo], tomando esta voz en sus
tres acepciones. Muchos libros que solamente dan reglas para el uso del verbo
exterior, es decir, libros de gramática, se llaman con este mismo nombre. Luego es
evidente que con más razón merece este nombre la ciencia que enseña el recto uso
del verbo en sus tres acepciones.
Las partes de la lógica son ocho. En efecto: las especies de silogismo y las
especies de elocución que pueden emplearse para demostrar una opinión o cuestión
[26] cualquiera, y las especies de las artes cuya función propia (cuando son
perfectas) consiste en servirse del silogismo elocutivo, pueden reducirse, en suma, a
cinco: apodícticas, polémicas, sofísticas, retóricas y poéticas.
Las elocuciones apodícticas son aquellas cuya función consiste en producir un
conocimiento cierto acerca de la cuestión cuya resolución se busca; y esto, tanto si
el hombre las emplea dentro de su propio espíritu para investigar él mismo dicha
cuestión, como si se sirve de ellas para demostrársela a otro, como si otro las usa
para demostrársela a él. En todos estos casos la función propia de tales elocuciones
es dar por resultado un conocimiento cierto. El conocimiento es cierto, cuando lo
conocido no cabe absolutamente que sea de otro modo; cuando no cabe en modo
alguno y por ninguna causa que el hombre que lo posee se retracte de él, ni que él
mismo conciba como posible tal retractación; cuando no cabe que le ocurran
sospechas de error, ni le venga a las mientes sofisma alguno que le obligue a
rechazar lo que ya conoce, ni dudas ni conjeturas.
Las elocuciones polémicas se emplean en dos casos: 1º, cuando uno arguye con
afirmaciones de común sentir, de esas que todos los hombres admiten, tratando
sólo de vencer al adversario sobre una tesis de cuya verdad éste responde, o
defender contra él otra tesis con afirmaciones de aquel mismo género. Si el que
arguye se propone vencer al defensor, pero con afirmaciones o medios que no sean
de común sentir, y si el defensor intenta sostener su tesis o propugnarla, [27] pero
con afirmaciones que no sean tampoco de común sentir, entonces la función de
ambos no pertenece al método polémico; 2º, cuando el hombre se sirve de
afirmaciones de común sentir como medios para sugerir sospechas vehementes de
error en su propio ánimo o en el de otra persona, respecto de una opinión cuya
verdad intenta comprobar, llegando hasta imaginar que es cierta, sin que en realidad
lo sea.
Las elocuciones sofísticas son aquellas cuya función propia consiste en inducir a
error al entendimiento, extraviarlo y confundirlo, a fin de que llegue a sospechar
que es verdad lo que no lo es y recíprocamente; que es un eminente sabio el que no
lo es en realidad; y que no es un filósofo verdadero y un sabio el que realmente lo es.
Este nombre, sofística, designa la habilidad técnica que da al hombre la facultad
de engañar, de adulterar la verdad, de falsificarla, mediante la palabra, hasta el
punto de hacer pensar a los demás una de estas cosas: o que él está en posesión de
la ciencia, de la filosofía y de la perfección y que los otros son imperfectos, sin que
realmente sea así; o que una tesis cualquiera es falsa siendo verdadera, y
recíprocamente.
Es una palabra griega, compuesta de sofía, que es la sabiduría, y de isthV, que
significa falsificado. Viene, pues, a significar: sabiduría falsificada. De modo que [28]
todo el que posee la facultad de adulterar la verdad y de engañar mediante la
palabra, acerca de cualquier asunto, se le designa con este nombre.
Han dicho algunos (pero no es como ellos suponen) que el nombre sofista era
un nombre propio de una persona que existió en la Edad Antigua y que tenía por
sistema negar la realidad de toda percepción sensible y de todo conocimiento
racional; y que sus partidarios, los que seguían su doctrina y defendían su sistema,
fueron llamados sofísticos, como también se aplicó ese mismo nombre a todo el que
después sostuvo y defendió esa misma idea. Pero esta explicación es una mera
sospecha, audaz y estúpida en extremo, porque ni en los siglos pasados existió
hombre alguno, cuyo sistema consistiese en negar la realidad de las ciencias y de las
percepciones sensibles y a quien se aplicase tal sobrenombre, ni los antiguos
designaron así a hombre alguno determinado porque lo considerasen como secuaz
de un maestro que se hubiese apellidado sofista. Antes al contrario, si a alguno lo
llamaron así, fue únicamente porque la habilidad técnica que poseía, la manera
especial de hablar que empleaba y la facultad que tenía, era la de engañar y
confundir perfectamente a cualquier persona; como designaron con el nombre de
polemista a uno, no porque le considerasen como secuaz de un maestro que se
hubiese apellidado polemo, sino porque poseía la habilidad técnica y la manera
especial de hablar, que consiste en el uso perfecto del arte de la discusión con
cualquier persona. De igual manera, por consiguiente, es sofista el que posee esa
virtud y ese arte; y sofística es el arte [29] mismo o habilidad técnica, y su acto u
operación propia se llama también acto sofístico.
Las elocuciones retóricas sin aquellas cuya función propia consiste en conseguir
persuadir al hombre acerca de cualquier opinión, haciendo que su espíritu se incline
a confiar en la verdad de lo que se le dice y otorgar a ello su asentimiento, con
intensidad mayor o menor; porque las adhesiones fundadas en la mera persuasión,
si bien son inferiores en intensidad a la opinión muy probable, admiten entre sí
varios grados, siendo unas más firmes que otras, según que lo sean las elocuciones
que las producen, puesto que, indudablemente, ciertas elocuciones persuasivas son
más eficaces, más elocuentes, más fidedignas que otras; lo mismo ocurre con los
testimonios: cuantos más en número, tanto más elocuentes y eficaces son para
persuadir y convencer de la verdad de una noticia y para obtener en asentimiento
más firme respecto de la verdad de aquello que se dice. Mas, a pesar de esta
variedad de grados en la intensidad de la persuasión, ninguna de las elocuciones
retóricas puede llegar a producir el asenso propio de la opinión muy probable,
próxima a la certeza. Y en esto se diferencia, bajo este respecto, la retórica de la
polémica.
Las elocuciones poéticas son aquellas que se componen de elementos cuya
función propia consiste en provocar en el espíritu la representación imaginativa de
un modo de ser o cualidad de la cosa de que se habla, sea esta cualidad excelente o
vil, como, por ejemplo, la belleza, la fealdad, la nobleza, la abyección u otras
cualidades semejantes a éstas. Al escuchar las [30] elocuciones poéticas, nos ocurre,
por efecto de esa sugestión imaginativa que en nuestros espíritus provocan, algo
análogo a lo que nos pasa cuando miramos un objeto parecido a otro que nos
repugna, porque inmediatamente que lo miramos, la imaginación nos lo representa
como algo que nos disgusta, y nuestro espíritu se aparta y huye de él, aunque
estemos bien ciertos de que el tal objeto no es en realidad tal como nos lo
imaginamos. Así, pues, aunque sepamos que lo que nos sugieren las elocuciones
poéticas respecto de un objeto no es tal como ellas nos lo sugieren, sin embargo
obramos tal y como obraríamos si estuviésemos seguros de que es así, porque el
hombre muchas veces obra en consecuencia de lo que imagina, más que siguiendo
lo que opina o sabe; y muy a menudo resulta que lo que opina o sabe es contrario a
lo que imagina, y en tales casos, obra conforme a lo que imagina y no según lo que
opina o sabe. Esto mismo nos ocurre cuando miramos a las imágenes
representativas de una cosa o a los objetos que se parecen a otro.
Las elocuciones poéticas se emplean únicamente cuando se dirige la palabra a
un hombre a quien se le desea excitar a que haga una cosa determinada provocando
en su espíritu una emoción o sentimiento e inclinándole así con arte a que la
realice. Mas esto no puede ser sino en dos hipótesis: o cuando el hombre ese a
quien se trata de inducir es un hombre falto de reflexión para dirigirse por ella, y,
por tanto, tiene que ser excitado a obrar lo que se le propone por medio de la
sugestión imaginativa, la cual hace para él las veces de la reflexión; o cuando se
trata ya de un hombre [31] dotado de espíritu reflexivo, pero se quiere conseguir de
él que realice algún acto que, si él lo examina reflexivamente, no es seguro que lo
haga; y en este caso se le aborda de improviso con frases poéticas a fin de que la
sugestión imaginativa preceda a su reflexión y se lance de este modo, por la
precipitación, a realizar aquel acto, antes de que la reflexión acerca de sus
consecuencias se le hagan retractarse de su propósito y se abstenga en absoluto de
realizarlo o se decida a no apresurarse y a dejarlo para más adelante, en vista de la
conveniencia de estudiarlo detenidamente. Por esta razón, las elocuciones poéticas
son las únicas que se presentan hermoseadas, adornadas, llenas de énfasis y
redundancias, pulidas con el esplendor y brillo que proporcionan los recursos de
que trata la ciencia de la lógica.
Resulta, pues, que las especies de demostración, las artes demostrativas, las
varias maneras de elocución que se emplean para probar una tesis en toda clase de
materias, son cinco en suma: ciertas, probables, falaces, persuasivas e imaginativas.
Cada una de estas cinco artes tiene propiedades que le son privativas y
propiedades que le son comunes con las demás.
Las elocuciones demostrativas, lo mismo si se las considera en cuanto
grabadas en el alma como en cuanto exteriorizadas por la voz, se componen: en el
primer caso, de varias ideas o inteligibles enlazadas y organizadas entre sí para
demostrar la verdad de una cosa; y en el segundo caso, de varias palabras enlazadas
igualmente y organizadas entre sí, las cuales [32] expresan aquellas ideas y equivalen
a ellas, resultando, de esta correspondencia de las palabras a las ideas, que las
palabras son como los auxiliares y ayudas de las ideas para producir en quien las
oye la demostración de una verdad.
Las elocuciones fónicas que constan de menos elementos se componen de dos
solas palabras; y las elocuciones mentales correspondientes a ellas se componen
también de dos solas ideas o inteligibles. Estas elocuciones se llaman simples.
Las elocuciones demostrativas constan de elocuciones simples y son, por ello,
elocuciones compuestas. De éstas, las que de menos elementos constan son las que se
componen de solas dos elocuciones simples. El máximum de elementos que pueden
tener es indefinible.
Toda elocución demostrativa consta, por consiguiente, de dos clases de
elementos: elementos mayores, que son las elocuciones simples, y elementos
menores, que son los elementos de los elementos, es decir, las ideas aisladas y las
palabras que las expresan.
Infiérese de aquí que las partes de la lógica han de ser necesariamente ocho,
cada una de las cuales se contiene en un libro especial.
Libro 1º, que contiene los cánones de las ideas aisladas y de las palabras que las
expresan. Este libro es el titulado en árabe al-maqulat (Los predicamentos), y en griego
Kathgaríai (Categorías).
Libro 2º, que contiene los cánones de las elocuciones simples, las cuales
constan de dos solas ideas aisladas o de las dos palabras que las expresan. Este [33]
libro se titula en árabe al-ibara (La interpretación), y en griego Perì 9ermhneíaV (Sobre
la interpretación).
Libro 3º, que contiene los cánones, mediante los cuales se aquilata el valor de
las especies de demostración comunes a las cinco artes demostrativas. Este libro se
titula en árabe al-qiyas (El silogismo,) y en griego Analutiká (Analítica) primera.
Libro 4º, que contiene los cánones, mediante los cuales se aquilata el valor de
las elocuciones apodícticas y aquellos por los que se rige la sistematización de los
problemas de la filosofía para que sus investigaciones tengan el éxito más perfecto,
más excelente y más completo. Este libro se titula en árabe Kitab al-burhan (Libro de
la demostración apodíctica), y en griego Analutiká (Analítica) segunda.
Libro 5º, que contiene los cánones, mediante los cuales se aquilata el valor de
las elocuciones polémicas, el método de la objeción y de la respuesta dialécticas y,
en suma, los cánones por los que se rige la sistematización del arte de la
controversia para que sus operaciones todas resulten lo más perfectas, excelentes y
eficaces que sea posible. Este libro se titula en árabe Kitab al-mawadi i al-yadabiyya
(Libro de los lugares dialécticos), y en griego Topiká (Lugares o Tópicos).
Libro 6º, que contiene primeramente los cánones para el uso de los medios,
cuya función propia es extraviar al entendimiento del camino de la verdad,
engañarlo y dejarlo perplejo. En él se enumeran todos los recursos de que se sirve
el que se propone alterar la verdad y falsificarla sutilmente en los conocimientos y
en las elocuciones. Después enumera además los [34] necesarios para encontrar
esas elocuciones sofísticas de que se sirve el falsario y el farsante; explica cómo se
resuelve y qué es lo que debe recusarse y cómo ha de preservarse el hombre de caer
en un sofisma en sus investigaciones o de inducir a error a los demás. Este libro se
llama en griego Sofistiká (Sofística), que quiere decir la sabiduría falsificada.
Libro 7º, que contiene los cánones, mediante los cuales se examina y aquilata el
valor de las elocuciones retóricas, de las varias especies del discurso oratorio, de las
maneras de hablar empleadas por los literatos y oradores, a fin de averiguar si se
acomodan o no al método propio de la retórica. En dichos cánones se enumeran
todos los elementos que contribuyen a integrar el organismo del arte de la retórica,
dando a conocer la manera artificiosa de componer en cada materia las elocuciones
de este arte y los recursos por los cuales haya de resultar lo más excelente y
perfecto que sea posible, y sus operaciones lo más eficaces y elocuentes que quepa.
Este libro se llama en griego Rhtorikh2, que es (en árabe) al-jitaba (La Retórica).
Libro 8º, que contiene los cánones, mediante los cuales se someten a examen
las poesías y las elocuciones poéticas artificiales en general, y aquellas que
particularmente se componen para cada género poético según las materias. En esos
cánones se enumeran todos los elementos que integran el organismo del arte de la
poesía, cuántas son sus partes, cuántas clases hay de poesías y de elocuciones
poéticas, cuál es la manera artificiosa para componer cada una de ellas, con qué
recursos se puede contar para su composición, [35] cómo se consigue que la poesía
sea un todo orgánico, y que resulte dotada de la mayor belleza, énfasis, brillo y
gusto posibles y, en fin, qué cualidades debe reunir para que su elocuencia
produzca el efecto máximo. Este libro se llama en griego Poieutikh1 (Poética), que
es (en árabe) Kitab al-si ar (Libro de la poesía).
Estas son las partes de la lógica y el sumario de todas las materias que cada
una de sus partes contiene.
De todas ellas, la 4ª parte es la primera y principal, por razón de su nobleza y
primacía.
El único fin que la lógica se propone realizar, intentione prima, es el objeto de
esa 4º parte; todas las otras partes han sido hechas tan sólo por razón de la 4º, pues
las tres que la preceden en el orden de la enseñanza son preliminares,
introducciones, camino para llegar a ella; y las cuatro restantes que la siguen
obedecen a dos causas: es la primera, que en cada una de esas partes hay reglas que
sirven de ayuda y auxilio, algo así como de instrumentos para la para la parte 4ª, a la
cual coadyuvan unas más y otras menos; es la segunda causa el estar en guardia para
evitar confusiones; porque si esas artes demostrativas no se distinguen bien entre
sí, con distinción in actu unas de otras, hasta el punto de que se conozcan los
cánones de cada una de ellas separadamente, distinguiéndolos de los cánones de las
otras, no podrá estar seguro el hombre, cuando busque la verdad cierta, de no
servirse de argumentos dialécticos, sin saber que lo son, y apartarse así de la certeza
para dar en meras opiniones probables; o de emplear, sin darse cuenta, pruebas
retóricas que sólo le conducirán a la persuasión; o de [36] echar mano, sin pensarlo,
de razonamientos sofísticos, los cuales, o le harán sospechar que es verdad real lo
que no lo es y que debe darle crédito como a tal, o le dejarán en el estado de la
duda negativa; o bien se servirá, sin advertirlo, de elocuciones poéticas, y así
formulará sus juicios, apoyándose sobre meras representaciones imaginativas. De
modo que, en todos y cada uno de estos casos, el hombre se obstinará en creer que
camina por el sendero que conduce a la verdad y que ha encontrado lo que busca,
sin que realmente sea así. De la misma manera, el que conoce los alimentos y los
medicamentos, si no los sabe distinguir, in actu, de los venenos, mediante sus signos
característicos que le permitan formar un juicio cierto, no podrá estar seguro de
que no se los propine a sí propio, creyendo que son un alimento o una medicina,
sin darse cuenta, y así perezca miserablemente.
El objeto que estas cuatro últimas partes se proponen, intentione secunda, es el
de suministrar a los técnicos de cada una de las cuatro artes todos los medios para
el recto uso del arte respectivo, a fin de que sepa el hombre, cuando quiere llegar a
ser hábil polemista, cuántas cosas necesita aprender y de qué medios ha de servirse
para aquilatar, en su propio espíritu o en el de los demás, el valor de sus
elocuciones y saber si con ellas marcha o no por el camino de la dialéctica.
Igualmente, si quiere llegar a ser orador elocuente, sabrá cuántas son las cosas que
necesita aprender, y por qué medios deberá examinar en sí o en los otros el carácter
de sus elocuciones para ver si se sujetan al método retórico o a otro método. Así
también sabrá, si quiere [37] ser excelente poeta, cuántas cosas ha de aprender
necesariamente para ello, y qué cosas le servirán para examinar en sí o en los demás
poetas si sus elocuciones siguen el método poético o se apartan de él para
confundirse con otro método. De la misma manera sabrá, si quiere poseer la
facultad de engañar a los demás y de que a él no lo engañen, cuántas cosas necesita
aprender para ello, y de qué recursos podrá servirse para criticar el valor de toda
frase y de toda idea, a fin de averiguar si en ellas se engaña él mismo o se engañan
los otros, y en qué punto estriba el error.
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Alfarabi · Catálogo de las ciencias
Artículo III
De la ciencia de las matemáticas
Esta ciencia se divide en siete grandes partes, que ya hemos enumerado al
principio del libro. Con el nombre de Ciencia de la aritmética se conocen dos clases:
1ª, aritmética práctica; 2ª, aritmética teórica.
La aritmética práctica se ocupa de los números, en cuanto que son números
para los cuerpos o las cosas semejantes, cuya medida necesita precisarse. Ejemplo:
hombres, caballos, dinares, dirhemes u otras cosas numerables. Estos son los
números que usa el pueblo en las transacciones comerciales de los zocos y de las
ciudades.
La aritmética teórica solamente se ocupa de los números en abstracto, en
cuanto que en la mente están separados de los cuerpos y de todos los objetos
numerados. Y no especula sobre ellos sino en cuanto que están abstraídos de todos
los cuerpos sensibles que pueden numerar, y de todo respecto que abarca a la
totalidad de los números que sirven para numerar las [40] cosas sensibles y las
insensibles. Esta última clase de aritmética es la que entra en el cuadro de las
ciencias.
La aritmética teórica trata de los números haciendo abstracción de todas sus
propiedades esenciales simples, que no se relacionan entre sí, como, por ejemplo, el
par y el impar, y de todas aquellas propiedades que los relacionan entre sí, como,
por ejemplo, la que existe entre números iguales y desiguales, múltiplos y divisores,
el ser o no ser proporcionales, el ser o no ser semejantes, el ser conmensurables o
inconmensurables.
Además se ocupa [la aritmética teórica] de las propiedades de la suma de los
números entre sí, de su multiplicación, de su resta y de su división; de sus
potencias, como, por ejemplo, el cuadrado y el cubo, y en los números compuestos,
como el rectangular, o del de tres dimensiones, perfecto o no perfecto. De todo
esto, pues, se ocupa y de las propiedades por las que los números se relacionan
entre sí, y enseña, además, el modo con que se deduce un número de otro
conocido, y, en resumen, de todas las operaciones que resultan de los números.
De la ciencia de la geometría
La ciencia designada con esta palabra es de dos clases: geometría práctica y
geometría teórica.
La geometría práctica estudia líneas y superficies [materiales], el cuerpo madera,
si el que la emplea [la geometría] es carpintero; el cuerpo hierro, si es herrero [41]; el
cuerpo pared, si es albañil; las superficies y medidas de las tierras, si es agrimensor; y
lo mismo todo geómetra práctico, pues solamente se imagina las líneas, las
superficies, los cuadrados, los triángulos y las circunferencias en cuerpo de las
materias que son los objetos de esta ciencia práctica.
La geometría teórica solamente estudia las líneas, las superficies y los cuerpos
en abstracto y en general [por su figura], y bajo el respecto por el cual comprende a
las superficies de todos los cuerpos. Se imagina las líneas en el aspecto más general
en que no se piensa en qué cuerpo estén, y lo mismo se imagina las superficies, los
triángulos, los cuadrados y los círculos bajo su aspecto más amplio, sin pensar en
qué cuerpo estén; en este mismo aspecto general considera los cuerpos geométricos
sin concretarlos a una materia o a algo sensible; antes, por el contrario, los
considera en abstracto, sin pensar que un cuerpo geométrico determinado es
madera, pared o hierro, sino la forma común a éstos.
Esta última clase [la teórica] es la que entra en el conjunto de las ciencias, y se
ocupa de las líneas, superficies y cuerpos geométricos en abstracto, de sus figuras,
de sus medidas, de sus igualdades, de sus desigualdades, de sus posiciones, de su
orden y de todas sus propiedades, como el punto, los ángulos, &c. Trata además de
los [cuerpos] proporcionales y de los que no son proporcionales, de los
conmensurables, de los inconmensurables, de los racionales e irracionales [42] y de
las clases de estos dos últimos. Enseña el modo de construir todas y cada una de las
figuras y cuerpos que constituyen el objeto de la Geometría, y de qué modo deduce
todo lo que es propio que deduzca de ellas; enseña, además, las causas de todo esto
y por qué ello sea así, con demostraciones apodícticas que nos dan la ciencia cierta,
en la que no es posible duda alguna. Esto es el conjunto de lo que trata la
Geometría.
Esta ciencia tiene dos partes: una parte que estudia las líneas y las superficies,
y otra parte que estudia los cuerpos. La que estudia los cuerpos se subdivide según
las especies de los cuerpos, como, por ejemplo, el cubo, el cono, la esfera, el
cilindro, los prismas, ¿las secciones cónicas? El estudio de todo esto se hace bajo
dos respectos: primero, que se estudie cada uno de ellos en sí, como el estudio de
las líneas, de las superficies, del cubo, del cono separadamente; segundo, que se
estudien estos cuerpos y sus propiedades en cuanto que se relacionan unos con
otros; y esto, bien en el caso de que unos se midan por otros, en el cual estudiará su
igualdad, su desigualdad u otras propiedades distintas, bien en el caso que algunos
se coloquen en los otro y se fijen, como si se coloca y se fija una línea en una
superficie, o una superficie en un cuerpo, o una superficie en otra superficie, o un
cuerpo en otro cuerpo.
Conviene hacer notar que la Geometría y la Aritmética tienen bases y
principios, y las demás cosas se derivan de estos principios. Los principios son
cosas definidas; lo que se deriva de estos principios, cosas indefinidas. En el libro
atribuido a Euclides [p. 36] [43] el Pitagórico se encuentran los principios de la
geometría y de la aritmética; es el llamado Libro de los elementos. El estudio de esta
materia se puede hacer por dos métodos: analítico y sintético. Los más antiguos
que se ocuparon de esta ciencia reunieron en sus libros estos dos métodos, excepto
Euclides, que en su libro emplea solamente el método sintético.
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Alfarabi · Catálogo de las ciencias
Artículo III
De la ciencia de las matemáticas
Esta ciencia se divide en siete grandes partes, que ya hemos enumerado al
principio del libro. Con el nombre de Ciencia de la aritmética se conocen dos clases:
1ª, aritmética práctica; 2ª, aritmética teórica.
La aritmética práctica se ocupa de los números, en cuanto que son números
para los cuerpos o las cosas semejantes, cuya medida necesita precisarse. Ejemplo:
hombres, caballos, dinares, dirhemes u otras cosas numerables. Estos son los
números que usa el pueblo en las transacciones comerciales de los zocos y de las
ciudades.
La aritmética teórica solamente se ocupa de los números en abstracto, en
cuanto que en la mente están separados de los cuerpos y de todos los objetos
numerados. Y no especula sobre ellos sino en cuanto que están abstraídos de todos
los cuerpos sensibles que pueden numerar, y de todo respecto que abarca a la
totalidad de los números que sirven para numerar las [40] cosas sensibles y las
insensibles. Esta última clase de aritmética es la que entra en el cuadro de las
ciencias.
La aritmética teórica trata de los números haciendo abstracción de todas sus
propiedades esenciales simples, que no se relacionan entre sí, como, por ejemplo, el
par y el impar, y de todas aquellas propiedades que los relacionan entre sí, como,
por ejemplo, la que existe entre números iguales y desiguales, múltiplos y divisores,
el ser o no ser proporcionales, el ser o no ser semejantes, el ser conmensurables o
inconmensurables.
Además se ocupa [la aritmética teórica] de las propiedades de la suma de los
números entre sí, de su multiplicación, de su resta y de su división; de sus
potencias, como, por ejemplo, el cuadrado y el cubo, y en los números compuestos,
como el rectangular, o del de tres dimensiones, perfecto o no perfecto. De todo
esto, pues, se ocupa y de las propiedades por las que los números se relacionan
entre sí, y enseña, además, el modo con que se deduce un número de otro
conocido, y, en resumen, de todas las operaciones que resultan de los números.
De la ciencia de la geometría
La ciencia designada con esta palabra es de dos clases: geometría práctica y
geometría teórica.
La geometría práctica estudia líneas y superficies [materiales], el cuerpo madera,
si el que la emplea [la geometría] es carpintero; el cuerpo hierro, si es herrero [41]; el
cuerpo pared, si es albañil; las superficies y medidas de las tierras, si es agrimensor; y
lo mismo todo geómetra práctico, pues solamente se imagina las líneas, las
superficies, los cuadrados, los triángulos y las circunferencias en cuerpo de las
materias que son los objetos de esta ciencia práctica.
La geometría teórica solamente estudia las líneas, las superficies y los cuerpos
en abstracto y en general [por su figura], y bajo el respecto por el cual comprende a
las superficies de todos los cuerpos. Se imagina las líneas en el aspecto más general
en que no se piensa en qué cuerpo estén, y lo mismo se imagina las superficies, los
triángulos, los cuadrados y los círculos bajo su aspecto más amplio, sin pensar en
qué cuerpo estén; en este mismo aspecto general considera los cuerpos geométricos
sin concretarlos a una materia o a algo sensible; antes, por el contrario, los
considera en abstracto, sin pensar que un cuerpo geométrico determinado es
madera, pared o hierro, sino la forma común a éstos.
Esta última clase [la teórica] es la que entra en el conjunto de las ciencias, y se
ocupa de las líneas, superficies y cuerpos geométricos en abstracto, de sus figuras,
de sus medidas, de sus igualdades, de sus desigualdades, de sus posiciones, de su
orden y de todas sus propiedades, como el punto, los ángulos, &c. Trata además de
los [cuerpos] proporcionales y de los que no son proporcionales, de los
conmensurables, de los inconmensurables, de los racionales e irracionales [42] y de
las clases de estos dos últimos. Enseña el modo de construir todas y cada una de las
figuras y cuerpos que constituyen el objeto de la Geometría, y de qué modo deduce
todo lo que es propio que deduzca de ellas; enseña, además, las causas de todo esto
y por qué ello sea así, con demostraciones apodícticas que nos dan la ciencia cierta,
en la que no es posible duda alguna. Esto es el conjunto de lo que trata la
Geometría.
Esta ciencia tiene dos partes: una parte que estudia las líneas y las superficies,
y otra parte que estudia los cuerpos. La que estudia los cuerpos se subdivide según
las especies de los cuerpos, como, por ejemplo, el cubo, el cono, la esfera, el
cilindro, los prismas, ¿las secciones cónicas? El estudio de todo esto se hace bajo
dos respectos: primero, que se estudie cada uno de ellos en sí, como el estudio de
las líneas, de las superficies, del cubo, del cono separadamente; segundo, que se
estudien estos cuerpos y sus propiedades en cuanto que se relacionan unos con
otros; y esto, bien en el caso de que unos se midan por otros, en el cual estudiará su
igualdad, su desigualdad u otras propiedades distintas, bien en el caso que algunos
se coloquen en los otro y se fijen, como si se coloca y se fija una línea en una
superficie, o una superficie en un cuerpo, o una superficie en otra superficie, o un
cuerpo en otro cuerpo.
Conviene hacer notar que la Geometría y la Aritmética tienen bases y
principios, y las demás cosas se derivan de estos principios. Los principios son
cosas definidas; lo que se deriva de estos principios, cosas indefinidas. En el libro
atribuido a Euclides [p. 36] [43] el Pitagórico se encuentran los principios de la
geometría y de la aritmética; es el llamado Libro de los elementos. El estudio de esta
materia se puede hacer por dos métodos: analítico y sintético. Los más antiguos
que se ocuparon de esta ciencia reunieron en sus libros estos dos métodos, excepto
Euclides, que en su libro emplea solamente el método sintético.
_
Ciencia de los aspectos [óptica]
_
Trata de lo mismo que trata la geometría: las figuras, las magnitudes, las
posiciones, el orden, la igualdad, la desigualdad, &c.; pero no en cuanto que estas
cosas existen en las líneas, superficies y cuerpos en abstracto. La geometría, en
cambio, trata de todas estas cosas en cuanto que existen en líneas, superficies y
cuerpos en abstracto. Es, pues, el estudio de la geometría más general.
Ahora es preciso determinar la ciencia de los aspectos [óptica] y ver si abarca
la totalidad de lo que trata la geometría, puesto que la mayor parte de las cosas que
por necesidad estudia la geometría, en cuanto que tienen algún respecto de figura,
de posición, de orden, &c., vienen a convertir estos respectos en lo contrario
cuando se los mira. Y así, aquellas cosas que en realidad son cuadradas, si se las
mira desde una cierta distancia, se ven redondas; las que están juntas se ven
separadas; las que están separadas se ven iguales; muchas de las que están colocadas
en un mismo plano, parecen unas más bajas y otras más altas; parte de las que están
delante parece que están detrás, [44] y cosas semejantes a éstas [que se citan]. Y esta
ciencia distingue entre lo que aparece a la vista de otra manera de como en realidad
es, y lo que aparece como es realmente; da además las causas de todo esto y si esto
es así por demostraciones apodícticas. Enseña, acerca de todo aquello en lo que es
posible que yerre la vista, los medios de ingenio para que no yerre, sino que, por el
contrario, sepa realmente en la cosa que ve, su cantidad, su figura, su posición, su
orden y los medios de ingenio para no errar en todo lo demás acerca de lo que
puede equivocarse la vista.
El arte permite al hombre medir la distancia de las magnitudes lejanas, a las
cuales no se puede llegar, y la cantidad de las distancias respecto de nosotros y las
distancias entre sí; y esto, por ejemplo: la altura de los árboles grandes y de las
paredes, la anchura de los valles y ríos, la altura de los montes, la profundidad de
los valles y los ríos después que se ha dirigido la vista a sus extremos; las distancias
de las nubes, &c., del lugar en que nosotros estamos y enfrente de qué lugar de la
tierra están; las distancias de los cuerpos celestes y sus cantidades en cuanto que es
posible que se los mire según la inclinación del que los contempla; y, en resumen,
toda magnitud cuya cantidad o cuya distancia de algo se pretende medir, después
que se ha mirado. Unas cosas se hacen con instrumentos, para certificar la vista a
fin de que no yerre, y otras se hacen sin instrumentos. Y todo lo que se mira y se
ve, solamente se ve por medio de un rayo que atraviesa la atmósfera y todo cuerpo
transparente y aumenta nuestra vista, hasta que se pone sobre el [45] objeto visto.
Los rayos que penetran los cuerpos transparentes hasta el objeto visto pueden ser
rectos o reflejos, conversos o fractos. Rectos son los que cuando salen de la vista
marchan en la recta dirección de la vista hasta que pasan y se cortan.
Reflejos son aquellos que cuando empiezan a salir de la vista encuentran en su
camino, antes que hayan pasado, un espejo, el cual espejo los desvía del paso en
línea recta, reflejándose oblicuamente en uno de los lados del espejo; después sigue
en el lado en que lo desvió el espejo hacia delante del espectador; como se ve en
esta figura:
Conversos son aquellos que vuelven del espejo por el mismo camino por el
que primeramente habían marchado, hasta que caen sobre el cuerpo del que mira,
de cuya vista salieron: por tanto, el hombre que mira se ve a sí mismo en el mismo
rayo. Los fractos son aquellos que vuelven del espejo a la parte del que mira, de
cuya vista salieron; pasan oblicuamente ante él por uno de sus lados y caen sobre
otro objeto, bien detrás del que mira, bien a su derecha o a su izquierda, bien por
encima de él; y el hombre ve lo que está detrás de él, o en uno de sus otros lados.
La vuelta de estos rayos es conforme a esta figura: [46]
El medio entre la vista y el objeto visto, y el espejo, son, en resumen, los
cuerpos transparentes: el aire, el agua, un cuerpo celeste o algunos cuerpos
compuestos artificialmente de cristal, o cosas de este género. Los espejos que
reflejan los rayos y les impiden seguir su camino, pueden ser compuestos
artificialmente de hierro bruñido o de otra cosa, o de madera opaca pulimentada, o
de agua, o de otro cuerpo cualquiera que sea de semejante naturaleza.
La ciencia, pues, de los aspectos [óptica] trata de todo lo que se ve o se mira
por medio de estas cuatro clases de rayos en cada uno de los espejos, y de todo lo
perteneciente al objeto visto. Se divide en dos partes: la primera es el tratado de lo
que se mira por medio de los rayos rectos; la segunda el tratado de lo que se mira
por medio de los otros rayos. Y ésta es propiamente la ciencia de los espejos.
_
Trata de lo mismo que trata la geometría: las figuras, las magnitudes, las
posiciones, el orden, la igualdad, la desigualdad, &c.; pero no en cuanto que estas
cosas existen en las líneas, superficies y cuerpos en abstracto. La geometría, en
cambio, trata de todas estas cosas en cuanto que existen en líneas, superficies y
cuerpos en abstracto. Es, pues, el estudio de la geometría más general.
Ahora es preciso determinar la ciencia de los aspectos [óptica] y ver si abarca
la totalidad de lo que trata la geometría, puesto que la mayor parte de las cosas que
por necesidad estudia la geometría, en cuanto que tienen algún respecto de figura,
de posición, de orden, &c., vienen a convertir estos respectos en lo contrario
cuando se los mira. Y así, aquellas cosas que en realidad son cuadradas, si se las
mira desde una cierta distancia, se ven redondas; las que están juntas se ven
separadas; las que están separadas se ven iguales; muchas de las que están colocadas
en un mismo plano, parecen unas más bajas y otras más altas; parte de las que están
delante parece que están detrás, [44] y cosas semejantes a éstas [que se citan]. Y esta
ciencia distingue entre lo que aparece a la vista de otra manera de como en realidad
es, y lo que aparece como es realmente; da además las causas de todo esto y si esto
es así por demostraciones apodícticas. Enseña, acerca de todo aquello en lo que es
posible que yerre la vista, los medios de ingenio para que no yerre, sino que, por el
contrario, sepa realmente en la cosa que ve, su cantidad, su figura, su posición, su
orden y los medios de ingenio para no errar en todo lo demás acerca de lo que
puede equivocarse la vista.
El arte permite al hombre medir la distancia de las magnitudes lejanas, a las
cuales no se puede llegar, y la cantidad de las distancias respecto de nosotros y las
distancias entre sí; y esto, por ejemplo: la altura de los árboles grandes y de las
paredes, la anchura de los valles y ríos, la altura de los montes, la profundidad de
los valles y los ríos después que se ha dirigido la vista a sus extremos; las distancias
de las nubes, &c., del lugar en que nosotros estamos y enfrente de qué lugar de la
tierra están; las distancias de los cuerpos celestes y sus cantidades en cuanto que es
posible que se los mire según la inclinación del que los contempla; y, en resumen,
toda magnitud cuya cantidad o cuya distancia de algo se pretende medir, después
que se ha mirado. Unas cosas se hacen con instrumentos, para certificar la vista a
fin de que no yerre, y otras se hacen sin instrumentos. Y todo lo que se mira y se
ve, solamente se ve por medio de un rayo que atraviesa la atmósfera y todo cuerpo
transparente y aumenta nuestra vista, hasta que se pone sobre el [45] objeto visto.
Los rayos que penetran los cuerpos transparentes hasta el objeto visto pueden ser
rectos o reflejos, conversos o fractos. Rectos son los que cuando salen de la vista
marchan en la recta dirección de la vista hasta que pasan y se cortan.
Reflejos son aquellos que cuando empiezan a salir de la vista encuentran en su
camino, antes que hayan pasado, un espejo, el cual espejo los desvía del paso en
línea recta, reflejándose oblicuamente en uno de los lados del espejo; después sigue
en el lado en que lo desvió el espejo hacia delante del espectador; como se ve en
esta figura:
Conversos son aquellos que vuelven del espejo por el mismo camino por el
que primeramente habían marchado, hasta que caen sobre el cuerpo del que mira,
de cuya vista salieron: por tanto, el hombre que mira se ve a sí mismo en el mismo
rayo. Los fractos son aquellos que vuelven del espejo a la parte del que mira, de
cuya vista salieron; pasan oblicuamente ante él por uno de sus lados y caen sobre
otro objeto, bien detrás del que mira, bien a su derecha o a su izquierda, bien por
encima de él; y el hombre ve lo que está detrás de él, o en uno de sus otros lados.
La vuelta de estos rayos es conforme a esta figura: [46]
El medio entre la vista y el objeto visto, y el espejo, son, en resumen, los
cuerpos transparentes: el aire, el agua, un cuerpo celeste o algunos cuerpos
compuestos artificialmente de cristal, o cosas de este género. Los espejos que
reflejan los rayos y les impiden seguir su camino, pueden ser compuestos
artificialmente de hierro bruñido o de otra cosa, o de madera opaca pulimentada, o
de agua, o de otro cuerpo cualquiera que sea de semejante naturaleza.
La ciencia, pues, de los aspectos [óptica] trata de todo lo que se ve o se mira
por medio de estas cuatro clases de rayos en cada uno de los espejos, y de todo lo
perteneciente al objeto visto. Se divide en dos partes: la primera es el tratado de lo
que se mira por medio de los rayos rectos; la segunda el tratado de lo que se mira
por medio de los otros rayos. Y ésta es propiamente la ciencia de los espejos.
_
Ciencia de la astronomía
_
Se distinguen con este nombre dos ciencias: una, la ciencia de los juicios de las
estrellas, que es la ciencia de las señales de las estrellas sobre lo que va a suceder en
lo futuro, sobre muchas cosas existentes en el momento y sobre muchas que ya
pasaron [Astrología]. La segunda es la ciencia matemática de los astros
[Astronomía], y ésta es la que se conoce y se enumera entre las ciencias
matemáticas, pues aquélla solamente es la que se enumera entre las potencias y [47]
oficios con los cuales puede el hombre precaverse respecto de lo que ha de suceder,
como, por ejemplo, la interpretación de los sueños, los augurios por el grito y el
vuelo de las aves, y otras facultades parecidas a éstas.
La astronomía matemática se ocupa de los cuerpos celestes y de la tierra en
tres formas: 1ª, de sus figuras, las posiciones de unos respecto de otros, su orden
en el mundo por respecto a las magnitudes de sus cuerpos [masas], la relación de
unos con otros y las magnitudes de sus extensiones unas respecto de otras, y de que
la tierra, en su totalidad, no tiene traslación de su lugar ni en su lugar [rotación y
traslación]; 2ª, de las clases de movimientos de los cuerpos celestes, de que todos
estos movimientos son circulares y cuáles de ellos son los que son comunes a la
totalidad de los astros, bien sean estrellas o no lo sean, y los que son comunes a
todas las estrellas; además, de los movimientos especiales de cada estrella, la
cantidad de clases de movimientos, las direcciones en que se mueven, y en qué
dirección tiene cada una su movimiento; y enseña el medio de distinguir
ciertamente el lugar de cada estrella según las partes del Zodíaco en cada tiempo,
en cualquiera de las clases de movimiento. Se ocupa, además, de todos los
movimientos inherentes a los cuerpos celestes y a cada uno de ellos en el Zodíaco,
de las relaciones de unos con otros respecto a conjunciones y separaciones y
posiciones respectivas; y, en resumen, de todos los movimientos que les son
inherentes, excepto su relación a la tierra, como el eclipse de sol; y de todas las
cosas que les suceden [48] [a los cuerpos celestes] por causa de su posición respecto
de la tierra, según el lugar del mundo en el cual están, como el eclipse de luna.
Demuestra todas estas propiedades, y su cantidad, y de qué forma, en qué tiempo
les sucede esto y en cuánto tiempo, como, por ejemplo, el salir el sol, el ponerse,
&c.; 3ª, trata de la tierra en cuanto que está habitada o no habitada, la cantidad de la
parte poblada, cuántas son sus grandes divisiones, o sea los climas; cuenta los
lugares en los que coincide cada clima en un tiempo y dónde está el sitio de cada
población y su relación en el mundo; se ocupa de todo lo que necesariamente va
unido a cada clima y población por la rotación del mundo, común a todo [el
universo?], que es la rotación del día y de la noche, por causa de la posición de la
tierra en el lugar en donde en cada momento está, como, por ejemplo, el amanecer
y el anochecer, el alargarse o el acortarse los días y las noches, y otras cosas
parecidas.
Esto es, en resumen, en lo que esta ciencia se ocupa.
Se distinguen con este nombre dos ciencias: una, la ciencia de los juicios de las
estrellas, que es la ciencia de las señales de las estrellas sobre lo que va a suceder en
lo futuro, sobre muchas cosas existentes en el momento y sobre muchas que ya
pasaron [Astrología]. La segunda es la ciencia matemática de los astros
[Astronomía], y ésta es la que se conoce y se enumera entre las ciencias
matemáticas, pues aquélla solamente es la que se enumera entre las potencias y [47]
oficios con los cuales puede el hombre precaverse respecto de lo que ha de suceder,
como, por ejemplo, la interpretación de los sueños, los augurios por el grito y el
vuelo de las aves, y otras facultades parecidas a éstas.
La astronomía matemática se ocupa de los cuerpos celestes y de la tierra en
tres formas: 1ª, de sus figuras, las posiciones de unos respecto de otros, su orden
en el mundo por respecto a las magnitudes de sus cuerpos [masas], la relación de
unos con otros y las magnitudes de sus extensiones unas respecto de otras, y de que
la tierra, en su totalidad, no tiene traslación de su lugar ni en su lugar [rotación y
traslación]; 2ª, de las clases de movimientos de los cuerpos celestes, de que todos
estos movimientos son circulares y cuáles de ellos son los que son comunes a la
totalidad de los astros, bien sean estrellas o no lo sean, y los que son comunes a
todas las estrellas; además, de los movimientos especiales de cada estrella, la
cantidad de clases de movimientos, las direcciones en que se mueven, y en qué
dirección tiene cada una su movimiento; y enseña el medio de distinguir
ciertamente el lugar de cada estrella según las partes del Zodíaco en cada tiempo,
en cualquiera de las clases de movimiento. Se ocupa, además, de todos los
movimientos inherentes a los cuerpos celestes y a cada uno de ellos en el Zodíaco,
de las relaciones de unos con otros respecto a conjunciones y separaciones y
posiciones respectivas; y, en resumen, de todos los movimientos que les son
inherentes, excepto su relación a la tierra, como el eclipse de sol; y de todas las
cosas que les suceden [48] [a los cuerpos celestes] por causa de su posición respecto
de la tierra, según el lugar del mundo en el cual están, como el eclipse de luna.
Demuestra todas estas propiedades, y su cantidad, y de qué forma, en qué tiempo
les sucede esto y en cuánto tiempo, como, por ejemplo, el salir el sol, el ponerse,
&c.; 3ª, trata de la tierra en cuanto que está habitada o no habitada, la cantidad de la
parte poblada, cuántas son sus grandes divisiones, o sea los climas; cuenta los
lugares en los que coincide cada clima en un tiempo y dónde está el sitio de cada
población y su relación en el mundo; se ocupa de todo lo que necesariamente va
unido a cada clima y población por la rotación del mundo, común a todo [el
universo?], que es la rotación del día y de la noche, por causa de la posición de la
tierra en el lugar en donde en cada momento está, como, por ejemplo, el amanecer
y el anochecer, el alargarse o el acortarse los días y las noches, y otras cosas
parecidas.
Esto es, en resumen, en lo que esta ciencia se ocupa.
_
Ciencia de la música
Ciencia de la música
_
Se ocupa, en resumen, en dar a conocer las clases de los sonidos, de qué se
componen, sobre cuáles puede hacerse la composición y cómo, y por qué estados
[variaciones] es necesario que pasen hasta que su modo llegue a ser perfecto y
completo. Lo que con este nombre se conoce son dos ciencias: ciencia de la música
práctica, y ciencia de la música teórica. [49]
La música práctica es aquella que tiene por objeto encontrar los diversos
sonidos perceptibles en los instrumentos que se enumeran, ya sean naturales, ya
artificiales. Los instrumentos naturales son: la garganta, la úvula con las cosas que
las componen, y, además, la nariz; los artificiales son: las flautas, los laúdes, &c. El
músico práctico solamente ejecuta las melodías y sonidos con todas sus
propiedades, en cuanto que están en los instrumentos de los cuales se arrancan.
La [música] especulativa da la ciencia de los sonidos, que es inteligible (?), da
las causas de todo aquello que entra a componer los sonidos, no en cuanto que
están en una materia, sino en absoluto y en cuanto que están separados de todo
instrumento o materia; los toma en cuanto que son oídos en general, y averigua en
qué instrumento se producen y en cuál no se producen.
Se divide la música especulativa en cinco grandes partes: 1ª, el tratado de los
principios y primeras cosas que se deben emplear para la deducción de lo que hay
en esta ciencia; de cómo se deben emplear estos principios; por qué métodos fue
inventada esta arte, y de qué cosas y de cuántas se compone y de cómo conviene
que se investigue lo que hay en ella; 2ª, el tratado sobre los fundamentos de esta
arte, que abarca el tratado sobre el origen de los neumas, el conocimiento de
cuánto es su número, cuántas son sus clases, las demostraciones de la relación de
unos a otros y las demostraciones de todo esto; y el tratado sobre las clases de sus
sitios y sus órdenes, con los cuales se pone de acuerdo para que tome de ellas cada
uno [50] lo que quiera y con ellas componga las melodías; 3ª, el tratado de la
adaptación a lo demostrado en los principios, las frases y las demostraciones sobre
las clases de instrumentos artificiales que con ellos se preparan, y del invento de
todos [los instrumentos] de ellos [los principios, &c.] y su sitio en ellos, según la
medida y el orden que se demuestran en los principios; 4ª, el tratado sobre las
clases de los acordes naturales que son las medidas de los neumas; 5ª, acerca de la
composición de las melodías en general; además, acerca de la composición de las
melodías completas, que son las utilizadas en frases poéticas compuestas según
orden y regla; y acerca de la cualidad del arte de ellas, según cada una de las
intenciones de las melodías; y la enseñanza de las melodías con las cuales se hacen
más perfectas y más eficaces para la consecución del fin para que fueron
compuestas.
Se ocupa, en resumen, en dar a conocer las clases de los sonidos, de qué se
componen, sobre cuáles puede hacerse la composición y cómo, y por qué estados
[variaciones] es necesario que pasen hasta que su modo llegue a ser perfecto y
completo. Lo que con este nombre se conoce son dos ciencias: ciencia de la música
práctica, y ciencia de la música teórica. [49]
La música práctica es aquella que tiene por objeto encontrar los diversos
sonidos perceptibles en los instrumentos que se enumeran, ya sean naturales, ya
artificiales. Los instrumentos naturales son: la garganta, la úvula con las cosas que
las componen, y, además, la nariz; los artificiales son: las flautas, los laúdes, &c. El
músico práctico solamente ejecuta las melodías y sonidos con todas sus
propiedades, en cuanto que están en los instrumentos de los cuales se arrancan.
La [música] especulativa da la ciencia de los sonidos, que es inteligible (?), da
las causas de todo aquello que entra a componer los sonidos, no en cuanto que
están en una materia, sino en absoluto y en cuanto que están separados de todo
instrumento o materia; los toma en cuanto que son oídos en general, y averigua en
qué instrumento se producen y en cuál no se producen.
Se divide la música especulativa en cinco grandes partes: 1ª, el tratado de los
principios y primeras cosas que se deben emplear para la deducción de lo que hay
en esta ciencia; de cómo se deben emplear estos principios; por qué métodos fue
inventada esta arte, y de qué cosas y de cuántas se compone y de cómo conviene
que se investigue lo que hay en ella; 2ª, el tratado sobre los fundamentos de esta
arte, que abarca el tratado sobre el origen de los neumas, el conocimiento de
cuánto es su número, cuántas son sus clases, las demostraciones de la relación de
unos a otros y las demostraciones de todo esto; y el tratado sobre las clases de sus
sitios y sus órdenes, con los cuales se pone de acuerdo para que tome de ellas cada
uno [50] lo que quiera y con ellas componga las melodías; 3ª, el tratado de la
adaptación a lo demostrado en los principios, las frases y las demostraciones sobre
las clases de instrumentos artificiales que con ellos se preparan, y del invento de
todos [los instrumentos] de ellos [los principios, &c.] y su sitio en ellos, según la
medida y el orden que se demuestran en los principios; 4ª, el tratado sobre las
clases de los acordes naturales que son las medidas de los neumas; 5ª, acerca de la
composición de las melodías en general; además, acerca de la composición de las
melodías completas, que son las utilizadas en frases poéticas compuestas según
orden y regla; y acerca de la cualidad del arte de ellas, según cada una de las
intenciones de las melodías; y la enseñanza de las melodías con las cuales se hacen
más perfectas y más eficaces para la consecución del fin para que fueron
compuestas.
_
Ciencia de los pesos [mecánica]
Ciencia de los pesos [mecánica]
_
Considera lo propio de los pesos de dos modos: o tratando de los pesos en
cuanto que miden o se mide con ellos, y esto es el examen de los fundamentos del
tratado de las balanzas, o tratando de los pesos que se mueven o con los que se
mueve, y esto es el examen de los fundamentos de los instrumentos con los que se
elevan las cosas pesadas y sobre los cuales se las traslada de un lugar a otro. [51]
Considera lo propio de los pesos de dos modos: o tratando de los pesos en
cuanto que miden o se mide con ellos, y esto es el examen de los fundamentos del
tratado de las balanzas, o tratando de los pesos que se mueven o con los que se
mueve, y esto es el examen de los fundamentos de los instrumentos con los que se
elevan las cosas pesadas y sobre los cuales se las traslada de un lugar a otro. [51]
__
Ciencia de la ingeniería
Ciencia de la ingeniería
_
Es la ciencia del modo de ordenar sobre la adaptación de todo aquello cuya
existencia se demuestra en las ciencias que se han mencionado y demostrado,
acerca de los cuerpos físicos, su invención, su sitio en las [ciencias] in actu. Pues
todas estas ciencias solamente estudian las líneas, las superficies, los cuerpos, los
números y las demás cosas que estudian, en cuanto que están consideradas como
inteligibles separadas de los cuerpos físicos; y se necesita para la invención de todo
esto y para su manifestación, voluntad y arte [empleadas] en los cuerpos físicos y
sensibles, con las cuales se prepare su invención en ellos y su adaptación sobre
ellos, antes que las materias y los cuerpos sensibles, circunstancial y
accidentalmente, tengan algún obstáculo que impida colocar en ellos lo que ha sido
demostrado con pruebas que pide ser colocado en ellos, por cualquier medio que
esto suceda; por el contrario, es preciso que se allanen los cuerpos físicos para
recibir en sí mismos lo que les corresponde de esta invención y se facilite la
remoción de los obstáculos.
Las ciencias de los ingenieros son aquellas que dan los modos del
conocimiento en las direcciones y los métodos en la facilidad [para remover los
obstáculos] para la invención de esta arte y su exteriorización in actu en los cuerpos
físicos y sensibles.
La ciencia de los ingenios una es aritmética, y tiene muchos respectos, y otra
es la ciencia conocida [52] entre nosotros por Álgebra y Mocábala y lo semejante a
esto. Pues esta ciencia es común con la aritmética y la geometría y se ocupa de los
modos de dirección en la invención de los números que se deben usar, según los
principios que da Euclices sobre los racionales y los sordos, en la cuestión décima
de su libro de los Elementos, y según lo que no se cita en esta cuestión. Porque como
que la relación mutua de los racionales y los sordos entre sí es como la relación de
unos números a otros, todo número corresponde a una magnitud, ya sea racional,
ya sorda; y si se encuentran los números que sean correspondientes a la relación de
las magnitudes, se habrán encontrado estas magnitudes en cualquier aspecto. Por
esto se ponen algunos números racionales para que sean correspondientes a las
magnitudes racionales, y algunos números sordos para que sean correspondientes a
las magnitudes sordas.
Las ciencias de los ingenios geométricos son muchas, entre ellos el arte de los
órdenes de albañiles; el ingenio geométrico acerca de la medición de los distintos
cuerpos; el ingenio en el arte de los instrumentos astronómicos y músicos, y el
número de los instrumentos de muchas artes prácticas, como, por ejemplo, los
arcos y las clases de armas; y el ingenio óptico en el arte de los instrumentos que
dirigen la vista para comprender las realidades de las cosas que son vistas lejos de
nosotros, y en el arte de los espejos y en la colocación de los espejos en los lugares
en los cuales se devuelven los rayos para reflejarse, convertirse o refractarse, y de
aquí también la colocación en los lugares en los que se devuelven los rayos del sol a
otros [53] cuerpos; y de aquí proviene al arte de los espejos comburentes y el
ingenio acerca de ella; y el ingenio en el arte en los pesos extraordinarios y de los
instrumentos de muchas artes.
Estas y cosas parecidas integran las ciencias de los ingenios, que son los
principios de las artes civiles prácticas, que se emplean respecto de los cuerpos, las
figuras, los sitios, el orden y la medida, como las artes de los albañiles y carpinteros,
&c.
Tales son las ciencias matemáticas y sus especies.
Es la ciencia del modo de ordenar sobre la adaptación de todo aquello cuya
existencia se demuestra en las ciencias que se han mencionado y demostrado,
acerca de los cuerpos físicos, su invención, su sitio en las [ciencias] in actu. Pues
todas estas ciencias solamente estudian las líneas, las superficies, los cuerpos, los
números y las demás cosas que estudian, en cuanto que están consideradas como
inteligibles separadas de los cuerpos físicos; y se necesita para la invención de todo
esto y para su manifestación, voluntad y arte [empleadas] en los cuerpos físicos y
sensibles, con las cuales se prepare su invención en ellos y su adaptación sobre
ellos, antes que las materias y los cuerpos sensibles, circunstancial y
accidentalmente, tengan algún obstáculo que impida colocar en ellos lo que ha sido
demostrado con pruebas que pide ser colocado en ellos, por cualquier medio que
esto suceda; por el contrario, es preciso que se allanen los cuerpos físicos para
recibir en sí mismos lo que les corresponde de esta invención y se facilite la
remoción de los obstáculos.
Las ciencias de los ingenieros son aquellas que dan los modos del
conocimiento en las direcciones y los métodos en la facilidad [para remover los
obstáculos] para la invención de esta arte y su exteriorización in actu en los cuerpos
físicos y sensibles.
La ciencia de los ingenios una es aritmética, y tiene muchos respectos, y otra
es la ciencia conocida [52] entre nosotros por Álgebra y Mocábala y lo semejante a
esto. Pues esta ciencia es común con la aritmética y la geometría y se ocupa de los
modos de dirección en la invención de los números que se deben usar, según los
principios que da Euclices sobre los racionales y los sordos, en la cuestión décima
de su libro de los Elementos, y según lo que no se cita en esta cuestión. Porque como
que la relación mutua de los racionales y los sordos entre sí es como la relación de
unos números a otros, todo número corresponde a una magnitud, ya sea racional,
ya sorda; y si se encuentran los números que sean correspondientes a la relación de
las magnitudes, se habrán encontrado estas magnitudes en cualquier aspecto. Por
esto se ponen algunos números racionales para que sean correspondientes a las
magnitudes racionales, y algunos números sordos para que sean correspondientes a
las magnitudes sordas.
Las ciencias de los ingenios geométricos son muchas, entre ellos el arte de los
órdenes de albañiles; el ingenio geométrico acerca de la medición de los distintos
cuerpos; el ingenio en el arte de los instrumentos astronómicos y músicos, y el
número de los instrumentos de muchas artes prácticas, como, por ejemplo, los
arcos y las clases de armas; y el ingenio óptico en el arte de los instrumentos que
dirigen la vista para comprender las realidades de las cosas que son vistas lejos de
nosotros, y en el arte de los espejos y en la colocación de los espejos en los lugares
en los cuales se devuelven los rayos para reflejarse, convertirse o refractarse, y de
aquí también la colocación en los lugares en los que se devuelven los rayos del sol a
otros [53] cuerpos; y de aquí proviene al arte de los espejos comburentes y el
ingenio acerca de ella; y el ingenio en el arte en los pesos extraordinarios y de los
instrumentos de muchas artes.
Estas y cosas parecidas integran las ciencias de los ingenios, que son los
principios de las artes civiles prácticas, que se emplean respecto de los cuerpos, las
figuras, los sitios, el orden y la medida, como las artes de los albañiles y carpinteros,
&c.
Tales son las ciencias matemáticas y sus especies.
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Alfarabi · Catálogo de las ciencias
Artículo IV
Sobre la ciencia física y la ciencia metafísica
La ciencia física estudia los cuerpos físicos y los accidentes que existen en
estos cuerpos; y da a conocer las cosas de las cuales, por las cuales y con las cuales
existen estos cuerpos y los accidentes que en ellos hay.
Los cuerpos físicos unos son artificiales y otros naturales. Artificiales son, por
ejemplo, el cristal, la espada, la cama, la tela, y, en resumen, todo aquello que existe
por el arte y por la voluntad del hombre; naturales son aquellos que existen no por
el arte o por la voluntad del hombre, como los cielos, la tierra y lo que hay entre
ellos, las plantas y los animales. La disposición de los cuerpos naturales en este
respecto es como la disposición de los cuerpos artificiales, es decir, que los cuerpos
artificiales tienen cosas en, de, por y para las que existen; y estas cosas se
manifiestan más claramente en los artificiales que en los naturales. [56]
Los [accidentes] que existen en los cuerpos artificiales son, por ejemplo, el
lustre de la tela, el brillo del sable, la transparencia del cristal y el tallado de la cama.
Las cosas para las que existen los cuerpos artificiales son los fines y las intenciones
por las que se hacen: por ejemplo, la tela se hace para vestir, el sable para herir al
enemigo, la cama para preservarse con ella de la humedad de la tierra, y para las
demás cosas para las cuales y por las cuales se hace la cama, y el cristal para guardar
en él lo que en otras vasijas no es de creer que se transparente.
Los fines y las intenciones por las que existen los accidentes que están en los
cuerpos artificiales son, por ejemplo, el brillo de la tela para que con ella se
embellezca, el refulgir del sable para espantar al enemigo, el tallado del lecho para
embellecer su vista, la transparencia del cristal para que se vea lo que se pone
dentro de él.
Las cosas por causa de las cuales existen los cuerpos artificiales son los artistas
y los constructores, por ejemplo, el carpintero, por el que existe la cama; el
bruñidor, por el que existe la espada. Las cosas por las cuales existen los cuerpos
artificiales son dos en cada cuerpo artificial, por ejemplo, respecto de la espada; la
espada existe por dos cosas: el ser puntiaguda y el hierro, pues el ser puntiaguda es
su figura y su forma y por ello cumple su acto, y el hierro es su materia y su sujeto,
que es como el que sostiene su forma y su figura; la tela también existe por dos
cosas: por el hilo y por el enlace de su trama en la urdimbre; el tejido es su forma y
su figura y el hilo es como el sostén del [57] tejido y su sujeto y su materia; la cama
también existe por dos cosas: la cuadratura y la madera; la cuadratura es su forma, y
la madera es su materia, lo que sostiene la cuadratura; y lo mismo sucede con el
resto de los cuerpos artificiales. Y por la reunión de estas dos cosas y su acuerdo
resulta la existencia de cada una de ellas dos in actu y perfectamente y su esencia.
Cada cosa de estas solamente obra o es hecha, se emplea o se utiliza en
cualquier caso para el que ha sido formada, cuando su forma se adhiere a su
materia; pues la espada sólo se perfecciona con la forma puntiaguda, la tela
únicamente es útil cuando la trama ha terminado de tejer sus hilos; y otro tanto
ocurre con los demás cuerpos artificiales.
Esta es la cualidad de los cuerpos naturales, pues sólo existe cada uno de ellos
por la intención y el fin. Y asimismo sucede en toda cosa o accidente de los
cuerpos naturales, pues solamente existen por un fin o intención; y todo cuerpo y
todo accidente que en él se halle, tiene un agente y un creador, del cual recibe la
existencia.
El ser y los accidentes de cualquier cuerpo natural depende de dos cosas: una,
la que en él hace las veces del ser puntiaguda en la espada, que es la forma de aquel
cuerpo natural; otra, la que en él hace las veces del hierro de la espada en la espada,
que es la materia del cuerpo natural, y el substratum y como el recipiente de su forma
también; con la única diferencia que la forma y las materias de la espada, la cama, la
tela y los demás cuerpos artificiales se comprueban con la vista y con los sentidos,
como el ser puntiaguda la [58] espada y su hierro, la cuadratura de la cama y su
madera.
La forma de las cualidades y las materias de los cuerpos naturales no son
sensibles, y solamente nos consta de su existencia por el raciocinio y la
demostración apodíctica, lo mismo que ocurre también con muchos cuerpos
artificiales, que no tienen formas sensibles: por ejemplo, el vino, que es cuerpo que
se fabrica artificialmente, y la virtud que tiene de embriagar no se aprecia por los
sentidos y sólo se conoce su existencia por sus actos: esta virtud de embriagar es la
forma del vino, y hace respecto del vino las veces del ser puntiaguda respecto de la
espada, puesto que por esta virtud es por lo que el vino perfecciona su acto [de
embriagar]. Otro tanto ocurre con las medicinas compuestas por arte de la
medicina, v. gr., la triaca y semejantes; ellas sólo obran en el cuerpo humano por la
virtud que en ellas resulta de la composición, y esta virtud no es sensible, sino que
se comprueba por los efectos físicos que de ella se derivan. Toda medicina es tal
medicina por dos cosas: la mezcla, de la cual se compone, y la virtud, por la cual
desarrolla su acto [de curar]: la mezcla es la materia, y la virtud por la cual cumple
su acto es la forma; y si se anula esta virtud para ser medicina, es como si se le quita
a la espada el ser puntiaguda, que entonces ya no será espada, o como si a la tela se
le quita la urdimbre de sus hilos en la trama, que dejará al momento de ser tela.
De esta misma manera conviene que se entienda la forma y la materia de los
cuerpos naturales; pues siendo tales que no se comprueban al exterior, los [59]
efectos vienen a ser como las materias y las formas, con cuyos efectos se
comprueba la existencia de las materias y de las formas en los cuerpos artificiales.
Sirva de ejemplo el cuerpo ojo y la virtud que en él hay para la visión; o el cuerpo
mano y la virtud que tiene de coger; o cualquiera otro de los miembros del cuerpo
humano: pues la potencia visual no se ve ni se comprueba con ninguno de los
efectos sensibles posteriores, sino que solamente se comprende intelectualmente.
Esta última potencia o virtud que hay en los cuerpos naturales se llama forma
o figura, por método de analogía con la forma de los cuerpos artificiales, pues la
forma, la figura y la conformación exterior vienen a ser nombres sinónimos que
indican entre el vulgo las figuras de los animales y de los cuerpos artificiales, y se
trasladan y ponen estos nombres a la virtud y a las cosas que en los cuerpos
naturales hacen las veces de la conformación, la forma o la figura en los cuerpos
artificiales por un método de analogía; pues es costumbre en las artes dar a las
cosas el nombre con que suele nombrarlas el vulgo según el parecido o analogía de
estas cosas. Y las materias de los cuerpos, sus formas, su causa eficiente y sus fines,
por los que existen, se llaman principios de los cuerpos; y si se refieren a los
accidentes de los cuerpos, se llaman principios de los accidentes que hay en los
cuerpos.
La ciencia física da a conocer los cuerpos naturales, poniendo de manifiesto lo
que en ellos es sensible, o demostrando lo que en ellos es inteligible. De todo
cuerpo natural enseña la materia, la forma, la causa [60] eficiente, la causa final,
razón por la cual este cuerpo existe; y otro tanto dice respecto de los accidentes de
los cuerpos, pues enseña las sustancias en que radican, las cosas que son causas
eficientes de ellos, los fines por los cuales existen tales accidentes. Esta ciencia,
pues, da los principios de los cuerpos naturales y los principios de sus accidentes.
Los cuerpos naturales unos son simples y otros compuestos: simples son
aquellos cuya existencia no depende de otros cuerpos distintos de ellos; y
compuestos, aquellos cuya existencia depende de otros cuerpos distintos.
Alfarabi · Catálogo de las ciencias
Artículo IV
Sobre la ciencia física y la ciencia metafísica
La ciencia física estudia los cuerpos físicos y los accidentes que existen en
estos cuerpos; y da a conocer las cosas de las cuales, por las cuales y con las cuales
existen estos cuerpos y los accidentes que en ellos hay.
Los cuerpos físicos unos son artificiales y otros naturales. Artificiales son, por
ejemplo, el cristal, la espada, la cama, la tela, y, en resumen, todo aquello que existe
por el arte y por la voluntad del hombre; naturales son aquellos que existen no por
el arte o por la voluntad del hombre, como los cielos, la tierra y lo que hay entre
ellos, las plantas y los animales. La disposición de los cuerpos naturales en este
respecto es como la disposición de los cuerpos artificiales, es decir, que los cuerpos
artificiales tienen cosas en, de, por y para las que existen; y estas cosas se
manifiestan más claramente en los artificiales que en los naturales. [56]
Los [accidentes] que existen en los cuerpos artificiales son, por ejemplo, el
lustre de la tela, el brillo del sable, la transparencia del cristal y el tallado de la cama.
Las cosas para las que existen los cuerpos artificiales son los fines y las intenciones
por las que se hacen: por ejemplo, la tela se hace para vestir, el sable para herir al
enemigo, la cama para preservarse con ella de la humedad de la tierra, y para las
demás cosas para las cuales y por las cuales se hace la cama, y el cristal para guardar
en él lo que en otras vasijas no es de creer que se transparente.
Los fines y las intenciones por las que existen los accidentes que están en los
cuerpos artificiales son, por ejemplo, el brillo de la tela para que con ella se
embellezca, el refulgir del sable para espantar al enemigo, el tallado del lecho para
embellecer su vista, la transparencia del cristal para que se vea lo que se pone
dentro de él.
Las cosas por causa de las cuales existen los cuerpos artificiales son los artistas
y los constructores, por ejemplo, el carpintero, por el que existe la cama; el
bruñidor, por el que existe la espada. Las cosas por las cuales existen los cuerpos
artificiales son dos en cada cuerpo artificial, por ejemplo, respecto de la espada; la
espada existe por dos cosas: el ser puntiaguda y el hierro, pues el ser puntiaguda es
su figura y su forma y por ello cumple su acto, y el hierro es su materia y su sujeto,
que es como el que sostiene su forma y su figura; la tela también existe por dos
cosas: por el hilo y por el enlace de su trama en la urdimbre; el tejido es su forma y
su figura y el hilo es como el sostén del [57] tejido y su sujeto y su materia; la cama
también existe por dos cosas: la cuadratura y la madera; la cuadratura es su forma, y
la madera es su materia, lo que sostiene la cuadratura; y lo mismo sucede con el
resto de los cuerpos artificiales. Y por la reunión de estas dos cosas y su acuerdo
resulta la existencia de cada una de ellas dos in actu y perfectamente y su esencia.
Cada cosa de estas solamente obra o es hecha, se emplea o se utiliza en
cualquier caso para el que ha sido formada, cuando su forma se adhiere a su
materia; pues la espada sólo se perfecciona con la forma puntiaguda, la tela
únicamente es útil cuando la trama ha terminado de tejer sus hilos; y otro tanto
ocurre con los demás cuerpos artificiales.
Esta es la cualidad de los cuerpos naturales, pues sólo existe cada uno de ellos
por la intención y el fin. Y asimismo sucede en toda cosa o accidente de los
cuerpos naturales, pues solamente existen por un fin o intención; y todo cuerpo y
todo accidente que en él se halle, tiene un agente y un creador, del cual recibe la
existencia.
El ser y los accidentes de cualquier cuerpo natural depende de dos cosas: una,
la que en él hace las veces del ser puntiaguda en la espada, que es la forma de aquel
cuerpo natural; otra, la que en él hace las veces del hierro de la espada en la espada,
que es la materia del cuerpo natural, y el substratum y como el recipiente de su forma
también; con la única diferencia que la forma y las materias de la espada, la cama, la
tela y los demás cuerpos artificiales se comprueban con la vista y con los sentidos,
como el ser puntiaguda la [58] espada y su hierro, la cuadratura de la cama y su
madera.
La forma de las cualidades y las materias de los cuerpos naturales no son
sensibles, y solamente nos consta de su existencia por el raciocinio y la
demostración apodíctica, lo mismo que ocurre también con muchos cuerpos
artificiales, que no tienen formas sensibles: por ejemplo, el vino, que es cuerpo que
se fabrica artificialmente, y la virtud que tiene de embriagar no se aprecia por los
sentidos y sólo se conoce su existencia por sus actos: esta virtud de embriagar es la
forma del vino, y hace respecto del vino las veces del ser puntiaguda respecto de la
espada, puesto que por esta virtud es por lo que el vino perfecciona su acto [de
embriagar]. Otro tanto ocurre con las medicinas compuestas por arte de la
medicina, v. gr., la triaca y semejantes; ellas sólo obran en el cuerpo humano por la
virtud que en ellas resulta de la composición, y esta virtud no es sensible, sino que
se comprueba por los efectos físicos que de ella se derivan. Toda medicina es tal
medicina por dos cosas: la mezcla, de la cual se compone, y la virtud, por la cual
desarrolla su acto [de curar]: la mezcla es la materia, y la virtud por la cual cumple
su acto es la forma; y si se anula esta virtud para ser medicina, es como si se le quita
a la espada el ser puntiaguda, que entonces ya no será espada, o como si a la tela se
le quita la urdimbre de sus hilos en la trama, que dejará al momento de ser tela.
De esta misma manera conviene que se entienda la forma y la materia de los
cuerpos naturales; pues siendo tales que no se comprueban al exterior, los [59]
efectos vienen a ser como las materias y las formas, con cuyos efectos se
comprueba la existencia de las materias y de las formas en los cuerpos artificiales.
Sirva de ejemplo el cuerpo ojo y la virtud que en él hay para la visión; o el cuerpo
mano y la virtud que tiene de coger; o cualquiera otro de los miembros del cuerpo
humano: pues la potencia visual no se ve ni se comprueba con ninguno de los
efectos sensibles posteriores, sino que solamente se comprende intelectualmente.
Esta última potencia o virtud que hay en los cuerpos naturales se llama forma
o figura, por método de analogía con la forma de los cuerpos artificiales, pues la
forma, la figura y la conformación exterior vienen a ser nombres sinónimos que
indican entre el vulgo las figuras de los animales y de los cuerpos artificiales, y se
trasladan y ponen estos nombres a la virtud y a las cosas que en los cuerpos
naturales hacen las veces de la conformación, la forma o la figura en los cuerpos
artificiales por un método de analogía; pues es costumbre en las artes dar a las
cosas el nombre con que suele nombrarlas el vulgo según el parecido o analogía de
estas cosas. Y las materias de los cuerpos, sus formas, su causa eficiente y sus fines,
por los que existen, se llaman principios de los cuerpos; y si se refieren a los
accidentes de los cuerpos, se llaman principios de los accidentes que hay en los
cuerpos.
La ciencia física da a conocer los cuerpos naturales, poniendo de manifiesto lo
que en ellos es sensible, o demostrando lo que en ellos es inteligible. De todo
cuerpo natural enseña la materia, la forma, la causa [60] eficiente, la causa final,
razón por la cual este cuerpo existe; y otro tanto dice respecto de los accidentes de
los cuerpos, pues enseña las sustancias en que radican, las cosas que son causas
eficientes de ellos, los fines por los cuales existen tales accidentes. Esta ciencia,
pues, da los principios de los cuerpos naturales y los principios de sus accidentes.
Los cuerpos naturales unos son simples y otros compuestos: simples son
aquellos cuya existencia no depende de otros cuerpos distintos de ellos; y
compuestos, aquellos cuya existencia depende de otros cuerpos distintos.
_
Se divide la ciencia física en ocho grandes partes:
Se divide la ciencia física en ocho grandes partes:
_
1ª Trata de aquello en que convienen los cuerpos naturales todos, tanto
simples como compuestos: todo ello se trata en el [libro de] naturali auditu.
2ª Se ocupa en si existen los cuerpos simples, y en caso afirmativo, de cuáles
cuerpos sean y cuánto su número. Es, pues, el estudio del mundo: qué sea, cuáles
sus partes primeras y cuántas, si en total son tres o cinco; y el estudio del cielo y su
distinción de las demás partes del mundo, y que su materia es una sola: esto se trata
en la parte primera del tratado primero del libro de coelo et mundo. Examina luego los
elementos de los cuerpos compuestos; si están en los simples cuya existencia se ha
demostrado, o son cuerpos distintos salidos de aquéllos; si están en aquéllos y no es
posible que hayan salido de ellos; si son el todo o sólo parte de ellos, y si son parte,
qué parte de ellos son; estudia también si se pueden comprobar o no, y las demás
cosas que se comprenden hasta el [61] fin del tratado primero del libro de coelo et
mundo. Trata después de aquello en que convienen todos los cuerpos simples, qué
cosas son elementos y principios de los cuerpos compuestos y qué otras cosas no
son elementos de ellos: es el estudio del cielo y de sus partes, y está en el principio
del tratado segundo del libro de coelo et mundo, hasta cerca de sus dos terceras partes.
Estudia después lo que es propio de las partes que no son elementos, de los
principios y los accidentes que llevan consigo: esto es la materia del final del
tratado segundo, y del tercero y cuarto del libro de coelo et mundo.
3ª Se ocupa acerca de la generación de los cuerpos naturales y de su
corrupción en general, y acerca de las cosas inherentes a éstos; estudia cómo se
engendran los elementos y cómo se corrompen, y cómo después se engendran de
ellos los cuerpos compuestos, y de los principios de todo esto, que es objeto del
libro de generatione et corruptione.
4ª Trata de los principios de los accidentes y de los efectos propios de los
elementos únicamente, con exclusión de los compuestos de ellos: materia ésta del
tratado primero de los tres del libro de impressionibus superioribus.
5ª Se ocupa en el estudio de los cuerpos compuestos de elementos: estos
cuerpos son: unos de partes semejantes y otros de partes desemejantes; los de
partes semejantes son también de dos clases: unos, aquellos de cuyas partes se
componen los de partes desemejantes, como la carne y el hueso; otros, los que no
son parte que sirva de fundamento a un cuerpo [62] natural de partes desemejantes,
v. gr., la sal, el oro y la plata. Estudia, además, aquello en que convienen todos los
cuerpos compuestos de partes semejantes, bien sean sus partes de partes
desemejantes, bien no lo sean. Todo esto figura en el tratado cuarto del libro de
impressionibus superioribus.
6ª Contenida en el libro de los minerales, considera los cuerpos compuestos de
partes que no son partes desemejantes; éstos son los cuerpos minerales, las piedras
y sus distintas clases y las diversas especies de minerales, y lo que es propio a cada
especie de ellas.
7ª Contenida en el libro de las plantas, trata de aquellas cosas en que convienen
las especies de plantas, y de aquellas cosas que son propias de cada especie; lo cual
es una de las dos partes del estudio acerca de los compuestos de partes
desemejantes.
8ª Contenida en el libro de los animales y en el libro del alma, estudia aquello en
que convienen las diversas especies de animales y lo que es propio a cada una de
ellas, y es la parte segunda del estudio sobre los compuestos de partes
desemejantes.
1ª Trata de aquello en que convienen los cuerpos naturales todos, tanto
simples como compuestos: todo ello se trata en el [libro de] naturali auditu.
2ª Se ocupa en si existen los cuerpos simples, y en caso afirmativo, de cuáles
cuerpos sean y cuánto su número. Es, pues, el estudio del mundo: qué sea, cuáles
sus partes primeras y cuántas, si en total son tres o cinco; y el estudio del cielo y su
distinción de las demás partes del mundo, y que su materia es una sola: esto se trata
en la parte primera del tratado primero del libro de coelo et mundo. Examina luego los
elementos de los cuerpos compuestos; si están en los simples cuya existencia se ha
demostrado, o son cuerpos distintos salidos de aquéllos; si están en aquéllos y no es
posible que hayan salido de ellos; si son el todo o sólo parte de ellos, y si son parte,
qué parte de ellos son; estudia también si se pueden comprobar o no, y las demás
cosas que se comprenden hasta el [61] fin del tratado primero del libro de coelo et
mundo. Trata después de aquello en que convienen todos los cuerpos simples, qué
cosas son elementos y principios de los cuerpos compuestos y qué otras cosas no
son elementos de ellos: es el estudio del cielo y de sus partes, y está en el principio
del tratado segundo del libro de coelo et mundo, hasta cerca de sus dos terceras partes.
Estudia después lo que es propio de las partes que no son elementos, de los
principios y los accidentes que llevan consigo: esto es la materia del final del
tratado segundo, y del tercero y cuarto del libro de coelo et mundo.
3ª Se ocupa acerca de la generación de los cuerpos naturales y de su
corrupción en general, y acerca de las cosas inherentes a éstos; estudia cómo se
engendran los elementos y cómo se corrompen, y cómo después se engendran de
ellos los cuerpos compuestos, y de los principios de todo esto, que es objeto del
libro de generatione et corruptione.
4ª Trata de los principios de los accidentes y de los efectos propios de los
elementos únicamente, con exclusión de los compuestos de ellos: materia ésta del
tratado primero de los tres del libro de impressionibus superioribus.
5ª Se ocupa en el estudio de los cuerpos compuestos de elementos: estos
cuerpos son: unos de partes semejantes y otros de partes desemejantes; los de
partes semejantes son también de dos clases: unos, aquellos de cuyas partes se
componen los de partes desemejantes, como la carne y el hueso; otros, los que no
son parte que sirva de fundamento a un cuerpo [62] natural de partes desemejantes,
v. gr., la sal, el oro y la plata. Estudia, además, aquello en que convienen todos los
cuerpos compuestos de partes semejantes, bien sean sus partes de partes
desemejantes, bien no lo sean. Todo esto figura en el tratado cuarto del libro de
impressionibus superioribus.
6ª Contenida en el libro de los minerales, considera los cuerpos compuestos de
partes que no son partes desemejantes; éstos son los cuerpos minerales, las piedras
y sus distintas clases y las diversas especies de minerales, y lo que es propio a cada
especie de ellas.
7ª Contenida en el libro de las plantas, trata de aquellas cosas en que convienen
las especies de plantas, y de aquellas cosas que son propias de cada especie; lo cual
es una de las dos partes del estudio acerca de los compuestos de partes
desemejantes.
8ª Contenida en el libro de los animales y en el libro del alma, estudia aquello en
que convienen las diversas especies de animales y lo que es propio a cada una de
ellas, y es la parte segunda del estudio sobre los compuestos de partes
desemejantes.
_
Da, pues, la ciencia física en cada especie de estos cuerpos sus cuatro
principios y los accidentes que siguen a estos principios.
Este es el resumen de lo que estudia la ciencia física, y éstas son sus partes y
todo lo que se refiere a cada una de ellas. [63]
Tratado de la ciencia metafísica
Se contiene todo este capítulo en su libro de [Aristóteles] Sobre lo que hay más
allá de lo físico.
Da, pues, la ciencia física en cada especie de estos cuerpos sus cuatro
principios y los accidentes que siguen a estos principios.
Este es el resumen de lo que estudia la ciencia física, y éstas son sus partes y
todo lo que se refiere a cada una de ellas. [63]
Tratado de la ciencia metafísica
Se contiene todo este capítulo en su libro de [Aristóteles] Sobre lo que hay más
allá de lo físico.
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La metafísica se divide en tres partes:
La metafísica se divide en tres partes:
_
La 1ª trata de las esencias y de sus accidentes, en cuanto que son esencias.
La 2ª trata de los principios de las demostraciones en las ciencias especulativas
particulares, y es la que determina a cada ciencia por la especulación de una esencia
propia, v. gr., la Lógica, la Geometría, la Aritmética y las demás ciencias últimas
particulares que se parecen a éstas; se ocupa también de los principios de la ciencia
de la Lógica, de los principios de las ciencias matemáticas y de los principios de la
ciencia física, busca la verdad de ellas y enseña sus propiedades características;
estudia las opiniones erróneas que los antiguos expusieron acerca de los principios
de estas ciencias, por ejemplo, la opinión de los que creían que el punto, la unidad,
las líneas y las superficies eran sustancias y separadas, y otras opiniones semejantes
a éstas sobre los principios de las restantes ciencias, opiniones que destruye y cuya
falsedad demuestra.
La 3ª parte trata de las esencias que no son cuerpos, ni están en cuerpos.
Acerca de ellas estudia primero si es esencia o no, y demuestra que es esencia; luego
si son muchas o no, y prueba que son muchas; después si son finitas o no, y
demuestra que son finitas; luego si son igualmente perfectas o son diferentemente
[64] perfectas, demostrando que son distintas en perfección. Demuestra
seguidamente que estas ciencias, según su multitud, se elevan desde las más
imperfectas hasta las más perfectas, y que las más perfectas llegan hasta un límite
último de perfección, más allá del cual no es posible ya que se encuentre algo más
perfecto ni es posible que haya cosa alguna que sea fundamento o causa en
semejante grado de su ser, ni tenga igual ni contrario; hasta llegar al ser primero,
antes del cual no es posible que exista ningún otro, al ser precedente, al cual no es
posible que lo preceda otra cosa alguna, al ser cuya existencia no es posible que se
tome de otra cosa alguna que sea su causa. Este es el ser eterno y primero en
absoluto, el único.
La 1ª trata de las esencias y de sus accidentes, en cuanto que son esencias.
La 2ª trata de los principios de las demostraciones en las ciencias especulativas
particulares, y es la que determina a cada ciencia por la especulación de una esencia
propia, v. gr., la Lógica, la Geometría, la Aritmética y las demás ciencias últimas
particulares que se parecen a éstas; se ocupa también de los principios de la ciencia
de la Lógica, de los principios de las ciencias matemáticas y de los principios de la
ciencia física, busca la verdad de ellas y enseña sus propiedades características;
estudia las opiniones erróneas que los antiguos expusieron acerca de los principios
de estas ciencias, por ejemplo, la opinión de los que creían que el punto, la unidad,
las líneas y las superficies eran sustancias y separadas, y otras opiniones semejantes
a éstas sobre los principios de las restantes ciencias, opiniones que destruye y cuya
falsedad demuestra.
La 3ª parte trata de las esencias que no son cuerpos, ni están en cuerpos.
Acerca de ellas estudia primero si es esencia o no, y demuestra que es esencia; luego
si son muchas o no, y prueba que son muchas; después si son finitas o no, y
demuestra que son finitas; luego si son igualmente perfectas o son diferentemente
[64] perfectas, demostrando que son distintas en perfección. Demuestra
seguidamente que estas ciencias, según su multitud, se elevan desde las más
imperfectas hasta las más perfectas, y que las más perfectas llegan hasta un límite
último de perfección, más allá del cual no es posible ya que se encuentre algo más
perfecto ni es posible que haya cosa alguna que sea fundamento o causa en
semejante grado de su ser, ni tenga igual ni contrario; hasta llegar al ser primero,
antes del cual no es posible que exista ningún otro, al ser precedente, al cual no es
posible que lo preceda otra cosa alguna, al ser cuya existencia no es posible que se
tome de otra cosa alguna que sea su causa. Este es el ser eterno y primero en
absoluto, el único.
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Demuestra [esta parte] que los demás seres son posteriores a aquél en la
existencia, y que aquél es el uno, el primero, el que da unidad a todos los demás
seres fuera de él; que aquel ser es la verdad primera, que da la verdad a los demás
seres que tienen verdad. Y demuestra también cómo hace esto; y que en aquel ser
no es posible la pluralidad por ninguna causa ni manera, sino que él es, por el
nombre y por la significación, más uno, más ser, más verdad que cualquier cosa
fuera de él, a la que se llama una, o ser o verdad. Demuestra, finalmente, que este
ser que tiene estos atributos es el que debe creerse que es Dios (¡grandes sean sus
alabanzas!); y considera todos los demás atributos que se han descrito, aplicados a
Dios (¡ensalzado sea!), hasta que los enumera todos.
Enseña después cómo las esencias vienen al ser por El y cómo los seres
provienen de El. Trata luego [65] del orden de las esencias y de la manera en que
resulta este orden, y a qué cosas hay que mirar en cada una para ponerla en el orden
en que está. Demuestra el modo de la relación entre ellas y de su armonía, y con
qué cosas se produzca esta armonía y relación. Va considerando luego las restantes
operaciones de Dios (¡grandes sean sus alabanzas!) en las esencias, hasta
enumerarlas todas. Demuestra que El, en sus operaciones, no tiene injusticia, ni
defecto, ni duda, ni mala conducta, ni mal proceder, y, en suma, que no hay defecto
o imperfección ni mal alguno en estas operaciones.
Refuta, por fin, las opiniones erróneas acerca de Dios (¡multiplíquense sus
alabanzas!) y de sus operaciones, de las cuales opiniones resulta una imperfección
en El y en sus actos, y en las esencias que El ha creado; y todos estos errores los
destruye esta ciencia con demostraciones que alcanzan tal certeza que los hombres
no pueden abrigar duda alguna, ni tener preocupación siquiera de sospecha, ni
posibilidad de apartarse de El por causa alguna.
Demuestra [esta parte] que los demás seres son posteriores a aquél en la
existencia, y que aquél es el uno, el primero, el que da unidad a todos los demás
seres fuera de él; que aquel ser es la verdad primera, que da la verdad a los demás
seres que tienen verdad. Y demuestra también cómo hace esto; y que en aquel ser
no es posible la pluralidad por ninguna causa ni manera, sino que él es, por el
nombre y por la significación, más uno, más ser, más verdad que cualquier cosa
fuera de él, a la que se llama una, o ser o verdad. Demuestra, finalmente, que este
ser que tiene estos atributos es el que debe creerse que es Dios (¡grandes sean sus
alabanzas!); y considera todos los demás atributos que se han descrito, aplicados a
Dios (¡ensalzado sea!), hasta que los enumera todos.
Enseña después cómo las esencias vienen al ser por El y cómo los seres
provienen de El. Trata luego [65] del orden de las esencias y de la manera en que
resulta este orden, y a qué cosas hay que mirar en cada una para ponerla en el orden
en que está. Demuestra el modo de la relación entre ellas y de su armonía, y con
qué cosas se produzca esta armonía y relación. Va considerando luego las restantes
operaciones de Dios (¡grandes sean sus alabanzas!) en las esencias, hasta
enumerarlas todas. Demuestra que El, en sus operaciones, no tiene injusticia, ni
defecto, ni duda, ni mala conducta, ni mal proceder, y, en suma, que no hay defecto
o imperfección ni mal alguno en estas operaciones.
Refuta, por fin, las opiniones erróneas acerca de Dios (¡multiplíquense sus
alabanzas!) y de sus operaciones, de las cuales opiniones resulta una imperfección
en El y en sus actos, y en las esencias que El ha creado; y todos estos errores los
destruye esta ciencia con demostraciones que alcanzan tal certeza que los hombres
no pueden abrigar duda alguna, ni tener preocupación siquiera de sospecha, ni
posibilidad de apartarse de El por causa alguna.
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Alfarabi · Catálogo de las ciencias
Artículo V
Sobre la ciencia política, la ciencia del derecho y la
teología
La ciencia política se ocupa de las diversas clases de acciones y costumbres
voluntarias, de los hábitos, caracteres, inclinaciones y disposiciones naturales, de
los cuales derivan aquellas acciones y costumbres; de los fines por los cuales se
obra; de cómo conviene que existan en el hombre, y cuál es la manera de
ordenarlos en la dirección en que conviene que existan en él, y la manera de
conservarlos. Distingue entre los fines por los cuales se realizan las acciones y se
usan las costumbres; demuestra cuáles de ellas producen en realidad la felicidad, y
cuáles se supone que son causa de felicidad, sin que realmente la produzcan; y que
aquellas que en realidad son la felicidad, no es posible que existan en esta vida, sino
en otra vida después de ésta, que es la vida futura. Las cosas en las que se supone la
felicidad son, por ejemplo, la riqueza, los honores, los placeres cuando se les toma
como único fin en este mundo.
Analiza las acciones y las costumbres, y demuestra que aquellas de las cuales se
obtiene lo que [68] realmente es felicidad, son las obras buenas, honestas y
virtuosas, y las que no producen esto son las malas, deshonestas e imperfectas; que
la causa de que existan en el hombre es para que los actos y costumbres buenos
sean puestos en práctica en las ciudades y en las colectividades ordenadamente y se
cumplan en común. Demuestra [que todo esto no puede adquirirse sino mediante
una autoridad, con la cual sean posibles las acciones y costumbres, las disposiciones
naturales, los hábitos y los caracteres en las ciudades y en las colectividades, y la
cual se esfuerce a que todo esto se guarde para que no desaparezca. Esta autoridad
no se obtiene sino mediante un poder y un hábito, de los cuales deriven las
acciones capaces de hacerlos posibles y las acciones capaces de consolidar los que
hayan aparecido. Tal poder es el reino y la realeza, u otro nombre que quiera el
hombre darle; la política es el efecto de esta fuerza.
La autoridad es de dos clases: una, que hace posibles las acciones, costumbres
y hábitos voluntarios, de los que naturalmente se deriva lo que realmente es la
felicidad, y ésta es la autoridad buena, y las ciudades y colectividades que obedecen
a esta autoridad son las ciudades y colectividades buenas; y autoridad que hace
posibles a las ciudades acciones y disposiciones de las cuales se derivan cosas que
parece que son felicidad, sin que realmente lo sean, y ésta es la autoridad ignorante.
Esta última clase se subdivide en otras muchas, y cada una de ellas toma el nombre
del fin que se propone y sirve, y serán tantas como sean las cosas que busque en
calidad de fines o intenciones; si [69] busca las riquezas, se llamará autoridad de la
avaricia; si va tras los honores, se llamará autoridad de la vanagloria; y si se
preocupa de otra cosa distinta, será nombrada con el nombre de las cosa que tenga
por fin.
Demuestra que el poder real bueno se compone de dos fuerzas: una, la fuerza
que se funda sobre las leyes universales; otra, la fuerza que el hombre adquiere
mediante la producción de acciones civiles y mediante las prácticas de operaciones
en los caracteres; y los individuos en las ciudades adquieren la práctica y la
prudencia en tales operaciones después de larga experiencia y ejemplo, al modo que
sucede con el médico: éste, en efecto, llega a ser práctico perfecto mediante dos
fuerzas: una, obtenida por las generalidades y reglas que ha sacado de los libros de
medicina; otra, que resulta en él después de la repetición continua de acciones de
medicina en los enfermos, y la prudencia en tales acciones adquirida mediante las
prácticas y los ejemplos vistos en los cuerpos de los individuos. Con esta virtud
puede el médico graduar los medicamentos y los tratamientos de cada cuerpo en
cada caso.
De la misma manera la fuerza real, con aquel poder y aquella experiencia,
puede estimar los actos según cada accidente, condición, ciudad o tiempo.
La filosofía política de las reglas generales en todo lo que a ella toca respecto
de los actos, costumbres, hábitos voluntarios y demás asuntos en que se ocupa, y
da también los planes para medir estas acciones en cada caso y en cada tiempo, y
enseña cómo, con qué y con cuánto hay que medirlas; después los deja sin medir,
porque la medida del acto se hace con otra [70] fuerza distinta de este acto, cuya
condición es que se una al acto y vaya con él, pues los caracteres y las intenciones,
en cuanto son capaces de medida, son indefinidos y no se comprenden en esta
medida.
Esta ciencia tiene dos partes: la parte que trata del conocimiento de la
felicidad, y distingue lo que en realidad lo es de lo que solamente se cree que lo es,
y se ocupa del catálogo de las acciones, hábitos, caracteres y disposiciones naturales
voluntarias generales, cuya propiedad es que se repartan] en las ciudades y en las
colectividades; distingue las virtuosas de las que no lo son; se ocupa en ordenar las
inclinaciones y las costumbres buenas en las ciudades y colectividades, y en enseñar
los hábitos con los cuales son posibles acciones y costumbres virtuosas. Ordena las
gentes ciudadanas y los actos por los cuales se guarda lo ordenado y es posible
entre ellas guardarlo. Enumera luego las distintas clases de fuerzas reales no
virtuosas, cuántas son y cuáles; enumera las acciones tocantes a cada una y qué
hábitos y caracteres abarca cada una para que sea posible su existencia en las
ciudades y colectividades, y para que las gentes ciudadanas, que viven debajo de la
autoridad, consigan el fin que se proponen con esta vida social.
Todo esto se contiene en el libro de Política, es decir, en el libro del Gobierno de
Aristóteles y en el libro del Gobierno de Platón y en otros libros de Platón y de otros
autores. Y demuestra que todas estas acciones, [71] hábitos y costumbres [no
virtuosas] son como las enfermedades respecto de las ciudades virtuosas. Las
acciones y los hábitos, propios de las fuerzas reales, son como las enfermedades de
los actos reales virtuosos; y los hábitos y costumbres propios de esta clase de
ciudades, son como las enfermedades de las ciudades virtuosas.
Estudia luego la cantidad de causas, ocasiones y de motivos por cuyo respecto
no conviene que se cambie la autoridad virtuosa, ni las costumbres de las ciudades
virtuosas en costumbres y hábitos de ignorancia, y junto con esto se ocupa en las
clases de acciones con las cuales se afirman las ciudades y las autoridades virtuosas
para que no se corrompan y cambien en no virtuosas; y estudia también los modos
y las habilidades de gobernar, y los medios que es preciso poner en práctica,
cuando se han convertido en ignorantes las ciudades, para que vuelvan a la
primitiva situación. Demuestra, además, cuántas cosas integran la fuerza real buena,
pues unas son las ciencias especulativas y prácticas, y ellas tienen una fuerza
adjunta, resultante de la práctica tenida durante la repetición de los actos en las
ciudades y colectividades, y ella es la fuerza por cuyo respecto se inventan las leyes
con las cuales son posibles las acciones, hábitos y costumbres según cada tribu, o
cada ciudad, o cada pueblo, y según cada condición o accidente. Prueba también
que la ciudad virtuosa solamente perdura virtuosa y no se cambia, cuando sus reyes
mandan en todos los tiempos con las mismas leyes en sus ministros, de manera que
el segundo, que sucede al antecesor, tenga las mismas [72] formas y leyes que el
otro, y que gobierne sin interrupción y sin separación.
Enseña qué es lo que conviene hacer para que no se interrumpa el gobierno de
los reyes. Muestra qué condiciones y caracteres naturales conviene buscar en los
hijos de los reyes y en otras personas de esta clase, de modo que por ellos sea digno
de ser elegido uno rey, después que falte el que gobierne; enseña qué conducta debe
seguir aquel en quien se hallan estas condiciones naturales y cómo conviene
educarlo para que consiga adquirir la fuerza real y llegue a ser un rey completo; y
junto con esto conviene que no sean nombrados reyes en manera alguna aquellos
cuya autoridad sea ignorante. Que no necesitan los reyes en ninguno de sus
métodos y maneras de gobierno de la filosofía, tanto especulativa como práctica,
sino que, por el contrario, conviene que llegue a conseguir su fin en la ciudad y en
el pueblo puesto debajo de su autoridad por medio de la virtud probada, que
resulta de la continuidad de aquel género de actos de los cuales se deriva su fin y
con los cuales llega a conseguir su propósito respecto de las buenas obras, cuando
coincide en la misma persona una virtud natural sensible superior, capaz de
inventar lo que necesita respecto de los actos de los cuales se deriva el bien, que es
su fin, utilizando los placeres o los honores u otras cosas parecidas, y capaz de
relacionar con todo esto la excelencia de la imitación de los reyes que le han
precedido y cuyas intenciones eran las mismas suyas.
Arte del Derecho es aquella por la cual el hombre puede hallar la determinación
de cualquier cosa no [73] incluida paladinamente por el legislador en su definición
de la ley, por medio de otras cosas en ella determinadas y definidas, y escoger la
justificación de esto respecto del fin del autor de la ley dentro de la religión que
originó al fijar la ley para el pueblo.
En toda religión hay que distinguir dogmas y operaciones. Los dogmas son,
por ejemplo, las afirmaciones establecidas respecto de Dios (¡glorificado sea!) o de
sus atributos, o respecto del mundo y cosas semejantes; las operaciones son, por
ejemplo, los actos con los cuales se honra a Dios (¡glorificado y ensalzado sea!) y
aquellos otros con los cuales se obtienen las ordenanzas de las ciudades. Por esta
causa la ciencia del Derecho tiene dos partes: una que trata de los dogmas; otra que
se ocupa en las operaciones.
El arte del Kalam [teología escolástica] es una propiedad por la cual el hombre
puede defender los dogmas y los actos arriba mencionados, exigidos por el
fundador de la religión, y condenar todo lo que se oponga a ellos por medio de
razonamientos. Se divide también esta arte en dos partes: una acerca de los dogmas,
y otra acerca de las operaciones señaladas por el fundador de la religión. El alfaquí
acepta los dogmas y las operaciones prescritos por el fundador de la religión sin
examen y los toma como principios para poder deducir de ellos las cosas
obligatorias en la religión. El mutakallim [teólogo] defiende las cosas que el alfaquí
toma como principios, sin que deduzca de ellas otras cosas nuevas. Y si se da el
caso de coincidir en la misma persona dominio de las dos materias, de modo que
sea a la vez alfaquí y mutakallim [74] [teólogo], esa persona defenderá estas materias
en cuanto que es teólogo, y deducirá de ellas [reglas prácticas] en cuanto que es
alfaquí.
Respecto a los métodos e ideas con los que conviene que las religiones sean
defendidas, algunos mutakallims opinan que la religión debe ser defendida, diciendo
que los dogmas de las religiones y todos los preceptos de ellas no es posible que se
sometan a crítica mediante las ideas, opiniones y razonamientos humanos, puesto
que son de un grado superior a ellas, ya que están tomados de una causa divina y en
ellos hay misterios divinos que la razón humana, por su debilidad, es incapaz de
percibir y de alcanzar.
Además, la única manera de que el hombre saque alguna utilidad de la religión
y de la revelación está en que no las comprenda por su entendimiento y no
disminuya su inteligencia por ello; de no ser así, no tendría la revelación ningún
sentido ni utilidad alguna, puesto que al hombre sólo aprovecha lo que conoce y lo
que es posible, cuando lo medita, que lo comprenda por su entendimiento. Y si
fuese así, los hombres confiarían en su inteligencia y no tendrían necesidad de la
profecía ni de la revelación, pero tampoco ejercerían en ellos estas dos cosas efecto
alguno. De todo lo cual se deduce que conviene que los conocimientos que las
religiones enseñan al hombre sean algo cuya comprensión no esté al alcance de
nuestros entendimientos. Pero no es esto sólo: sino que también sean algo que
nuestras inteligencias no lo repugnen, pues cuanto más repugnante [a nuestro
juicio] es, tanto es más provechoso. [75]
En efecto, aquellas cosas, que las religiones establecen, de las que repugnan a
la razón y detestan nuestros prejuicios, no son en realidad dignas de ser negadas ni
absurdas, sino que son verdaderas según el entendimientos teológico; pues el
hombre, aunque alcance el límite de la perfección en lo humano, viene a ser
respecto del que está dotado de entendimiento teológico como el niño y el joven
inexperto en relación con el varón perfecto; y así como muchos niños y hombres
inexpertos niegan por su entendimiento muchas cosas que en realidad no se deben
negar, ni son imposibles y a ellos les ocurre que lo son, así es la situación de quien
ha llegado al límite de la perfección en el entendimiento humano respecto de los
entendimientos teológicos. Lo mismo que el hombre, antes de que se eduque y se
instruya, niega muchas cosas y las detesta, y se imagina que son absurdas, y cuando
se educa en las ciencias y se instruye con la experiencia, deja de tener tales
opiniones, y las cosas que le parecían absurdas se transforman y vienen a ser
necesarias, y ahora, al definirlas, se maravilla de lo contrario de lo que antes se
maravillaba, así también el hombre perfecto en lo humano no rehusa negar cosas y
pensar que son imposibles, sin que realmente lo sean.
Por todo esto opinan estos teólogos que es preciso demostrar la verdad de las
religiones. Si el que nos dio la revelación de parte de Dios es verídico y no se puede
admitir que haya mentido, y prueba su veracidad de dos maneras: o con los
milagros que hace o que en sus manos se manifiestan, o por los testimonios [76] de
personas veraces que le han precedido, cuyas palabras, garantizando su veracidad y
su carácter de representante de Dios (¡multiplíquense sus alabanzas!) son dignas de
fe, o de las dos maneras a la vez; pues cuando nos certificamos de su veracidad por
estas razones, y de que no ha podido mentir, no debe quedar ya, respecto a las
cosas que ha dicho, resquicio a la razón para pensar, ni reflexionar, ni opinar, ni
raciocinar. Por estas causas y por otras semejantes creen éstos que deben
defenderse las religiones.
Otro grupo de mutakallims creen que deben defender la religión, primero
fijando todos los dogmas que impuso el fundador de ella, con las mismas palabras
con que éste las expresó; después estudiando a fondo las tesis que constan por el
testimonio de los sentidos, por la opinión generalmente admitida y por el dictamen
de la razón, y lo que de estas verdades y de sus consecuencias lógicas encuentran
atestiguando, aunque de lejos, algún dogma de la religión, defienden con ellas ese
dogma; y para lo que en ellas encuentran contradictorio a algún dogma de la
religión, si pueden interpretar metafóricamente las palabras con las cuales expresó
aquel dogma el fundador de la religión de algún modo que armonice aquella
contradicción, aunque sea una interpretación inverosímil, lo interpretan así; pero si
no pueden hacer esto, y es posible condenar aquella tesis contraria [a la religión], o
tomarla en un aspecto que coincida con lo establecido en la religión, lo hacen.
Si las tesis generalmente admitidas por la opinión y las admitidas por el
testimonio de los sentidos se [77] contradicen entre sí en cuanto a servir de
testimonios en favor de su dogma, como, por ejemplo, si las verdades de evidencia
sensible, o las derivadas de ellas, afirman una cosa, y las tesis de sentido
comúnmente admitido y sus derivadas afirman la contraria a aquélla, entonces
miran cuál de ellas es más probativa en favor del dogma, y la aceptan, desechando
la contraria, y condenándola. Y si no les es posible interpretar el texto de la religión
de manera que se armonice en una de esas dos clases de verdades, ni tampoco
tomar ninguna de estas verdades en un sentido que se armonice con el dogma, ni
tampoco ninguna de aquellas verdades de evidencia sensible o de común sentir, o
de razón natural que contradicen a algún dogma, entonces creen que deben
defender aquel dogma, diciendo sencillamente que es verdad, porque lo dijo quien
no puede suponerse que haya mentido o que se haya equivocado. Dicen, pues, esos
teólogos acerca de esta parte de los dogmas religiosos lo que aquellos teólogos
primeros dieron en respuesta de todos los dogmas. Este método creen éstos que
defiende las religiones.
Un grupo de estos últimos opinan que las religiones se defienden en estas
cosas, es decir, en los dogmas que se supone que son reprobables, examinando a
fondo todas las demás religiones y recogiendo de ellas los dogmas reprobables que
éstas tienen; y si un sectario de estas religiones quiere refutar algún dogma de los
que hay en la religión de aquellos teólogos, éstos le presentan alguno de los dogmas
reprobables que hay en su religión, y así lo apartan de su propia religión.
Otros, cuando ven que las tesis por las cuales se [78] quieren defender dogmas
como éstos, no bastan para certificar con ellas tales dogmas con certeza completa,
hasta el punto de hacer callar a sus contrarios con la confesión de su certidumbre y
con la incapacidad de su contradicción verbal, tornan entonces a emplear con el
adversario cosas que lo injurian hasta obligar a cesar en su contradicción, o por
rubor, o por cansancio, o por temor de algún peligro que le pueda sobrevenir.
Otros, considerando a su propia religión verdadera y no dudando acerca de su
verdad, opinan que deben defenderla respecto de los demás, elogiándola como la
mejor y suprimiendo lo que en ella hay de reprobable, y rechazando a sus enemigos
con cualquier cosa que les ocurra, sin preocuparse de emplear la mentira, el
sofisma, la calumnia o el desdén, pues, a su juicio, quien se opone a ellos o a su
religión, una de dos: o es enemigo, y entonces es lícito emplear la mentira, y el
sofisma para rechazarlo y vencerlo, como ocurre en la guerra santa o en la guerra
ordinaria, o no es enemigo, pero que ignora, por la escasez de su inteligencia y de
su discernimiento, la felicidad, que obtendría practicando aquella religión, y
entonces es lícito procurar al hombre su propia felicidad, aunque sea por la mentira
y el error, como se hace con las mujeres y con los niños.
Fin
Muy glorificado sea el Dador de la ayuda e inteligencia, como de ello es digno.
En el día 6 de Chumada el segundo, año 710 (1310).
Alfarabi · Catálogo de las ciencias
Artículo V
Sobre la ciencia política, la ciencia del derecho y la
teología
La ciencia política se ocupa de las diversas clases de acciones y costumbres
voluntarias, de los hábitos, caracteres, inclinaciones y disposiciones naturales, de
los cuales derivan aquellas acciones y costumbres; de los fines por los cuales se
obra; de cómo conviene que existan en el hombre, y cuál es la manera de
ordenarlos en la dirección en que conviene que existan en él, y la manera de
conservarlos. Distingue entre los fines por los cuales se realizan las acciones y se
usan las costumbres; demuestra cuáles de ellas producen en realidad la felicidad, y
cuáles se supone que son causa de felicidad, sin que realmente la produzcan; y que
aquellas que en realidad son la felicidad, no es posible que existan en esta vida, sino
en otra vida después de ésta, que es la vida futura. Las cosas en las que se supone la
felicidad son, por ejemplo, la riqueza, los honores, los placeres cuando se les toma
como único fin en este mundo.
Analiza las acciones y las costumbres, y demuestra que aquellas de las cuales se
obtiene lo que [68] realmente es felicidad, son las obras buenas, honestas y
virtuosas, y las que no producen esto son las malas, deshonestas e imperfectas; que
la causa de que existan en el hombre es para que los actos y costumbres buenos
sean puestos en práctica en las ciudades y en las colectividades ordenadamente y se
cumplan en común. Demuestra [que todo esto no puede adquirirse sino mediante
una autoridad, con la cual sean posibles las acciones y costumbres, las disposiciones
naturales, los hábitos y los caracteres en las ciudades y en las colectividades, y la
cual se esfuerce a que todo esto se guarde para que no desaparezca. Esta autoridad
no se obtiene sino mediante un poder y un hábito, de los cuales deriven las
acciones capaces de hacerlos posibles y las acciones capaces de consolidar los que
hayan aparecido. Tal poder es el reino y la realeza, u otro nombre que quiera el
hombre darle; la política es el efecto de esta fuerza.
La autoridad es de dos clases: una, que hace posibles las acciones, costumbres
y hábitos voluntarios, de los que naturalmente se deriva lo que realmente es la
felicidad, y ésta es la autoridad buena, y las ciudades y colectividades que obedecen
a esta autoridad son las ciudades y colectividades buenas; y autoridad que hace
posibles a las ciudades acciones y disposiciones de las cuales se derivan cosas que
parece que son felicidad, sin que realmente lo sean, y ésta es la autoridad ignorante.
Esta última clase se subdivide en otras muchas, y cada una de ellas toma el nombre
del fin que se propone y sirve, y serán tantas como sean las cosas que busque en
calidad de fines o intenciones; si [69] busca las riquezas, se llamará autoridad de la
avaricia; si va tras los honores, se llamará autoridad de la vanagloria; y si se
preocupa de otra cosa distinta, será nombrada con el nombre de las cosa que tenga
por fin.
Demuestra que el poder real bueno se compone de dos fuerzas: una, la fuerza
que se funda sobre las leyes universales; otra, la fuerza que el hombre adquiere
mediante la producción de acciones civiles y mediante las prácticas de operaciones
en los caracteres; y los individuos en las ciudades adquieren la práctica y la
prudencia en tales operaciones después de larga experiencia y ejemplo, al modo que
sucede con el médico: éste, en efecto, llega a ser práctico perfecto mediante dos
fuerzas: una, obtenida por las generalidades y reglas que ha sacado de los libros de
medicina; otra, que resulta en él después de la repetición continua de acciones de
medicina en los enfermos, y la prudencia en tales acciones adquirida mediante las
prácticas y los ejemplos vistos en los cuerpos de los individuos. Con esta virtud
puede el médico graduar los medicamentos y los tratamientos de cada cuerpo en
cada caso.
De la misma manera la fuerza real, con aquel poder y aquella experiencia,
puede estimar los actos según cada accidente, condición, ciudad o tiempo.
La filosofía política de las reglas generales en todo lo que a ella toca respecto
de los actos, costumbres, hábitos voluntarios y demás asuntos en que se ocupa, y
da también los planes para medir estas acciones en cada caso y en cada tiempo, y
enseña cómo, con qué y con cuánto hay que medirlas; después los deja sin medir,
porque la medida del acto se hace con otra [70] fuerza distinta de este acto, cuya
condición es que se una al acto y vaya con él, pues los caracteres y las intenciones,
en cuanto son capaces de medida, son indefinidos y no se comprenden en esta
medida.
Esta ciencia tiene dos partes: la parte que trata del conocimiento de la
felicidad, y distingue lo que en realidad lo es de lo que solamente se cree que lo es,
y se ocupa del catálogo de las acciones, hábitos, caracteres y disposiciones naturales
voluntarias generales, cuya propiedad es que se repartan] en las ciudades y en las
colectividades; distingue las virtuosas de las que no lo son; se ocupa en ordenar las
inclinaciones y las costumbres buenas en las ciudades y colectividades, y en enseñar
los hábitos con los cuales son posibles acciones y costumbres virtuosas. Ordena las
gentes ciudadanas y los actos por los cuales se guarda lo ordenado y es posible
entre ellas guardarlo. Enumera luego las distintas clases de fuerzas reales no
virtuosas, cuántas son y cuáles; enumera las acciones tocantes a cada una y qué
hábitos y caracteres abarca cada una para que sea posible su existencia en las
ciudades y colectividades, y para que las gentes ciudadanas, que viven debajo de la
autoridad, consigan el fin que se proponen con esta vida social.
Todo esto se contiene en el libro de Política, es decir, en el libro del Gobierno de
Aristóteles y en el libro del Gobierno de Platón y en otros libros de Platón y de otros
autores. Y demuestra que todas estas acciones, [71] hábitos y costumbres [no
virtuosas] son como las enfermedades respecto de las ciudades virtuosas. Las
acciones y los hábitos, propios de las fuerzas reales, son como las enfermedades de
los actos reales virtuosos; y los hábitos y costumbres propios de esta clase de
ciudades, son como las enfermedades de las ciudades virtuosas.
Estudia luego la cantidad de causas, ocasiones y de motivos por cuyo respecto
no conviene que se cambie la autoridad virtuosa, ni las costumbres de las ciudades
virtuosas en costumbres y hábitos de ignorancia, y junto con esto se ocupa en las
clases de acciones con las cuales se afirman las ciudades y las autoridades virtuosas
para que no se corrompan y cambien en no virtuosas; y estudia también los modos
y las habilidades de gobernar, y los medios que es preciso poner en práctica,
cuando se han convertido en ignorantes las ciudades, para que vuelvan a la
primitiva situación. Demuestra, además, cuántas cosas integran la fuerza real buena,
pues unas son las ciencias especulativas y prácticas, y ellas tienen una fuerza
adjunta, resultante de la práctica tenida durante la repetición de los actos en las
ciudades y colectividades, y ella es la fuerza por cuyo respecto se inventan las leyes
con las cuales son posibles las acciones, hábitos y costumbres según cada tribu, o
cada ciudad, o cada pueblo, y según cada condición o accidente. Prueba también
que la ciudad virtuosa solamente perdura virtuosa y no se cambia, cuando sus reyes
mandan en todos los tiempos con las mismas leyes en sus ministros, de manera que
el segundo, que sucede al antecesor, tenga las mismas [72] formas y leyes que el
otro, y que gobierne sin interrupción y sin separación.
Enseña qué es lo que conviene hacer para que no se interrumpa el gobierno de
los reyes. Muestra qué condiciones y caracteres naturales conviene buscar en los
hijos de los reyes y en otras personas de esta clase, de modo que por ellos sea digno
de ser elegido uno rey, después que falte el que gobierne; enseña qué conducta debe
seguir aquel en quien se hallan estas condiciones naturales y cómo conviene
educarlo para que consiga adquirir la fuerza real y llegue a ser un rey completo; y
junto con esto conviene que no sean nombrados reyes en manera alguna aquellos
cuya autoridad sea ignorante. Que no necesitan los reyes en ninguno de sus
métodos y maneras de gobierno de la filosofía, tanto especulativa como práctica,
sino que, por el contrario, conviene que llegue a conseguir su fin en la ciudad y en
el pueblo puesto debajo de su autoridad por medio de la virtud probada, que
resulta de la continuidad de aquel género de actos de los cuales se deriva su fin y
con los cuales llega a conseguir su propósito respecto de las buenas obras, cuando
coincide en la misma persona una virtud natural sensible superior, capaz de
inventar lo que necesita respecto de los actos de los cuales se deriva el bien, que es
su fin, utilizando los placeres o los honores u otras cosas parecidas, y capaz de
relacionar con todo esto la excelencia de la imitación de los reyes que le han
precedido y cuyas intenciones eran las mismas suyas.
Arte del Derecho es aquella por la cual el hombre puede hallar la determinación
de cualquier cosa no [73] incluida paladinamente por el legislador en su definición
de la ley, por medio de otras cosas en ella determinadas y definidas, y escoger la
justificación de esto respecto del fin del autor de la ley dentro de la religión que
originó al fijar la ley para el pueblo.
En toda religión hay que distinguir dogmas y operaciones. Los dogmas son,
por ejemplo, las afirmaciones establecidas respecto de Dios (¡glorificado sea!) o de
sus atributos, o respecto del mundo y cosas semejantes; las operaciones son, por
ejemplo, los actos con los cuales se honra a Dios (¡glorificado y ensalzado sea!) y
aquellos otros con los cuales se obtienen las ordenanzas de las ciudades. Por esta
causa la ciencia del Derecho tiene dos partes: una que trata de los dogmas; otra que
se ocupa en las operaciones.
El arte del Kalam [teología escolástica] es una propiedad por la cual el hombre
puede defender los dogmas y los actos arriba mencionados, exigidos por el
fundador de la religión, y condenar todo lo que se oponga a ellos por medio de
razonamientos. Se divide también esta arte en dos partes: una acerca de los dogmas,
y otra acerca de las operaciones señaladas por el fundador de la religión. El alfaquí
acepta los dogmas y las operaciones prescritos por el fundador de la religión sin
examen y los toma como principios para poder deducir de ellos las cosas
obligatorias en la religión. El mutakallim [teólogo] defiende las cosas que el alfaquí
toma como principios, sin que deduzca de ellas otras cosas nuevas. Y si se da el
caso de coincidir en la misma persona dominio de las dos materias, de modo que
sea a la vez alfaquí y mutakallim [74] [teólogo], esa persona defenderá estas materias
en cuanto que es teólogo, y deducirá de ellas [reglas prácticas] en cuanto que es
alfaquí.
Respecto a los métodos e ideas con los que conviene que las religiones sean
defendidas, algunos mutakallims opinan que la religión debe ser defendida, diciendo
que los dogmas de las religiones y todos los preceptos de ellas no es posible que se
sometan a crítica mediante las ideas, opiniones y razonamientos humanos, puesto
que son de un grado superior a ellas, ya que están tomados de una causa divina y en
ellos hay misterios divinos que la razón humana, por su debilidad, es incapaz de
percibir y de alcanzar.
Además, la única manera de que el hombre saque alguna utilidad de la religión
y de la revelación está en que no las comprenda por su entendimiento y no
disminuya su inteligencia por ello; de no ser así, no tendría la revelación ningún
sentido ni utilidad alguna, puesto que al hombre sólo aprovecha lo que conoce y lo
que es posible, cuando lo medita, que lo comprenda por su entendimiento. Y si
fuese así, los hombres confiarían en su inteligencia y no tendrían necesidad de la
profecía ni de la revelación, pero tampoco ejercerían en ellos estas dos cosas efecto
alguno. De todo lo cual se deduce que conviene que los conocimientos que las
religiones enseñan al hombre sean algo cuya comprensión no esté al alcance de
nuestros entendimientos. Pero no es esto sólo: sino que también sean algo que
nuestras inteligencias no lo repugnen, pues cuanto más repugnante [a nuestro
juicio] es, tanto es más provechoso. [75]
En efecto, aquellas cosas, que las religiones establecen, de las que repugnan a
la razón y detestan nuestros prejuicios, no son en realidad dignas de ser negadas ni
absurdas, sino que son verdaderas según el entendimientos teológico; pues el
hombre, aunque alcance el límite de la perfección en lo humano, viene a ser
respecto del que está dotado de entendimiento teológico como el niño y el joven
inexperto en relación con el varón perfecto; y así como muchos niños y hombres
inexpertos niegan por su entendimiento muchas cosas que en realidad no se deben
negar, ni son imposibles y a ellos les ocurre que lo son, así es la situación de quien
ha llegado al límite de la perfección en el entendimiento humano respecto de los
entendimientos teológicos. Lo mismo que el hombre, antes de que se eduque y se
instruya, niega muchas cosas y las detesta, y se imagina que son absurdas, y cuando
se educa en las ciencias y se instruye con la experiencia, deja de tener tales
opiniones, y las cosas que le parecían absurdas se transforman y vienen a ser
necesarias, y ahora, al definirlas, se maravilla de lo contrario de lo que antes se
maravillaba, así también el hombre perfecto en lo humano no rehusa negar cosas y
pensar que son imposibles, sin que realmente lo sean.
Por todo esto opinan estos teólogos que es preciso demostrar la verdad de las
religiones. Si el que nos dio la revelación de parte de Dios es verídico y no se puede
admitir que haya mentido, y prueba su veracidad de dos maneras: o con los
milagros que hace o que en sus manos se manifiestan, o por los testimonios [76] de
personas veraces que le han precedido, cuyas palabras, garantizando su veracidad y
su carácter de representante de Dios (¡multiplíquense sus alabanzas!) son dignas de
fe, o de las dos maneras a la vez; pues cuando nos certificamos de su veracidad por
estas razones, y de que no ha podido mentir, no debe quedar ya, respecto a las
cosas que ha dicho, resquicio a la razón para pensar, ni reflexionar, ni opinar, ni
raciocinar. Por estas causas y por otras semejantes creen éstos que deben
defenderse las religiones.
Otro grupo de mutakallims creen que deben defender la religión, primero
fijando todos los dogmas que impuso el fundador de ella, con las mismas palabras
con que éste las expresó; después estudiando a fondo las tesis que constan por el
testimonio de los sentidos, por la opinión generalmente admitida y por el dictamen
de la razón, y lo que de estas verdades y de sus consecuencias lógicas encuentran
atestiguando, aunque de lejos, algún dogma de la religión, defienden con ellas ese
dogma; y para lo que en ellas encuentran contradictorio a algún dogma de la
religión, si pueden interpretar metafóricamente las palabras con las cuales expresó
aquel dogma el fundador de la religión de algún modo que armonice aquella
contradicción, aunque sea una interpretación inverosímil, lo interpretan así; pero si
no pueden hacer esto, y es posible condenar aquella tesis contraria [a la religión], o
tomarla en un aspecto que coincida con lo establecido en la religión, lo hacen.
Si las tesis generalmente admitidas por la opinión y las admitidas por el
testimonio de los sentidos se [77] contradicen entre sí en cuanto a servir de
testimonios en favor de su dogma, como, por ejemplo, si las verdades de evidencia
sensible, o las derivadas de ellas, afirman una cosa, y las tesis de sentido
comúnmente admitido y sus derivadas afirman la contraria a aquélla, entonces
miran cuál de ellas es más probativa en favor del dogma, y la aceptan, desechando
la contraria, y condenándola. Y si no les es posible interpretar el texto de la religión
de manera que se armonice en una de esas dos clases de verdades, ni tampoco
tomar ninguna de estas verdades en un sentido que se armonice con el dogma, ni
tampoco ninguna de aquellas verdades de evidencia sensible o de común sentir, o
de razón natural que contradicen a algún dogma, entonces creen que deben
defender aquel dogma, diciendo sencillamente que es verdad, porque lo dijo quien
no puede suponerse que haya mentido o que se haya equivocado. Dicen, pues, esos
teólogos acerca de esta parte de los dogmas religiosos lo que aquellos teólogos
primeros dieron en respuesta de todos los dogmas. Este método creen éstos que
defiende las religiones.
Un grupo de estos últimos opinan que las religiones se defienden en estas
cosas, es decir, en los dogmas que se supone que son reprobables, examinando a
fondo todas las demás religiones y recogiendo de ellas los dogmas reprobables que
éstas tienen; y si un sectario de estas religiones quiere refutar algún dogma de los
que hay en la religión de aquellos teólogos, éstos le presentan alguno de los dogmas
reprobables que hay en su religión, y así lo apartan de su propia religión.
Otros, cuando ven que las tesis por las cuales se [78] quieren defender dogmas
como éstos, no bastan para certificar con ellas tales dogmas con certeza completa,
hasta el punto de hacer callar a sus contrarios con la confesión de su certidumbre y
con la incapacidad de su contradicción verbal, tornan entonces a emplear con el
adversario cosas que lo injurian hasta obligar a cesar en su contradicción, o por
rubor, o por cansancio, o por temor de algún peligro que le pueda sobrevenir.
Otros, considerando a su propia religión verdadera y no dudando acerca de su
verdad, opinan que deben defenderla respecto de los demás, elogiándola como la
mejor y suprimiendo lo que en ella hay de reprobable, y rechazando a sus enemigos
con cualquier cosa que les ocurra, sin preocuparse de emplear la mentira, el
sofisma, la calumnia o el desdén, pues, a su juicio, quien se opone a ellos o a su
religión, una de dos: o es enemigo, y entonces es lícito emplear la mentira, y el
sofisma para rechazarlo y vencerlo, como ocurre en la guerra santa o en la guerra
ordinaria, o no es enemigo, pero que ignora, por la escasez de su inteligencia y de
su discernimiento, la felicidad, que obtendría practicando aquella religión, y
entonces es lícito procurar al hombre su propia felicidad, aunque sea por la mentira
y el error, como se hace con las mujeres y con los niños.
Fin
Muy glorificado sea el Dador de la ayuda e inteligencia, como de ello es digno.
En el día 6 de Chumada el segundo, año 710 (1310).
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